Que Madame Bovary haya dejado huella en su vida lo dejará en la nuestra. No es posible leer esas páginas sin encenderse por dentro. En ellas coinciden tres mujeres: la siempre insatisfecha y arquetípica dama creada por Flaubert; una periodista que se gana la vida haciendo preguntas a gente que no conoce -y que descubre que eso exactamente lo que desea hacer- y María Luisa Castillo, una modesta muchacha de pueblo que pasó de proyecto de profesora a esposa de un farmacéutico. Tres estampas arsénicas, vitales, que narra El bovarismo, dos mujeres y un pueblo de La Pampa, el texto escrito para el ciclo de Conversaciones Literarias en Formentor con el que la periodista argentina Leila Guerriero ganó el Premio González Ruano entregado por la Fundación Mapfre y que la trajo a Madrid esta semana.
Dueña de una melena eléctrica y de unos brazos enclenques -pero fibrosos, a tono con su delgada figura-, Leila Guerriero habla con la seguridad de los que atesoran certezas y atizan con ellas a los que dudan. Juntos, su cuerpo y su voz se convierten en la representación que adquiere su escritura en el mundo de los vivos: una prosa magra pero firme, como sus extremidades; esencial pero musculosa, que se impone como lo hace su voz sobre esta mesa en la que reposa, a un lado, un ejemplar de El Héroe discreto que Mario Vargas Llosa le ha hecho llegar, dedicado, al hotel donde se hospeda. Y aunque lo parezca, este no es un detalle cualquiera. Más todavía cuando hablamos de Flaubert y la criatura suicida con la que Guerriero lastima, de belleza y lucidez, en ese texto que se pega a la memoria como las sombras a sus dueños.
Habla con la seguridad de quienes atesoran certezas y atizan con ella a los que dudan.
Aunque Leila Guerriero no escribe ficción, fue justamente ésta la que le llevó al periodismo, oficio que ejerce desde hace 22 años. Nacida en Junín, provincia de Buenos Aires, Argentina, comenzó su carrera, en 1991, en la revista Página/30. Entonces ella no sabía lo que era reportear, pero ya conocía, muy de cerca, lo que era escribir. Nunca ha hecho diarismo, dice sin tocar el café cortado que se enfría en una taza. En su lugar, sin embargo, ha construido una firme obra periodística que aguantaría el ventarrón del tiempo.
Tras años de colaboraciones en distintos medios –desde El País, Letras Libres o Vanity Fair hasta El mercurio o Gatopardo-, en 2005 salió a la luz Los suicidas del fin del mundo, libro en el que narra la oleada de suicidios que ocurrieron en la remota localidad petrolera de Las Heras, en la Patagonia. En 2009, publicó una recopilación de sus crónicas titulada Frutos extraños. A esa siguió Plano americano, volumen que reúne veintiún perfiles de personalidades de la cultura de España y Latinoamérica. Este año, con Anagrama, publicó Una historia sencilla, en la que retrata a Rodolfo González Alcántara, un anónimo bailarín de malambo, danza tradicional entre los gauchos argentinos. Su trabajo ha formado parte de antologías como Mejor que ficción (Anagrama, 2012) y Antología de crónica latinoamericana actual (Alfaguara, 2012).
"Si yo me mudara de mi casa podría dejar parte de mi biblioteca, pero no Madame Bovary".
- El bovarismo, dos mujeres y un pueblo de La Pampa, el texto por el que ganó el Premio González Ruano, es tan autobiográfico como literario.
-Lo escribí para los encuentros literarios de Formentor, que en cada edición suelen tener un tema. Ese año estaba dedicado a los grandes personajes de la literatura. La idea era que cada autor hablara de uno. La pregunta base era cómo nos llevamos con estos personajes que terminan siendo casi más conocidos que los vecinos del edificio. Yo sé más de Madame Bovary que del vecino del segundo, a quien no digo más nada excepto buen día o buenas tardes. Partiendo de esa premisa, escribí ese texto, que se publicó en la revista El Malpensante, en Colombia. Es una lectura autobiográfica de la novela. Si yo me mudara de mi casa podría dejar parte de mi biblioteca, pero no Madame Bovary.
"La insatisfacción que tiene Madame Bovary es la misma con la que se puede identificar cualquiera hoy".
-En ese texto hace lo que en su escritura: escoge a María Luisa, una amiga de la infancia, una mujer cualquiera, un personaje anónimo, y nos la presenta. Hace visible su historia.
- Me interesaba comparar esas dos vidas: la mía y la suya. Yo, que era la más bovariana, y ella, que parecía lanzada a una vida con objetivos claros, terminó agarrando este otro camino completamente impensado. Lo que funciona de Madame Bovary es esa veta universal que nos toca a todos. Pasan años y seguimos fascinados por un personaje moderno. Me parece que la insatisfacción que tiene Madame Bovary es la misma con la que se puede identificar cualquiera hoy en día. Querer y no poder o no saber bien lo que se quiere. El texto está anclado sobre esa idea: cómo una vida real, pequeña, anónima, puede ser reflejo de una novela escrita en el siglo XIX.
-Empezó como periodista gracias a un cuento que envió a Página 12. Leila Guerriero, que dice no escribir ficción, empezó en el periodismo por ella.
-Sí, la ficción me consiguió un trabajo de periodista.
"La ficción me consiguió un trabajo de periodista".
-Es paradójico
-Sí… La ficción me llevó al periodismo y una vez que lo conocí, ya no quise hacer otra cosa, ¿viste? –dice, argentinísima-. Tuve que aprender, obvio. No era periodista, pero me sentí inmediatamente muy cómoda. La primera vez que viajé fuera de la Argentina, en la ficha de inmigración, en la que se escribe la ocupación puse periodista y me pareció que todas las piezas del rompecabezas encajaban. Creo que todos empezamos escribiendo ficción. Es raro que un chico comience escribiendo un reportaje sobre su cuadra o un perfil de su abuela.
-Se da por sentado que la ficción es más valiosa.
-De chica, cuando me preguntaban qué quería ser, yo respondía: escritora, no periodista. No era una posibilidad. Pero una vez que fui periodista no quise ser nunca más otra cosa.
-¿Por qué Una historia sencilla no fue una novela?
-No creo que mi imaginación le pueda aportar absoltamente nada a esas historias que cuento. Hay gente que lo hace, y lo hace fantásticamente bien. A mí la realidad me basta, no necesito agregarle nada. Un tipo humilde que se entrega por entero a un baile para ganar un concurso y al mismo momento que se lo gana, llega al final de su carrera... Ya es alucinante que exista, no necesita nada más.
"A mí la realidad me basta, no necesito agregarle nada".
-Al lidiar con la realidad las licencias están contadas. Sin embargo, hay un tipo de periodismo que dramatiza o embellece, sólo para que la historia parezca más de lo que es.
-Me parece que la diferencia está entre el buen periodismo y el periodismo mal hecho. Si te plantas frente a la realidad y lo que quieres es confirmar un prejuicio que tienes sobre esa realidad, pues saldrá así. Claro, no somos santos. Es imposible no tener esos prejuicios, pero justamente, el hecho de permanecer mucho tiempo con una persona, de hacer estos reportajes de más largo aliento que implican exponerte a una realidad durante un tiempo más prolongado, te permite protegerte del prejuicio.
-Se teme a la página en blanco, pero peor que su vacío es llenarla de frases comunes. El periodismo está lleno de latiguillos, descripciones repetidas mil veces que se contagian y lastiman la mirada. ¿Cómo luchar contra eso?
-En los perfiles, por ejemplo, hay como tics comunes a la hora de describir una persona. ‘Entonces sonrió y miró por la ventana’. Todo el mundo en algún momento sonríe y mira por la ventana. Primero que nada, creo que hay que leer. Y no releerse a uno mismo, sino a los que saben hacerlo: leer poesía, ficción, cuentos, novelas. Porque la descripción es de las cosas más difíciles. Es pintar pero con palabras y al final siempre recurrimos a los mismos cuatro colores. Siento también que uno tiene que tener las riendas muy justas y no pensar que hemos descubierto la pólvora.
"En cada país la situación del periodismo es distinta. Hay unos en los que están más precarizados desde el punto de vista económico y eso termina vulnerando el producto".
-El periodismo es una forma de salud, un síntoma de democracia. En sus años de ejercicio de la profesión, ¿cómo ve la libertad de su ejercicio, en todo sentido?
-El tipo de periodismo que yo hago no es el que está en el ojo de la tormenta. Si pienso en mis colegas que están en México, los que cubren el conflicto en Colombia o los corresponsales de guerra que están en Siria… es otra cosa. Me parece que en cada país la situación es distinta. Hay unos en los que están más precarizados desde el punto de vista económico y eso termina vulnerando el producto en sí y en otros está más precarizado desde el punto de vista del riesgo.
-Pero pensemos en otro tipo de amenaza: la invisibilidad de ciertos temas, las ensoñaciones ideológicas alrededor de temas que ni siquiera se comprenden, como La Primavera Árabe, por ejemplo.
-Los amores súbitos por movimientos sociales (y también los odios) siempre existieron. Lo que ocurre es que el fluido de información hoy es gigante y tenemos la sensación de que todo tiene más peso. Hace 20 años atrás no. La complejidad pasa por otro lado, no por el hecho de que el periodismo haya retrocedido como lugar para cuestionar el poder.
-Justamente, las redes sociales hacen que las historias y los personajes se achicharren.
-El universo de la noticia se ha visto tremendamente afectado por la inmediatez. El periodista tiene que cubrir noticia, escribirla, hacer las fotos, tener un blog y un tuiter oficial y el Facebook… En ese sentido creo que el trabajo se ha precarizado. En buena parte los periodistas tenemos parte de responsabilidad en eso: es un trabajo que necesitábamos, pero también como que nos enamoramos de todo eso. A eso se suma la idea de que la gente no lee y de que tenemos que escribir corto, sin análisis. El lector no es tonto. Y además, el periodismo lo que ha ofrecido es eso: poner la cámara en todos los ángulos que el lector desconoce. Las visiones apuradas reducen la realidad.
"No me gusta hablar de crónica porque me parece un poco pretencioso".
-A diferencia de hace 20 años, existe una explosión de la crónica. Se publican libros, se estudia y se discute más, ¿qué ocurre con el género?
-Tampoco es tanto lo que se publica como se cree. Es cierto que salieron estas dos antologías a la vez el año pasado. Si uno mira hacia atrás hace 15 años, pues sí, ahora hay más gente que entiende de qué se trata. Está La anfibia en Argentina; Cometa en Perú; Marcapasos en Venezuela; El Faro en el Salvador… A mí no me gusta hablar de crónica porque me parece un poco pretencioso, aunque también me parece que darle un nombre sirvió para delimitar un territorio. Si vos no sabés de qué estás hablando es más difícil discutirlo, analizarlo. Lo que sí creo es que no existe mayor cambio en el panorama donde se publican esas crónicas.
-¿En qué sentido?
-La existencia de revistas como El Malpensante, Gatopardo, Soho, Etiqueta Negra fue una punta de lanza o la Fundación Nuevo Periodismo, que propició el cruce entre periodistas. Hoy cualquier periodista que haya publicado en esas revistas tiene el mapa claro de sus colegas que hacen algo parecido en otros países, cosa que no ocurre aquí en España, donde hay un desconocimiento absoluto y no se entiende qué es el periodismo narrativo. Es muy difícil encargarle a un periodista español un perfil, en su lugar te manda una entrevista pregunta-respuesta.
"En España hay un desconocimiento absoluto y no se entiende qué es el periodismo narrativo".
-Hay una frase en su texto: Entre la espada y la pared siempre se puede elegir la espada ¿Qué intenta decirnos?
-Me la dijo un profesor hace muchos años en Junín, donde yo nací. Yo le había dicho algo así como ‘qué querés, no me quedaba elección’ y él me respondió: “Entre la espada y la pared, siempre se puede elegir la espada”. Siempre se puede elegir. Eso me funciona porque en mi trabajo me gusta ir contra corriente, si hace falta. Que la persona que vas a buscar no sea lo que todo el mundo dice que es sino lo que realmente es. El problema es que cuando se está entre la espada y la pared, se suele elegir lo que es más conveniente. Y muchas veces la espada no es lo que más nos conviene.
El bovarismo, dos mujeres y un pueblo de la pampa
"Pienso ahora que Madame Bovary es, quizás, una novela contra los hijos, contra el futuro, contra las ilusiones, contra la intensidad, contra el pasado, contra el porvenir, contra las ferias, contra los carruajes y contra los ramitos de violetas: una novela contra sí misma cuyo milagro mayor reside en la eficacia con que inocula en sus lectores la incondicionalidad fulminante que solo producen personajes como Emma o como, digamos, Hannibal Lecter: una incondicionalidad incómoda, generada por todos los motivos equivocados, pero absolutamente radical. Para decirlo simple: aunque yo nunca la querré, le seguiría los pasos hasta el más mísero confín.
(…)
Han pasado muchos meses desde la tarde de abril en que empecé a tomar estas notas, y años desde que era una adolescente con angustia y sin un plan. Y, otra vez, no hay conclusión, ni epifanías. Hay evidencias: Luisa está muerta, y Madame Bovary, como una máquina de atravesar los siglos, me sigue susurrando su mensaje voltaico, su terrible canción: cuidado, cuidado. Cuidado".
Consulte el texto completo en El Malpensante.