Si soltamos al detective Germán Areta en el hemiciclo le costaría encontrar la verdad entre tanto cambio de opinión. Ni siquiera en compañía de su fiel ayudante, el moro, sería un caso fácil de resolver, y a lo mejor supondría el primer borrón en el historial de este intachable detective. Cuando Alfredo Landa se enfundó en la piel del mítico personaje ideado por José Luis Garci y Horacio Valcárcel pocos creían que aquel actor, famoso por el landismo y la comedia, pudiera albergar en sus ojos la melancolía de Areta, un cínico al que solo se le ilumina la mirada cuando ve doblar la esquina a Carmen y su preciosa hija Maite.
La vida está llena de tipos duros. Personas recias como Areta -protagonista de El crack- que miran a los ojos de sus enemigos sin pestañear; que apenas sonríen y que no necesitan una pistola para infundir temor o respeto. En el mundo real es fácil que generen rechazo, pero en la gran pantalla es difícil no admirarlos.
Cómo no aplaudir a al personaje de Alfredo Landa cuando está a punto de chamuscarle los huevos con su arma a uno de los ladrones que ha entrado a robar en el bar donde toma el menú del día. O cuando roció de gasolina su propio coche –agua en realidad- y amenaza con prenderle fuego con los dos quinquis que se han colado dentro. Areta es alguien capaz de afirmar: "Mi trabajo es como otro cualquiera: duermo poco, ando mucho, y lo que veo no me gusta".
Esa clase de personajes como el de Clint Eastwood en Gran Torino, irrespetuosos, tan políticamente incorrectos que generan envidia por la libertad de sus movimientos. ¿O no, atonThao? –como llama al asiático coprotagonista-. Es la misma actitud que la de José Coronado en Entrevías arrancando la puerta del coche a unos maleantes que molestaban al vecindario con la música a todo volumen.
Su suma intolerancia ante las injusticias es proporcional a sus escasas dotes sociales. Pareciera que no les importa un comino el prójimo cuando en realidad es justo al revés; tras esa máscara cínica se encuentra un ser que arriesga todo por un mundo más justo.
Esos tipos duros tienen su punto débil. El de Germán Areta es una pequeña niña a la que lee cuentos y con la que sustituye el papel de dragón por el del alegre corderito. Y créanme que, una vez más, el cine tiene razón. Porque he visto a auténticos colosos llorar sin consuelo por la marcha de un ser querido, a los más fríos corazones derretirse ante el alegre caminar de un niño sin rumbo determinado, a las vidas más jodidas mostrar cariño en excepciones tan caprichosas que le hacen a uno pensar si en realidad no vivimos todos en el guion de un insomne.
Hasta el mismísimo Tony Soprano necesitaba terapia y sufría hasta el desmayo cuando los patos abandonaban su piscina. El mismo Soprano que tantas y tantas veces había apretado el gatillo contra otro ser humano. A veces incluso contra sus propios amigos.
A lo largo de mi vida he coincidido con bastantes tipos duros y he de reconocer que a medida que pasa el tiempo me encuentro cada vez más a gusto en su compañía. He aprendido a entender que detrás de esa armadura, de esa máscara de hierro, existen flaquezas, muchas veces traumas o carencias.
Garci nos contó en El crack cero por qué Germán Areta se volvió un cínico. Pero tras esa actitud hacia la vida había un hombre que seguía pensando que la única manera decente de pasar esta existencia es hacer algo por los demás que nos permita dormir mejor por las noches. Los tipos duros también lloran, aunque sea en la intimidad; bien en un aséptico despacho de detectives, en una casa oculta por el humo de los cigarros o paseando por Gran Vía, donde la soledad está al alcance de cualquiera en medio de una inmensa multitud.
Algunos intentamos hacernos los duros, pero se nos da tan mal que renunciamos a ello hace tiempo. Como se renuncia a combatir la calvicie o a aprender inglés tras el enésimo curso. Cada uno es como es, y si me dejase bigote como Germán Areta parecería Cantinflas en lugar de un tipo duro. No soy detective, pero sí investigo otras cosas. Ambos lloramos con los golpes del destino, y se nos olvida todo cuando vemos a Maite. Entonces todo vuelve a estar en su sitio.