No se trata de que los presidentes den explicaciones en libros a 20 o 30 euros, sino en el parlamento gratis, escribió Soledad Gallego Díaz en su columna del diario El País este domingo. Menos libros de memorias y más diálogos, tituló la periodista. En poco menos de un mes José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar, Pedro Solbes o Felipe González presentaron sus libros, gruesos tochazos, que cruzan las estanterías con un tufillo de impuntualidad que levanta sospechas. ¿Por qué ahora y no antes?
Mientras desde La Moncloa se edifica la catedral de la recuperación –vendrán tiempos mejores, están aquí, ¿acaso no los ven?-, los tribunales acumulan sumarios de corrupción y el parlamento sirve de escenario para debates en los que los portavoces se arrojan reproches como quien esparce confeti. Entretanto, estudiantes, trabajadores, funcionarios, pensionistas y parados inundan las calles, día a día, y parece que la vida nacional se trasviste en cuadrilátero para defender los derechos que la crisis económica y las medidas de gobierno podan con la afilada tijera de la austeridad.
Con los pies muy puestos en esa calle, un grupo de sellos editoriales ha apostado por una literatura que se planta, milita; que se ocupa de la calle con una preocupación muy distinta de la novela histórica que dominó los años rollizos y rosados de las vacas gordas. Ya una primera oleada de lo que algunos han llamado una “novela social” inundó las novedades de otoño –una buena parte ya reseñada en estas páginas- con títulos que metían al lector en el largo pasillo del mundo desmoronado: Pablo Gutiérrez con Democracia (Seix Barral); Isaac Rosa y La habitación oscura (Seix Barral); Doménico Chiappe y Tiempo de encierro (Lengua de Trapo) o Lara Moreno y su Por si se va la luz (Lumen).
La fiebre, mejor dicho la realidad como síntoma de una temperatura del malestar, tuvo sus expresiones previas, acaso a comienzos de 2013, con libros como En la orilla (Anagrama, 2013), la más reciente novela de Rafael Chirbes, que salió a la venta tras seis años de silencio de su autor. En ella, Chirbes cuenta la historia de Esteban, un hombre que se ha visto obligado a cerrar una carpintería tras vivir del esplendor de la construcción y que se descubre de pronto vacío y despojado. Su renuncia ha dejado en la calle a cinco personas y su padre, enfermo en fase terminal, se apaga mientras él intenta sobrellevar la ruina que toca a su puerta con la insistencia de una derrota. “Vosotros lo tenéis todo, yo tengo una escopeta", escribe Chirbes en lo que algunos llamaron una novela de la crisis. En un registro dintinto pero igualmente preocupado por el quehacer político de la ficción, Marta Sanz publicó la magnífica Daniela Astor y la caja negra (Anagrama, 2013), una novela que, haciendo uso del gancho del destape y la transición, reflexiona sobre la decisión individual sobre el propio cuerpo y la maternidad.
Un contingente de libros preocupados llegan ahora a las librerías. Uno de los sellos que ha jugado esa baza de manera más evidente ha sido la joven editorial Malpaso.
Esos no fueron –ni serán- las únicos. Un contingente de libros preocupados llegan ahora a las librerías. Uno de los sellos que ha jugado esa baza de manera más evidente ha sido la joven Malpaso –recién comenzó su actividad en el segundo trimestre de 2013-, que ofrece ahora dos volúmenes de ensayo que entierran el colmillo en la libertad –ideológica, laboral- como situaciones de emergencia. El primero de ellos Desorden púbico: una plegaria punk por la libertad,de Pussy Riots, la banda rusa integrada únicamente por mujeres, quienes saltaron a la palestra uniformadas con el pasamontañas de la insatisfacción y traspasaron las puertas de una catedral moscovita para elevar una “oración-punk” contra la ortodoxia. Pedían a la virgen que echara a Putin del Kremlin. Lo pagaron caro.
Hace poco Nadezhda Talokónnikova, una de las integrantes encarceladas, fue trasladada al hospital en estado de gravedad debido a la huelga de hambre. Ellas son la prueba de cuán poco le gusta a la Rusia actual que alguien desafíe su autoridad y así queda impreso en las páginas de este libro que reúne canciones, poemas, artículos y otros textos significativos de “las vulvas sublevadas”. La batalla contemporánea en defensa de las libertades civiles queda expuesta en un volumen donde lo más significativo puede que no sea el tono femenino de la protesta, sino su urgencia y su irrupción necesaria, así sea a trompicones o guitarrazos.
También de Malpaso, está No pasarán, contra la economía caníbal, de Édouard Martin, un hombre nacido en Andalucía y que desde la dirección del sindicato francés CFDT le cantó las cuarenta a la cara al conservador Nicolas Sarkozy y al socialista François Hollande. Apodado el Quijote de Florange –o más frívolamente el Gregory Peck proletario-, Martin se ha convertido en el símbolo de una pequeña localidad de la región de Lorena. La ciudad depende casi en su totalidad de de los hornos de la multinacional ArcelorMittal, poderosa siderúrgica con sede central en Luxemburgo que, ante la tentativa de cierre de la fábrica, se topó de frente con Martin, un sindicalista que entendió la militancia como mecanismo directo y que ofrece su testimonio de lucha en las páginas de un volumen tan potente como su determinación.
El sindicalista Édouard Martin le cantó las cuarenta a la cara al conservador Nicolas Sarkozy y al socialista François Hollan. Apodado el Quijote de Florange –o más frívolamente el Gregory Peck proletario-, se opuso a la multinacional ArcelorMittal.
Los editores de Libros del K.O, un sello de marcado énfasis periodístico, ha publicado A Moscú sin Kaláshnikov, escrito por Daniel Utrilla, corresponsal durante 11 años del diario El Mundo en Rusia, quien propone –en palabras de los púgiles- “un striptease sentimental envuelto en papel de periódico y conservado a 20 grados bajo cero”. Novela, crónica o testimonio del choque cultural. La ansiedad por el scoop contada en un país que levanta sospechas democráticas entre quienes respetan la libertad de información y el derecho a cuestionar el poder y que se manifiesta tanto en anécdotas literarias o librescas como en un profundo rumor de extrañeza que se respira en una sociedad que cumple algo más de dos décadas desde la caída del muro de Berlín.
Desde una tribuna mitad académica-mitad indignada, la editorial Seix Barral publicó recientemente Gente decente, del politólogo y profesor Juan Carlos Monedero, quien en esta ensayo cuestiona no sólo el papel de los partidos sino de la política como ejercicio puesto en práctica con una clase media a quien él atribuye la decencia como condición de la marginalidad y el descontento. A veces demasiado perplejo ante experiencias populistas, Monedero –quien fue asesor e Izquierda Unida y del gobierno de Hugo Chávez- propone sin embargo un debate sobre los derechos sociales como objeto amenazado no sólo por la falta de ideologías sino por la cartelización de los actores públicos y la profesionalización de los movimientos sociales.
En una reflexión si se quiere más literaria, Anagrama ha editado Valiente clase media, del mexicano Álvaro Enrigue, ganador del Premio Herralde 2013. Con el subtítulo Dinero, letras y cursilería, Enrigue recorre la historia literaria de América desde un punto de vista tan crematístico como social. En sus páginas cuenta, por ejemplo, cómo Sor Juana Inés de la Cruz tuvo que trabajar como contadora en el convento de San Jerónimo para sobrevivir y llega incluso a revelar la aparición de las finanzas en su obra poética. Rubén Darío, Carlos Fuentes o Francisco Xavier Clavijero son otros personajes que cruzan una reflexión tan literaria como fundacional y en al que Enrigue se permite la relectura de una historia colectiva.
Están los que apelan al humor, no se sabe si conveniente arropados con la carcajada como frazada o navaja. Tal es el caso de No estamos locos, del médico, presentador, humorista, ex músico, guionista y actor José Miguel Monzón, el Gran Wyoming, front man de El intermedio, el espacio en el que Atresmedia se permite su cuota de desfachatez y tirapiedrismo en un formato que mezcla información, política y humor. En las páginas de esta novela, Monzón afirma: un fantasma recorre La Moncloa, La Zarzuela, Bruselas, el Vaticano y el Bundesbank. Se trata de la amenaza de un médico que se aprovecha de la comunicación para glosar el diagnostico de la enfermedad. Retrato de la España actual y de la Europa en la que se cuecen los espesos guisos del desastre Wyoming echa mano de la crítica social convenientemente envuelta en ironía y humor. Es obvio que Planeta no pierde de vista que los díscolos, también, están obligados a vender.