Alejandro Gándara tenía 27 años cuando escribió La media distancia (1984), su primera novela. En aquellas páginas retrató a Charro, un atleta recién llegado al Madrid de los setenta. Un joven que corre. Alguien que intenta ordenar la vida recorriéndola a toda prisa. Entre zancada y zancada, a Charro -¿A Gándara también?- le queda la sensación de estar a mitad de camino: el de su propia carrera, el de la vida que transcurre entre el fracaso, la gloria o el desamor. Convencido de que sólo es capaz de reconocerse en las distancias medias, Charro cierra su historia con una frase: “nada duele”. Casi treinta años después, y tras leer Las puertas de la noche (Alfaguara, 2013), la nueva novela de Gándara, Charro –y su “nada duele”- se nos viene encima. Y sólo la lectura de Las puertas de la noche sirve para explicar por qué.
Un escritor y profesor se enfrenta en un solo año a tres muertes –la de Muriel, su alumna; la de Román y Alfredo, sus amigos-, también al nacimiento de su hija. Empujado por la necesidad de entender ese dolor –y esa vida- que se abre paso, este hombre escribe. Necesita descubrir si existe consuelo para esas muertes, si es posible explicar todo lo que ellas se llevan –y traen de vuelta- consigo. Las puertas de la noche retoma la sustancia autobiográfica más pura de Gándara, quien aparta la melancolía gratuita y se concentra en la escritura como acto vital.
En un libro que combina el relato, el ensayo, la historia de vida y la novela, Alejandro Gándara evita –a toda costa- el artificio. Han pasado casi treinta años desde que escribió La media distancia. Ya no tiene 27, tampoco usa los zapatos de un hombre que corre y piensa que “nada duele”. Trece libros más tarde, Gándara busca el encuentro con una vida –que sí duele, y mucho- a la que acudimos para ser atravesados por lo que nos ocurre: para morir y ver morir a otros, pero también para consolar y ser consolados. Ese es el tema de este libro, también, por supuesto, el de esta conversación.
En un libro que combina el relato, el ensayo, la historia de vida y la novela, Alejandro Gándara evita –a toda costa- el artificio.
-Las puertas de la noche plantea no sólo una reflexión sobre la pérdida, hay algo más detrás. ¿Se trata acaso de la separación? ¿La que ocurre con la muerte, la que ocurre en nosotros mismos?
-La clave del libro es, sin duda, la separación. Ella es la clave de nuestro dolor. Las hay de muchos tipos: una separación de una época de la vida, porque creces; separaciones literales, de seres queridos; separación de tu propio cuerpo, que es la muerte… No estamos entrenados para la separación, le tenemos alergia. Dentro de ese proceso, la muerte es la figura sintética, porque es la separación suprema. Te desvaneces, al menos tal como eres. Saber enfrentarse a la separación es saber enfrentarse a todas las pérdidas.
-Usted lo ha dicho: la autobiografía es tan ficción como cualquier otro género. Sin embargo, resulta difícil separar quién narra de lo que narra. ¿Todas estas muertes son reales? En el libro cuenta al menos tres…
-Hubo más. Hay momentos en que se concentran las pérdidas, parece que se reclaman unas a otras. El libro es biográfico. Sale de experiencias propias, en un intento por elaborarlas y elaborar los acontecimientos que las provocaron. El asunto es que la biografía supondría poder mezclar en una única visión aspectos tan diferentes de la propia vida como la paternidad, el deporte, la enseñanza y eso es imposible en un libro. Hay cosas que quedan fuera y para incluirlas tendrías que hacer un gran proceso de selección de lo que consideras más o menos importante, y eso da origen a otra ficción. Por muchos intentos que hagas de abarcarlo todo, el resultado es siempre una forma de ficción.
"Los momentos radicales de la existencia tienen la virtud de iluminar caminos y posibilidades insospechados".
-En su libro todas las situaciones de pérdida son antagónicas: la el dolor por la muerte de Muriel deviene en pasión; Alfredo y Román: uno es extremadamente egoísta, el otro es generoso; la muerte de Javi, que siendo devastadora se convierte en una lección.
-Lo que el libro mantiene es que hasta en lo peor siempre hay más luz que oscuridad. Los momentos radicales de la existencia tienen la virtud de iluminar caminos insospechados. Después de todas estas muertes, cuando nace mi hija Iris, comienzo a ver en ella –como una proyección de la propia imaginación, supongo- a todos los que han desaparecido. Eso no habría sido imposible si no se hubiese prestado atención a lo que significaron las muertes anteriores. El curso cotidiano de la vida nos impide prestar atención a casi todas las cosas. Las experiencias radicales tienen la virtud de concentrar la atención.
-La novela entreteje reflexión vital y literaria. Y la que dedica a los héroes es muy significativa. Dice que ellos hacen en una doble dirección un viaje que para los mortales es de dirección única: hacia el final. Queda la sensación de que la idea del héroe nos es inaccesible.
-También dice, en el capítulo de Una muerte inmortal, hablando de Sócrates, que hay mucha gente que sabe morir. Lo ha aprendido en otros sitios, a través de sus muchas muertes, pero de alguna forma lo ha aprendido. Son héroes porque en estos momentos, resulta extraordinario encontrar a alguien que se enfrenta a la separación, la pérdida o la muerte con un grado suficiente de entereza, pero los hay. Hay quienes saben hacerlo. Pero la característica del héroe es la de la construcción de un carácter que nos haga capaces de saber morir, de ir en busca de la muerte para regresar a la vida y proyectar sobre ella todo lo aprendido. Eso es el filósofo. La filosofía en la antigua Grecia no era más que el viaje que se hace hacia la muerte y del que se regresa: eso es Parménides, eso es Platón…
"Este no es un libro que yo escriba de nuevas, es un libro de muchos años"
-Sin embargo, y lo dice en el libro, los héroes hacen algo que no es humano: son capaces de transformarse.
-Es que no somos del todo humanos. Somos seres intermedios. Decía Homero que somos superiores a los dioses porque además de imaginar (como ellos imaginan el mundo), somos capaces de morir. Estamos a medio camino entre la naturaleza solamente mortal e inmortal. Estamos en ese lugar en el que todo resulta posible: imaginar lo que nos pasa y lo que no; poder pensar lo impensable y lo que nos ocurre todos los días.
-En este libro usa la literatura para neutralizar el sentimentalismo o la melancolía. No es un libro devastador, aunque trabaja con temas que sí lo son.
-Este no es un libro que yo escriba de nuevas, es un libro de muchos años de haber estado pensando, diciendo y explicando cosas, lo cual facilitó la escritura pero el problema final era ése: cómo provocar consuelo sin que el libro fuera un manual. Que el lector elaborara una conclusión y que elaborándola se sintiera bien en lugar de huir o esquivarla, como había hecho yo sistemáticamente. El libro está bien si proyecta el consuelo.
"Quise dejar el texto limpio de toda adherencia lírica, de todo exceso de creación, hasta dejar la geometría pura del duelo".
-La prosa del libro está tremendamente cuidada. Hay muchas imágenes potentes pero no tantas como para que lo lírico anule la propia reflexión.
-Es un tema complicado para contenerse. Hubo una labor de edición que fue importante y luego una labor de orden al momento de contar esas muertes. Quise dejar el texto limpio de toda adherencia lírica, de todo exceso de creación, hasta dejar la geometría pura del duelo.
-Toda escritura es también un acto de separación, por muy autobiográfico que sea el material. ¿Cuál fue el punto de partida?
-Una insuficiencia personal, ya contrastada, que es mi relación con las separaciones, con todas las separaciones. A través de estrategias más o menos dignas, había conseguido no sufrir. Mi primera novela, "La media distancia", termina con una frase: “Nada duele”. Era un final literario muy bonito pero en el fondo era una desgracia personal en la que no había reparado. Este libro me lo pidió mi mujer para que la hija que acaba de nacer tuviera algo qué leer para poder enfrentarse a lo que le esperaba. Porque es ciertamente una putada traer un ser al mundo que va a saber casi enseguida que va a morir y entonces, algo tendrás que darle. Porque traerlo simplemente y dejarlo con la conciencia de muerte pues es eso, una tremenda putada.
"Este libro me lo pidió mi mujer para que la hija que acaba de nacer tuviera algo qué leer para poder enfrentarse a lo que le esperaba"
-Ahora que habla de "La media distancia"… Este libro aparece casi 30 años después de esa primera novela. Y lo que encontramos es antagónico: Charro lo que hace es correr, huye a zancadas, pero ahora usted va al encuentro.
-Sí, Charro huye. Este personaje en cambio, ya no tiene adónde huir y tiene que volver sobre sus pasos. Y de hecho, eso fue lo que ocurrió. Tuve que volver sobre todo lo que había andado, sobre todo lo que había explicado a la gente, a mis alumnos y darle finalmente un sentido. Todo lo que cuento en el libro me lo sé desde los 18 años, pero no me había travesado, no me había construido. Hay un saber informativo, puedes enseñar a Platón todos los días y dejarlo niquelado, pero si eso no te ha atravesado, no se ha metido dentro, en verdad no sabes absolutamente nada y no tienes ese otro tipo de conocimiento.
-Así como reflexiona sobre la separación entre seres queridos –por la muerte, la enfermedad, la extrañeza, el dolor- habla también sobre la naturaleza colectiva de nuestros sentimientos, nuestra relación con el otro.
-La máxima del libro plantea: no nacemos solos, no morimos solos, no nos consolamos solos. El consuelo sólo es posible obtenerlo, y el conocimiento también, a través del otro. Aprender no consiste en leer muchos libros o tener muchas experiencias sino en la forma en que las has compartido, las ha transmitido o se las han trasmitido. Es en el diálogo, en el encuentro, donde nos vamos haciendo y vivimos una cultura muy libresca, muy informativa, en la que parece que los saberes van dado por las cantidad e información que tienes de las cosas. Cuando el único conocimiento es el que te ha atravesado.
"La máxima del libro plantea: no nacemos solos, no morimos solos, no nos consolamos solos".
-¿Todavía sigue escribiendo para comunicarse con Dios?
-Ya no sé para qué escribo… Sí. Para buscar eso que llamaban los antiguos la palabra sensible, la que acaba tocando, como decía Platón, con la punta de los dedos aquello que no sabe ni nombrar. Sí, en el fondo, lo que quiero es tener una conversación con Dios.
-El libro es como usted.
-Sí, todos los que lo han leído dicen que estoy clavadito...
-Tiene un humor ácido, que evita la melancolía. Pienso en autores como Piedad Bonnet o Marcos Giralt, que sobre la propia pérdida, en el caso de ella de un hijo y él de su padre, elaboran una reflexión tan personal como estética y que no deja de ser una empresa complicada de escribir y de leer…
-Yo no quería hablar de la muerte ni del dolor extremo, porque en esos casos, el tema traga cualquier posibilidad de reflexión. La muerte de un hijo, ahí se acabó todo. Yo necesitaba un tema que me permitiera levantar la cabeza e ir en busca del consuelo. Tenía que hablar de muertes cercanas pero no tan estructurales como las de un hijo o un padre, que esas sí que son auténticos pozos. La mirada del libro está un poco levantada, coloca esas muertes en territorio tratables. Si muere un hijo, no sé si tendría algo que decir, no sé si sería bueno decir algo, pero al menos, en mi caso, quedaría sepultado por el alud de dolor. No quería una oleada de melancolía, quería ironía, que el lector se pudiera reír del personaje, crear situaciones anómalas y casi absurdas. Quería un libro sobre la vida y no sobre la muerte y creo que la vida es consuelo, capacidad de reparación… atención, en resumidas cuentas.
las puertas de la noche
"Estamos aquí, en este mundo, para saber por qué estamos aquí. No cabe otra razón. No hay mejor razón. Sentido de la vida y objeto de la existencia: nacemos para conocer. Y vamos creciendo. La flecha del tiempo es la flecha del conocimiento. Flecha: lo que atraviesa. Pero no es lo que se sabe. No es lo que se puede aprender, ni lo que decimos, ni lo que creemos. Es lo que sentimos. En el sentido que sentimos: sentimiento. Lo que nos atraviesa"
* * *
"Cuál será nuestro comportamiento en un campo de batalla, ante un diagnóstico de cáncer o ante un duelo, es una incógnita. No sabemos tanto de nosotros mismos, ya que vivir consiste precisamente en ese proceso exploratorio en el que vamos descubriendo quiénes somos a partir de lo que nos pasa. No sabemos quién seré en el próximo amor, ni quién en la riqueza, ni quién en el trabajo".
* * *
"De modo que los muertos se ocupan de nosotros. Creemos que nos ocupamos de ellos, y así es, pero mucho menos de lo que ellos se ocupan de nosotros. te dejan mapas, otro mundo que habitar (...) ¿Cómo puedo pensar que Alfredo está en otra parte, que ya es distinto, cuando el hecho es que está aquí y que quien comienza a ser distinto soy yo? Por tanto, nada de adios".
* * *
"Pensé en esos viajes que los héroes, en que ellos viajan y regresan de un lugar que para el resto de los mortales es de dirección única, y en el que todo empuja con una fuerza homogénea: hacia el final. Hacia un final que es la conclusión de todo. Quizá el héroe es llamado así porque la verdadera hazaña es que desafía la vida. Para regresar a ella"