Baja de un taxi, con un vestido negro que se ciñe a su figura, con los hombros al descubierto, lleva gafas de sol enormes pese a que no existe luz que pueda cegarla, su cuerpo de casi 50 kilos, se pasea solitario por las calles de NY, viste joyas aunque destila elegancia en cada paso.
Audrey Hepburn encarna el papel de Holly en ‘Desayuno con diamantes', una joven y alocada chica que sobrevive gracias a sus encantos en la Gran Manzana. Tan fugaz como atractiva, pero tan falsa como una moneda. Busca su sitio en un mundo de riqueza. Es un espíritu salvaje que pretende acomodarse en el país de los falsos triunfos, intentando acaparar la atención de millonarios de menos de 50 años.
De repente aparece él, cortado casi por el mismo patrón, un escritor fracasado pero ambicioso, con el que se cruza por casualidad, una especie de gigoló venido a menos con algunos aires bajados y una sencilla sensiblería frente a nuestra soñadora.
Audrey Hepburn encarna el papel de Holly en ‘Desayuno con diamantes', una joven y alocada chica que sobrevive gracias a sus encantos en la Gran Manzana.
Holly, se presenta como una personita inmadura que busca cariño en un gato sin nombre, un mafioso en Sing-Sing, un “guaperas”, convertido en perrito faldero, que la protege con ganas y la mira con “apetito” mientras ella se deja desear. La película basada en la novela de Truman Capote, retrata de forma irónica los ambientes intelectuales neoyorkinos a través de fiestas que acaban siendo todo un desastre, exaltando la falsa amistad y el oportunismo, dando a entender que todo tiene un precio. 50 dólares “para el tocador”, el valor que Holly le da.
Pero frente a ello existe un mundo paralelo, el de una chica que quiere convertirse en mujer, cerrada por propia imposición a cualquier sentimiento, que se encuentra con un escritor incapaz de mantenerse por sí mismo y vive a costa de una mujer mayor.
Ambos son el contrapunto en todo este mundo de riqueza. Ella, la call girl más extravagante de la historia, enseña poco, insinúa mucho y escandaliza aún más. Aspira a ser rica y no tiene ni un solo mueble en su casa, bebe leche en copas de cóctel, desayuna mirando el escaparate de Tiffany, guarda su perfume en un buzón postal, los zapatos en la nevera y llama a los taxis con un silbido. Y él, un escritor que poco pinta con una máquina de escribir sin tinta.
La película basada en la novela de Truman Capote, retrata de forma irónica los ambientes intelectuales neoyorkinos
Desde el momento en que la ve, Paul Varjak (George Peppard), queda absorto por Holly, una chica elegante, de insuperable atractivo, que detesta los días rojos, lo mismo viste un traje de noche que aparece en una ventana cantando “Moon River”. En ese momento nuestro gigoló queda cegado por la joven y se convierte en su sombra durante toda la película.
Entendido es que cualquier hombre hubiese quedado absorto a sus encantos y más el supuesto escritor, quien de repente la ve aparecer en albornoz por la escalera de incendios mientras la muchacha le pide, con más picardía que ingenuidad, permiso para meterse en su cama…y me pregunto yo ¿algún hombre hubiese sido capaz de decir que no?
Pues ahí queda, el diamante más brillante de Tiffany, abrazada al señor Paul, en una cama con las sábanas ya usadas mientras mi imaginación vuelve a mi desayuno, al beso de Holly y Paul, al gato sin nombre, al espíritu rebelde de los dos, a las fiestas de poca monta, a los trajes de Givenchy y a algún amanecer a las 6 de la mañana en Nueva York saboreando un café que hasta a mí, me hubiese sabido a gloria.