Hay quienes aseguran que Mariano José Larra era uno de los periodistas mejor pagados de su época. Confirmar el dato no es del todo posible. Lo que sí sabemos es que fue uno de los mejores, y eso sí podemos comprobarlo. Fue la firma más brillante de un siglo que dio de sí los mejores creadores y los episodios más sangrientos. Ha de ser eso que tienen los finales de ciclo. Como el Siglo de Oro, en el Romanticismo español surgieron ingenios como el de Mariano José Larra, de quien se expondrá hasta el 30 de abril, en el museo del Romanticismo, una pieza suya inesperada: un manuscrito de El Rapto, una ópera inédita.
Como el Siglo de Oro, en el romanticismo español surgieron los más grandes nombres, como Larra, de quien se exhibe un inédito
No ha llegado de la nada este papel. En el número trece de las madrileña calle de San Mateo, el Museo del Romanticismo guarda entre sus colecciones un valioso equipaje. Más de 19 cajas con manuscritos y objetos que pertenecieron a El pobrecito hablador. A través de ellos, es posible ver una panorámica de un personaje que levantó su onra en la bisafra que forman las Cortes recién nacidas tras la década que se reparte entre 1823 y 1833 y la primera guerra carlista (1833–1840). Autor de una prosa que se entiende de tú a tú con el Quevedo del siglo XVII o la de Jovellanos en el XVIII, hay algo trágico, acaso ejemplar que mana, como un vapor, de entre sus objetos. Especialmente el que suscita nuestro interés en un mes tan libresco como abril.
Se trata de una de las escasas incursiones del autor en el género lírico: el drama lírico en dos actos titulado El Rapto, con libreto de Larra y música de Tomás Genovés. En la escena madrileña del momento triunfaba la ópera italiana y Larra, espíritu inquieto y renovador, pretendió revitalizar la lírica española adormecida durante mucho tiempo. Y así procuró hacerlo. Sin embargo, esta obra, que se estrenó en el Teatro de la Cruz el 16 de junio de 1832, fue un rotundo fracaso y obtuvo críticas muy desfavorables. Ni la música fue aplaudida, ni el libreto.
El manuscrito que ahora expone el Museo del Romanticismo es propiedad de Jesús Miranda de Larra, descendiente del célebre escritor, que lo ha depositado temporalmente en la institución durante este mes de abril, siendo la primera vez que se muestra al público. No se trata de un manuscrito original de Larra, sino de un copista, pero está supervisado por él y contiene correcciones de su puño y letra. Esta no es, ni mucho menos, la única pertenencia de Larra que puede verse en el museo.
En esta ocasión el museo madrileño da a conocer una de las escasas incursiones del autor en el género lírico
Justo cuando el Museo del Romanticismo reabría sus puertas, en 2010, Don Jesús Miranda de Larra, el hijo de la tataranieta del escritor y de quien se recibe la ópera inédita, donó 19 cajas con material del escritor y entre cuyos objetos se cuenta la levita –expuesta el año pasado-, una camisa con gruesos lunares de sangre seca que perteneció al periodista –como con las pistolas exhibidas en su gabinete, no existe la plena certeza de que aquella fuese la que llevara puesta el día de su muerte, en febrero de 1837-, un mechón de cabello que hace las veces de reliquia, los tirantes color crema, una tarjeta de visita, algunas naipes de baraja española ...
Acaso filtrado por la mirada pesimista de la Generación del 98, Mariano José de Larra permanece hoy como una figura tan lúcida como castigada. Ya fuese como Fígaro o El Pobrecito Hablador, Larra convirtió la crítica literaria en fértil escaparate colectivo. Hizo poesía y también teatro, del que forma parte su drama Macías, dedicado al desdichado amor del trovador gallego. Símbolo de la nación como frustración, el lustre de la pistola con la que se quitó la vida se alza como metáfora redonda de un siglo que prometía claridad y sin embargo terminó en penumbra. Su muerte fue, acaso, un excesivo gesto del genio romántico pero también una metáfora que sobrevuela y todavía interpela a quien la piensa, casi de la misma forma como esas dos pistolas de duelo exhibidas en una vitrina en el palacete que acoge el museo. Porque a veces, todo suicidio parece la forma que consiguen algunos de interpelar a su generación: al país y la sociedad de un tiempo.
Larra. No nos cansaremos de repetirlo. Su nombre es inmenso, sonoro e infalible como un balazo. No en vano eligió un fogonazo –pistola en la sien, de pie ante un espejo- para silenciar con pólvora el amor no correspondido de una mujer, aunque también el de una nación. Mariano José de Larra, un personaje excesivo y romántico a más no poder, al que el museo dedica su sala número XVII: el gabinete de Larra. Aquella, dicen, fue la primera estancia de la institución. En ella se exhiben, todavía hoy, objetos del periodista: desde aquellas dos pistolas de las que se dice que fueron el arma con la se quitó la vida hasta aquellos manuscritos autógrafos en los que fisgón de turno puede auscultar una letra pequeña y apretada que tuerce por no gritar. Aunque ya sabemos que la caligrafía también alza la voz. Esta pieza forma parte de un ciclo de actividades y conferencias que ofrece el museo en ocasión del mes por antonomasia del libro: abril. Si quiere consultar la programación completa, pinche aquí.