Robert Mitchum vivió como un vagabundo antes de ser una estrella de Hollywood. De familia humilde, el actor viajó por el país subiendo de tren en tren y haciendo todo tipo de trabajos y chapuzas para sobrevivir. Lo de actuar vino después, pero para entonces Mitchum ya había mascado polvo, partido alguna nariz y padecido el calabozo. Los senderos de la vida nunca son rectos y afanosos, más bien zigzaguean y nos obligan a cruzar algún río.
A medida que el progreso tecnológico ha traído el confort en el mundo, a casi todos se nos ha olvidado lo que era sufrir. Sufrir a la manera de nuestros abuelos, la de pasar carencias y asumir que no todo lo que queríamos iba a hacerse realidad. Que los sueños, pese a que lo repitan en la factoría hollywoodiense, no se cumplen. Y no por ello hay que cortarse las venas.
La negación ha formado parte fundamental de la educación infantil durante décadas. Había que decirle ‘no’ al niño para que aprendiera que no todo iba a ser siempre como quería. En el fondo, estas enseñanzas hacían que las personas comulgasen desde pequeñitas con el estoicismo y aceptasen que había leyes de la naturaleza inamovibles, y que el mundo no estaba al servicio de nuestros deseos. Más bien al revés, somos nosotros los que hemos de estar al servicio del mundo que nos rodea.
El boxeador y coach Jero García alerta de que tener a los niños entre algodones puede ser tan negativo como su contrario. Avisa de que estamos “creando monstruos”, auténticos tiranos. Y es que un niño que desconoce el ‘no’ es alguien destinado a chocar contra el mundo una y otra vez.
Bohemios y vagabundos
No son pocos los ejemplos en la historia y el arte de gente que desde la penuria más absoluta consigue alcanzar la virtud. De la misma manera, las tabernas están repletas de burgueses e ‘hijos de’ que acallan su melancolía con dosis industriales de autodestrucción. De bohemios impostados como Valle-Inclán, hijo de familia hidalga, poseedor de varias casas con servicio doméstico y al frente de diversos cargos en la Segunda República.
Estos días se ha hecho viral una charla de Iván Espinosa de los Monteros en la que aconseja a un grupo de jóvenes que sean “amables”
Frente a niños mimados como Errol Flyn, Mitchum trabajó en una fábrica de aviones. Conoció de primera mano el ruido ensordecedor y los males del proletario. Quizá por eso y por sus orígenes indígenas, siempre estuvo dispuesto a ayudar a los débiles. No viene mal eso que los traperos y Chirie Vegas llaman “tener calle”.
El sufrimiento nos acerca al otro, que sufre igual que nosotros. Las penurias nos hacen más amables, mientras que el paraíso fabrica seres soberbios, como los dioses griegos, que juegan con el destino de los hombres. El Olimpo, con toda su ambrosía, genera seres como Zeus, que se disfraza de formas humanas para procrear y se jacta de torturar al hombre.
Estos días se ha hecho viral una charla de Iván Espinosa de los Monteros en la que aconseja a un grupo de jóvenes que sean “amables”. Sobre todo con los que están “más abajo” en la “escala de lo que supuestamente importa”. El exportavoz de Vox propone que se fijen en cómo sus compañeros se dirigen al camarero, en si dan las gracias cuando les sirven un vaso de agua… así sabrán qué clase de personas son. “No cuesta nada mirar a los ojos a otra persona y dar las gracias”.
Creo que en España podemos sentirnos orgullosos porque es un país donde todavía sobrevive la empatía. Donde el panadero tiene nombre y apellidos. Es una victoria social que otros países occidentales no comparten, porque allí todo se mide en términos de productividad y eficiencia. España es un país que recuerda que hace poco también era un vagabundo, y sus abuelos crecieron sin calzado, sin juguetes en Navidad y sin propina los fines de semana.
"¿Mi diferencia con otros actores? Que han estado menos tiempo en la cárcel que yo" (Robert Mitchum).