En el suflé catalán todos quieren meter su cuchara. Por distintas razones: unos para que baje, otros por sacar partido con un buen bocado y algunos sencillamente porque ni pueden ni quieren mantenerse al margen. Ese parece ser el caso de José María Pont, quien ha elegido el telón de fondo del secesionismo para ambientar una primera novela: Banderillas negras (Kailas), una historia que echa mano del thriller y el humor para dibujar un paisaje hilarante, casi esperpéntico.
En el suflé catalán todos quieren meter su cuchara. Por distintas razones: para que baje, otros por sacar partido con un buen bocado
Irónico, prácticamente a la defensiva, Pont responde como si le atacaran. Bien. Así lo ha decidido él. Y entre el sarcasmo y la autosuficiencia queda la duda: ¿por qué tantos autores apelan a la farsa para contar el proceso del nacionalismo travestido en independentismo? ¿Está el horno para bollos? “Yo recurro al humor por falta de imaginación, porque no entiendo nada, por la ansiedad de que mi libro consiga reconocimiento, para no llorar, porque me divierte más que tomarme las cosas desesperadamente en serio”. Que su boca -o su teclado, mejor dicho- sea la medida entonces.
José María Pont ha caído en el mundo editorial por un cúmulo de errores, dice él. Cuando su principal interés “eran las mujeres y la música de Frank Zappa, las presiones familiares lo empujaron a estudiar empresariales”. Tras una fulgurante carrera que lo llevó a convertirse en un importante directivo, se refugió en la escritura. Y de ahí salió Banderlillas negras.
¿De qué trata, entonces, este primer intento? La palabra enredo es lo que más se acerca al propósito. Un conocido diputado nacionalista aparece asesinado en extrañas circunstancias en Montjuic. El crimen desata un esperpéntico torbellino de acontecimientos con el llamado proceso catalán de trasfondo. Policía, justicia y clase política se ven envueltos en un lío como la recientemente clausurada plaza de toros de Barcelona: monumental. Un thriller en clave de humor con una trama donde los rasgos grotescos y absurdos “se asemejan cada vez más a la realidad del país”. Ramalazos de Vázquez-Montalbán entre una voz que intenta afinarse y una realidad que empapa todo cuanto aquí se relata. Sobre este tema habla Pont en esta entrevista.
-El independentismo, la crisis y los toros se enredan en su primera novela, pero… ¿y la literatura dónde queda en todo esto?
-Gran pregunta, pero convengamos antes qué es literatura. Y si aceptamos entre sus definiciones que es “una ventana desde donde observar lo que ocurre afuera o desde donde mirar adentro…”, entonces la literatura estuvo ahí todo el tiempo, aunque no soy un crítico, solo un aprendiz de escritor que intenta reflejar a su manera lo que observa alrededor.
Irónico, prácticamente a la defensiva, Pont responde como si le atacaran. Bien. Así lo ha decidido él. Que su boca, mejor dicho, el teclado, sea la medida
-Si estaba usted tan a gusto entre mujeres y Frank Zappa, ¿qué hace atormentándose, por voluntad propia, ya no en empresariales, a lo que se dedicó y que sería lo de menos, sino en esa mezcla de suflé catalán y ficción?
-No me atormento en absoluto, me divierto un montón y espero que los lectores también se diviertan. Para mi escribir es un placer y espero ser capaz de transmitirlo.
-¿Por qué tantos autores echan mano del humor? Por muy thriller que parezca, el horno no está para bollos, ¿o sí?
-Los otros no sé, yo recurro al humor por falta de imaginación, porque no entiendo nada, por la ansiedad de que mi libro consiga reconocimiento, para no llorar, porque me divierte más que tomarme las cosas desesperadamente en serio.
-¿Si no nos reímos muy mal vamos?
-Uno de los grandes problemas de nuestro país es el exceso de solemnidad.
-¿Usted, como Marsé, piensa que todo esto es una cuestión de sentiments y centimets, esa distinguida dualidad que resume la problemática gobernabilidad de Catalunya?
-No, para nada. Más bien lo veo como una fórmula donde hoy confluyen las históricas tensiones entre la urbe y el campo, lo íntimo y lo global. Lo otro es ruido.
-¿Cuánto de esperpento y farsa y cuánto de thriller tiene esta novela?
-Se me ha traspapelado la receta donde tenía apuntadas las dosis y cantidades exactas. Pero que quede claro: no soy un “thrillero”. Y tal como está el patio empiezo a pensar que lo que hago es escribir novela histórica.
-¿Por qué los toros como símbolo? ¿para meter el dedito más hondamente en la herida? ¿qué trasunto de tragedia o de tragicomedia da la puntilla a todo esto?
-Mi afición a los toros se reafirmó cuando supe que Rafael el Gallo era el autor de la frase “lo que no pué ser no pué ser y además es imposible”. No son los toros el símbolo sino el arte taurino reprimido, ejemplo de hasta dónde puede llegar el endiosamiento de aquellos que se creen conferidos de la verdad absoluta y gustan de su imposición.