Es la mújer número catorce en llevarse un Nobel de Literatura. Lo hizo en 2015. Estaba convencida de que el galardón la haría -ahora sí- inevitable. Ahora ninguno de "los poderosos" bielorrusos o rusos podría excusarse. Tendrían que cogerle el teléfono. Quisieran o no. Se trata de la periodista Svetlana Alexiévich, quien visitó Madrid esta semana para explicar su obra y su visión de un mundo crepuscular: el imperio soviético, su desmoronamiento y transformación en archipiélago durante la década de 1990. Testigo de ese abrupto tránsito entre el régimen comunista y y la apertura de mercado -vamos, el capitalismo aunque sus gendarmes no deseen llamarlo así-, Alexiévich ha narrado desde los estragos de la Segunda Guerra Mundial al convulso presente de Rusia, con especial énfasis en la voz de quienes vivieron el desastre de Chernóbil o la guerra de Afganistán.
Al escuchar a Alexiévich queda de fondo la idea de que el Hombre Nuevo sólo quería comprar ropa nueva, viajar a Egipto.
"En Rusia y Bielorrusia, mis dos patrias, las cosas no van bien. Están cerrados al mundo, han parado el proceso de pensar e interpretar la información. Uno de mis maestros es Dostoievski. Y como él escribió: todo el mundo grita su propia verdad. Me refiero a la verdad de una persona, de un individuo. En mi trabajo he tenido como regla dejar a cada uno que grite su verdad. Yo no puedo forzar la vida ni la realidad, tengo mi visión y mis convicciones. Los libros son el foco de esa visión", aseguró la bielorrusa en el coloquio que sostuvo este martes en el Aspen Institute de España. La acompañó Pilar Bonet, corresponsal de El País en Moscú. "Cuando recorríamos las calles en los años noventa, no queríamos que volviera el capitalismo. Lo decía la gente. Pensábamos en un socialismo de rostro humano, un socialismo justo y bueno, que tendríamos la mima vida que en Europa. No nos podíamos imaginar que la transición sería así", dijo la escritora.
"Han salido tantos monstruos pequeños del fin del comunismo, que ahora no convivimos con aquellos que generó el comunismo, sino con los ratones de la naturaleza humana. No conocíamos a nuestro pueblo, pero salieron todos a repartir la gran tarta rusa que divía a los de arriba y los de abajo. Querían comprar ropa nueva, viajar a Egipto, probar lo material, todo de cuanto había estado privado. Y eso en parte nos ha salvado. La gente estaba tan ansiosa de lo material que eso nos salvó de la guerra civil, del fanatismo de las ideas", dijo. El Hombre Nuevo quería unos zapatos nuevos y en el tránsito se quedó sin ideas, ese es el razonamiento de fondo que retumba en el habla seca de de Alexiévich. Ese prototipo fue el que creó el "Capitalismo oligárquico" y es la base donde se asienta el poder de Vladimir Putin. "Este socialismo doméstico que retrato es el que entra en el alma humana. Es en el interior de cada uno de nosotros donde se transforma un individuo. En la Rusia actual cada individuo reproduce al Putin que conocemos, es un Putin colectivo. Es un dolor de millones de personas se ha transformado en un pequeño Putin que lleva dentro". El mal es más disperso y menos transparente hoy, dice refiriéndose a lo que a su juicio ha sido la creación de un poder oscuro por parte de los actuales líderes rusos.
"En la Rusia actual cada individuo reproduce al Putin que conocemos, es un Putin colectivo", dijo
En la obra de Alexiévich destacan sus reportajes sobre Chernóbil o acerca del papel de las mujeres en la II Guerra Mundial, este último recientemente publicado en España con el título La guerra no tiene rostro de mujer (Debate). Su volumen Voces de Chernóbil (1997) supone para muchos una fotografía de una obra que parte de las voces e historias. En las páginas de este libro, ella documenta las vivencias orales sobre el trauma que supuso la mayor catástrofe nuclear de la historia de la humanidad y que puso de manifiesto la amenaza que el fallido proyecto soviético representaba para el resto del mundo. Una vez consumada la caída de la URSS, Alexiévich dio una nueva vuelta de tuerca en su investigación sobre el fracaso de la utopía comunista con Hechizados por la muerte, un reportaje literario sobre el suicidio de aquellos que no soportaron el fracaso del mito socialista.
Hay realismo y dureza en sus juicios sobre la naturaleza de todos los individuos que forman parte de una sociedad que sigue marcada por el Estado soviético. "Hemos resistido mejor al Gulag que a la prueba del dolar -dice-. La gente no tenía nada que perder en el Gulag, excepto sus ideas, pero hoy todos en Rusia, incluyendo a la elite cultural, tienen algo que perder", aseguró. "La élite cultural de nuestros días no ha podido enfrentarse al mundo, ha quedado encerrada en sí misma, plegada a Putin, aunque ahora muchos lo detesten por considerarlo demasiado débil. Piensan que es débil por no invadir Ucrania; que es débil frente a los EE UU; débil en el interior del país porque no es lo sufciientemente duro con los traidores de la patria (...) Es parte de la histeria militarista que el propio Putin ha creado, una paranoia de fortaleza asediada. Ahora se vuelven a buscar traidores y enemigos en todas partes".
"El Gulag afecta tanto al verdugo como a la víctima. Nadie puede salir de un campo de trabajos forzados y ser libre al día siguiente"
"Durante 40 años me dediqué a escribir al hombre rojo, al comunista ruso. Y no es sorprendente decir que el comunismo va a volver. En Rusia intentaron pasar del feudalismo al socialismo", dice refiriéndose a la naturaleza histórica de Rusia. "La Guerra en Afganistán y Cherbónil agrietó ese gran imperio rojo. Eran movimientos tectónicos que nos advertían de la destrucción del imperio soviético. El sentido de mi obra, además de investigar esta historia, es ayudar a la comprensión de los acontecimientos, no su descubrimiento. Quiero ver aquello que la gran historia suele omitir: los sentimientos humanos, no de horrores -aclara- sino del espíritu, aquello que pemrite al hombre ser humano, aun en el infierno (...) El Gulag afecta tanto al verdugo como a la víctima. Nadie puede salir de un campo de trabajos forzados y ser libre al día siguiente", dice refiriéndose a una sociedad que devino en corrupta transformación del miedo y la opresión, una que no ha sacó ninguna enseñanza de Chernóbil.