Desde 1981, Woody Allen ha rodado una película por año. Ahora, a sus 82, no puede. No consigue financiación de ningún estudio. Y no porque el cineasta desvaríe o haya perdido el genio, sino porque resurgieron las antiguas acusaciones de abusos sexuales contra su hija Dylan Farrow, un caso ya cerrado y juzgado, y que le pasó factura por segunda vez. Los cargos por agresión sexual interpuestos contra Kevin Spacey fueron desestimados por el juez una vez que el demandante retiró su denuncia, pero ya era tarde para recoger el agua derramada: el dos veces ganador del Oscar había perdido su papel en la serie House of cards y sufrió en carne propia el ostracismo y el desprecio de la industria. El escritor Junot Díaz, ganador del premio Pulitzer en 2008 y profesor de escritura creativa en el MIT, tuvo que dimitir como presidente del Pulitzer por las denuncias de acoso de tres escritoras. Los tres tienen en común, además de la sombra del acoso, la absoluta desaparición de la presunción de inocencia al momento del juicio público al que fueron sometidos. ¿Son estas denuncias una letra como la que fue obligada a llevar Hester Prynne en la novela de Nathaniel Hawthorne?
Las recientes acusaciones de acoso contra el cantante lírico Plácido Domingo vuelven a colocar en el tapete las preguntas sobre cómo y de qué forma deben comprenderse estas denuncias en relación con el tiempo en el que supuestamente ocurrieron. Cuando estalló la versión más beligerante del movimiento #MeToo, la historiadora Mary Beard planteó la paradoja sobre los peligros de este tipo de situaciones. "Creo que hay una tendencia a elegir los eventos y sacarlos de contexto. Tal vez estamos demasiado preocupados por los ejemplos aislados de comportamiento inapropiado de los hombres. Todos tenemos fragmentos de comportamiento casual equivocado que lamentamos, ¿verdad?", comentó Beard. No todos los comportamientos impropios suponen un delito, sin embargo la sociedad denuncia como punibles actitudes que antes se toleraban. ¿Qué hay detrás de eso? ¿Reparación o revancha?
Lo que para unos es justificación para otros es el más elemental sentido del derecho a comprobar la inocencia. Plácido Domingo ha negado las acusaciones por acoso, ocho de ellas anónimas, de las nueve mujeres del mundo de la ópera que lo señalan por haberlas acosado sexualmente. “Las acusaciones de estas personas anónimas que datan de hasta treinta años son profundamente preocupantes y, tal y como se presentan, inexactas (…) Creía que todas mis interacciones y relaciones siempre eran bienvenidas y consensuadas. Las personas que me conocen o que han trabajado conmigo saben que no soy alguien que intencionalmente dañaría, ofendería o avergonzaría a nadie. Sin embargo, reconozco que las reglas y valores por los que hoy nos medimos, y debemos medirnos, son muy distintos de cómo eran en el pasado”, aseguró en un comunicado el tenor y actual director general de la Ópera Nacional de Washington y de la Ópera de Los Ángeles.
Más casos...
Así como el mundo del cine experimentó su propia tormenta, el de la ópera y la música también. La Orquesta del Concertgebouw (Ámsterdam) rescindió el contrato a su director titular, el italiano Daniele Gatti “por conducta inapropiada”. El director de orquesta vio cómo su carrera comenzó a resentirse y muchos de sus compromisos quedaron en peligro, incluida la dirección del Anillo del Nibelungo en el próximo festival de Bayreuth. Lo mismo ocurrió con James Levine, quien fue expulsado del Met tras 46 años luego de ser acusado de acoso y abusos sexuales, o Charles Dutoit, expulsado de la Royal Philharmonic Orchestra también por denuncias de acoso sexual. El prestigioso fotógrafo de moda Bruce Weber también fue acusado de haber abusado sexualmente del modelo Jason Boyce y veinte empleados del dramaturgo Jan Fabre lo acusaron de acoso y humillaciones.
Lluis Pasqual, uno de los directores más destacados de la escena española, tuvo que abandonar la dirección del teatro Lliure tras haber sido acusado por el colectivo feminista Dones i Cultura, formado por más de 800 profesionales del sector cultural, quienes lo acusaron de seguir "prácticas abusivas contrarias a los derechos laborales”. Muchos profesionales salieron en defensa de Pasqual: actrices como Núria Espert, Rosa Maria Sardà, Emma Vilarasau, Mercè Sampietro, Vicky Peña, Carmen Machi, Marisa Paredes y Ana Belén, y los actores Antonio Banderas, Juan Echanove y Eduard Fernandez, así como los directores Josep Maria Flotats, Daniel Bianco y Pablo Messiez. Cada día salen casos nuevos, señalamientos que durante años permanecieron en silencio y que se convierten casi en estigmas en un momento en el que la sensibilidad ha cambiado.
"Antes el acoso no era considerado acoso, ahora sí. Así lo defiende la escritora Marta Sanz en su ensayo Monstruas y Centauras (Anagrama)"
¿Qué significa y qué aportan estas denuncias en cascada? ¿El fin de un encubrimiento de los abusos de las figuras poderosas? ¿La superación de un tabú? ¿O acaso se frivoliza lo que una conducta impropia significa? ¿Qué pesa más: la palabra de quien denuncia o la del que se defiende? Hay quienes tienen muy claro lo que ha ocurrido: antes el acoso no era considerado acoso, ahora sí. Así lo defiende la escritora Marta Sanz en su libro Monstruas y Centauras (Anagrama) un ensayo en el que argumenta la necesidad de no simplificar ni comercializar el feminismo. Al tiempo que reconoce una violencia estructural y soterrada, Marta Sanz también resitúa aspectos del movimiento MeToo y se refiere a un “feminismo que no mete mucho ruido o que mete mucho ruido sin producir muchas nueces”. Se refiere pues a un “un feminismo espectacular que sale en todos los periódicos porque aspira a cambiarlo todo sin que nada cambie demasiado: hombre o mujer, en Hollywood o en el polígono industrial de Coslada, reproduciendo los mismos papeles de amo/ama-esclavo/esclava (…) Soy feminista, pero cuando veo a las damas del Me Too me entra un algo de desconfianza”.
Borrar una obra
Hollywood, jalonado por el movimiento MeToo, se echó encima de Woody Allen. Nathalie Portman, Mira Sorvino, Reene Witherspoon, Shonda Rhimes, Nina Shaw, America Ferrera, Tracey Ellis Ross y sobre todo Ophra Winfrey condenaron al cineasta luego de que Farrow insistiera en la culpabilidad de Allen. Hasta Kate Winslet, protagonista de Wonder Wheel, llegó a decir que lamentaba las "malas decisiones" que tomó al haber trabajado con ciertos cineastas". Alec Baldwin fue el único que defendió a Allen y criticó a quienes repudian haber trabajado con él. Cuesta leer el nombre de Woody Allen en la prensa sin encontrarlo lleno de espinas. Los periodistas dan rodeos, con cierta incomodidad. Como si fuera un cardo en lugar de un creador. O como si las ganas de acusarlo se impusieran sobre su obra.
Woody Allen es como su cine: contradictorio, atípico. Alguien que es idéntico a aquello de lo que se burla: un neurótico que se mofa del psiquiatra, un judío guionista que se ríe de los rabinos productores de cine. Alguien que nos hace reír estropeándonos el gesto. Un Saul Bellow de finales de siglo. Es ahí cuando interviene la segunda gran cuestión de estos casos: ¿dejará de ser valioso el cine de Hitchcock por su tendencia al acoso, documentada por Tippi Hedren? ¿El Guernica dejaría de tener valor si leyésemos en la clave moral contemporánea la biografía de Marie-Thérèse Walter, que se convirtió en pareja de Picasso con17 años? ¿La evidente misoginia de Bukowski modifica su literatura, la proscribe acaso? ¿Una denuncia, aún sin llegar a confirmarse, es suficiente para borrar los méritos profesionales o artísticos?
El escritor Javier Marías lo ha señalado varias veces en su columna dominical: un nuevo puritanismo recorre el mundo contemporáneo, pero a eso se suma lo que él considera un efecto contraproducente del #MeToo. “Había una base justa en la denuncia de prácticas aprovechadas, chantajistas y abusivas por parte de numerosos varones, no sólo en Hollywood sino en todos los ámbitos. Ponerles freno era obligado. Las cosas, sin embargo, se han exagerado tanto que empiezan a producirse, por su culpa, situaciones nefastas para las propias mujeres a las que se pretendía defender y proteger (…) Y, lo más grave y pernicioso, pensárselo dos o tres veces antes de contratar a una mujer, y evaluar los riesgos implícitos en decisión semejante. El motivo es el temor a poder ser denunciados por ellas; a ser considerados culpables tan sólo por eso, o como mínimo ‘manchados’, bajo sospecha permanente, o despedidos por las buenas”, escribió Marías no sin levantar ampollas.