Cultura

César Aira: "Escribo con lapiceras que valen miles de dólares, y debo admitir que cuando las uso me siento un gran escritor"

El escritor argentino no suele conceder entrevistas. Pero la publicación de sus libros más importantes en una biblioteca a cargo de Random House lo coloca en los titulares de prensa de los que tanto huye. 

  • El escritor argentino César Aira, en una foto de archivo.

César Aira no suele conceder entrevistas. Pero esta vez ha tenido que pasar por el aro. Random House ha publicado en España la Biblioteca César Aira, que recupera lo mejor de la obra del escritor argentino. Toca entonces cumplir con la promoción y dedicar tiempo a responder preguntas; una vez, y otra, y otra, y otra. César Aira (1949) atiende al compromiso con educación y cortesía, pero también con un repertorio que va de lo previsible a lo inesperado. Igual da los tres o cuatro titulares tipo que se repiten en su breve hemeroteca de entrevistas como se lanza a hablar de su lujosa colección de estilográficas -Aira escribe a mano, un folio al día- . Cuando las usa, dice, se siente como James Bond en el casino de Montecarlo. No sabe quien lo escucha si lo de las lapiceras -así las llama- es una tomadura de pelo o si en verdad las escoge con hedonismo, concentración y cierta coquetería, como quien elige una daga o un verbo. 

Random House publica en España la Biblioteca César Aira, que recupera lo mejor de la obra del escritor argentino

Probablemente no le haga ninguna gracia a César Aira que de tan frívola y aislada anécdota -las estiloráficas- salga el titular y la entradilla de una entrevista que debía de ser literaria. Pero, a fin de cuentas, qué de literario hay en la primera conversación de una mañana que promete ser larga. Sin duda una sola cosa: él. 

Tenía poco más de 12 cuando intentó sus primeros textos y no cumplía los 18 cuando conoció a Alejandra Pizarnik. Eran los años de la adolescencia y el brote de la vocación. Y aunque  entonces intentó la poesía, la voz se fue por otro lado, buscó su propia grieta -mejor dicho, la horadó con el riego de quienes insisten-. Hoy, a sus 64, el escritor nacido en Coronel Pringles -una ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires-, ha combado la biblioteca de autor que le concede Random House con los más de 80 libros -básicamente ficción y ensayos- que ha escrito desde que publicara su primera novela: Emma, la cautiva.

César Aira tenía poco más de 12 cuando intentó sus primeros textos y no cumplía los veinte cuando conoció a Alejandra Pizarnik

Aira no ha participado en la selección de los libros que ahora se reeditan. Cuando escribe un libro, asegura, se desentiende de él. Así, llegan a las manos de los lectores libros que resultaban muy difíciles de conseguir, entre otras cosas por la costumbre del escritor de publicar en editoriales independientes. Algo así como una bibliografía balcánica, anárquica y a su manera arbitraria, como el estilo que las sujeta. La selección que ha hecho Random House incluye, entre otras, Las noches de Flores, El santoUn episodio en la vida del pintor viajero o sus lúcidos ensayos sobre arte contemporáneo, en cuyas páginas emulsiona la fascinación por Duchamp, aquel sujeto que inventó el arte conceptual medio siglo antes de que existiera y que un buen día se retiró a jugar ajedrez.

-Usted se resistía a la idea de una Biblioteca con toda su obra. Y mire, aquí está: con biblioteca y dando entrevistas. Los editores le han aguado la fiesta.

-Hay que darles el gusto. Ellos son los que ponen la plata -dice soltando una risa discreta, que suena con suavidad en la biblioteca sin libros de un hotel madrileño. César Aira tiene un acento argentino rebajado, dulce, casi untuoso-.

-Poquísimas veces concede entrevistas. En Argentina ya no las hace. ¿Por qué no le gustan?

-No se trata de que no me gusten. Las hago con gusto, cuando viajo. En Argentina decidí hace tiempo no hacerlas, porque comenzaron a ser demasiadas. Allá todos nos conocemos. Si daba una entrevistas a unos, los otros preguntaban por qué a ellos no. Así que decidí mejor no dar ninguna. No es que me moleste, para nada. Es halagador que se interesen por uno. Así que de vez en cuando, pero muy de vez en cuando, lo hago. Me agrada hacer estos viajes una vez al año… y someterme –saca a pasear una risa mínima, incluso uno puede llegar a pensar que el argentino se ríe en diminutivo o en minísculas-.

"En la escritura puedo usar aquella libertad que no tenemos en la vida real", dice César Aira

-Usted escribe sin deber y sin padres. Escribe porque le gusta.  ¿Sigue siendo así?

-Creo que ahí está el mérito y la gracia de mi trabajo: poder usar en la escritura aquella libertad que no tenemos en la vida real. Normalmente uno se somete a todas las imposiciones sociales y familiares. Pero cuando saco mi libreta y desenfundo el capuchón de la lapicera, se abre un camino de libertad. En cambio, cuando escribo ensayos, un artículo, un prólogo o algo que me piden, ya no hay tanta libertad. Porque hay que ponerse serio, hilvanar las ideas razonablemente. Cuando escribo mis relatos puedo permitírmelo todo, hasta lo más irracional.

-Hay una obsesión con el posicionamiento de la literatura frente al mundo,que deja de lado a la ficción, a la fábula. ¿Tiene que tener un propósito todo cuanto se escribe?

-He notado en los críticos casi una resistencia a la fábula. No les interesa,  buscan otra cosa. Tengo un amigo que dice algo muy cierto. Hoy a los críticos e incluso a los lectores la literatura no les basta, necesitan algo más: un mensaje humanitario, social... o ideológico. Lo buscan casi desesperadamente. ¿Por qué no disfrutan, por qué no sienten al leer el mismo placer que sentí yo al escribirlo? Pero no. Se van a buscar ideas, sistemas, conceptos. Es algo a lo que me he negado.

-¿Cuál es la naturaleza de su prosa? ¿Dónde está el secreto de su continuidad? ¿Es un ritmo discreto? ¿Imperceptible?

-Creo que se trata de buscar transiciones dentro de un relato.  ¿Cómo debe de ser una buena prosa? Pienso que aquella en la que cada frase tiene que responder a la pregunta implícita en la frase anterior. Entonces todo se encadena. Tomemos una frase cualquiera, por ejemplo aquella famosa de Valery: "La marquesa salió a las cinco". Ahí hay preguntas implícitas. ¿Por qué salió? ¿Adónde iba? ¿Por qué a las cinco? Cuando uno elige una de esas preguntas y las responde en la frase siguiente ("La marquesa salió a las cinco. Se fue porque no aguantaba más la charla de su marido"), esa segunda frase tiene también una pregunta o más de una pregunta implícita, que la tercera frase debe responder. Eso es lo que hace que una prosa sea buena. La poesía es distinta. Constela y va en todas las direcciones. No necesitas ese hilo. Al escribir, me preocupo de que haya continuidad en el texto. Donde sí evito la continuidad, o procuro que así sea, es entre un libro y otro. Siempre estoy buscando que el siguiente sea distinto del anterior.

"Hoy a los críticos e incluso a los lectores la literatura no les basta, necesitan algo más: un mensaje humanitario, social... o ideológico"

-¿Escribe a mano todavía?

-Sí. Va más lento. Te permite pensar. Y supone un placer especial para mí. Es cierto que provengo de una época en la que los a los chicos nos enseñaron a escribir con una pluma que había que mojar en el tintero. Hoy día, quienes ya nacieron con el ordenador, escriben de otra forma. Tampoco me atrevería a decir que es mejor para todos la lapicera... Existe lo que llaman hoy la industria del lujo, que tiene un contenido simbólico. Uno se compra un perfume de 100 dólares, y aunque puede ser más o menos igual que cualquiera que cueste cinco, al llevarlo te sientes como James Bond entrando al casino de Montecarlo. Bueno, así como a unos les ocurre con perfumes a mí me ocurre con las lapiceras. Escribo con  lapiceras que valen miles de dólares, y debo admitir que cuando las uso, me siento un gran escritor.

-¿Me está tomando el pelo?

-Hablo completamente en serio. Tengo una colección de Montblancs, otra de Oma, hasta una Louis Vuitton de cuero de cocodrilo. Pero no pongas esto en el reportaje, a ver si me las roban… Pero sí, hablo en serio. Me siento importante, fino, responsable. Teniendo una lapicera tan buena, tengo que escribir una cosa buena... ¿Qué tonto, no?

-Su fascinación por Duchamp puede llegar a hacer creer a sus lectores que, de un día para otro, desaparecerá para retirarse a jugar ajedrez.

-Hubo un tiempo en que le di vueltas a aquello de retirarme. Pensé en el abandono. No tanto por Duchamp, aunque creo que él siguió trabajando a pesar de haber desaparecido, como por Rimbaud. Esta cosa misteriosa del abandono: el gran poeta que deja de escribir para siempre a los 20 años. Hay algo romántico y misterioso, pero por más que haya coqueteado con esa imagen, creo que voy a seguir escribiendo para siempre.

"Tengo una colección de Montblancs y Oma, hasta una Louis Vuitton de cuero de cocodrilo. Pero no pongas esto en el reportaje, a ver si me las roban…"

-¿Hay más vocación de narrar, de generar relato, por ejemplo en Joseph Beuys que en muchos escritores?

-Los artistas de arte contemporáneo han ido más lejos que los escritores en la experimentación y la innovación. La literatura tomó dos caminos: de un lado, siguió escribiendo la novela decimonónica para el gran público, que es el 99% de lo que se ve en la librerías, y una pequeña minoría que siguió experimentando con la literatura como arte. Yo estoy ahí en ese pequeño grupo. Y aun entre los que seguimos tratando de innovar no hemos conseguido mucho. Hay algo en la literatura que impide llegar más lejos. Hubo algunas experimentaciones, como la de los brasileños con la poesía concreta. Pero es como un callejón sin salida. Se llega a una página llena de letras puestas en desorden o como sea, y termina no pasando nada. El camino que elegí es el de seguir con moldes convencionales y sabotearlos por dentro pero mis novelitas pueden leerse casi como se leía a Salgari, porque están pasando cosas un poco más raras o cuya lógica no coincide con la lógica verdadera.

-Su literatura se distingue por la concisión. Una mezcla contradictoria entre el ensayo y la arbitrariedad e irracionalidad de la narrativa.

-Durante mucho tiempo notaba que mis relatos no eran en verdad como yo quería escribirlos. Se interrumpían por la reflexión o alguna teoría que adjudicaba a un personaje o a mí mismo. Y tanto me preocupó eso, que dije: voy a empezar a escribir ensayos, para ver si descargo ahí toda esta cosa teórica y esas ideas pseudo filosóficas que se me ocurren. De esa forma, los relatos quedarían  como me gustaría: puros. Pero no funcionó. No me gustan los ensayos, los hago con esfuerzo. Además,  las teorías locas que se me ocurren no van a los ensayos, deben quedarse en las novelas. Así que el asunto finalmente dejó de preocuparme.

-¿Sus libros son realmente el resultado de algo como el automatismo?

- Yo más bien diría que mi literatura  es improvisada más que automática, porque pienso mientras escribo. Podría ser automática o parecida a la escritura de los surrealistas en el encadenamiento de episodios, porque como no hago un plan de la novela de antemano, voy inventando de acuerdo a ocurrencias que vienen. Ahí sí hay una imprevisibilidad de lo que va a pasar a continuación. Pero eso ocurre en los episodios, no en la escritura, que sí está muy bien pensada.

"Yo más bien diría que mi literatura  es improvisada más que automática, porque pienso mientras escribo"

-¿Qué artista plástico sería compatible con su idea de una novela en condiciones?

-Hay un artista contemporáneo llamado Neo Rauch. Pinta unas grandes escenas en los que hay planos de realidad puestos en un mismo cuadro. Hay veces en que pienso: me gustaría que alguna novela mía fuese como uno de esos cuadros. Con esa acumulación de planos

-¿Por qué no ha escrito poesía, si hay algo de ello en su prosa?

-No la escribo porque no se me dio la poesía. Comencé a escribir de adolescente. En el pueblo donde yo vivía, Coronel Pringles, que estaba en el campo, no había ambiente literario para nada, pero tuve la enorme fortuna de que otro chico de mi edad también estaba interesado en la literatura.

-Arturo Carrera… ¿cierto?

-Sí, Arturito... Cuando empezamos a escribir notaba que los poemas de Arturo, por muy de adolescentes que fuesen tenían algo que yo no tenía. Lo mío era mas bien un simulacro. Arturo siguió siendo un poeta, hoy uno de los más reconocidos de la poesía en castellano. En cambio yi tuve que invertarme. Dar una larguísimo rodeo y ahora creo que por ese largo rodeo a lo largo de 50 años creo que he llegado a la poesía o una forma de poesía.

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