En el mundo previo a la covid-19, el Día del Teatro tenía en España más de balance que de celebración. En 2018, el sector había conseguido superar la crisis económica de 2008, así como los recortes presupuestarios, la caída del público y el aumento del IVA al 21%. Hubo una lenta recuperación que alcanzó los 12.045.487 espectadores, una cifra que distaba de los niveles previos, pero podía considerarse una tendencia. Al menos hasta la llegada del coronavirus en 2020.
¿De qué manera sobrevivieron, los que pudieron, al confinamiento? ¿Cómo afrontaron las salas pequeñas el golpe de las medidas restrictivas? ¿Volvieron los musicales? ¿Cómo salió adelante temporada escénica, los que consiguieron presentarla? ¿Los ERTE y las ayudas del ministerio de Cultura fueron suficientes para frenar el descalabro? ¿A cuánto asciende la pérdida económica ocasionada por pandemia? A día de hoy, con una campaña de vacunación a medias, ¿cuál es la perspectiva?
El Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (Inaem), del que dependen el Centro Dramático Nacional y el Ballet Nacional de España, registró pérdidas de 7,5 millones de euros en la recaudación, una caída del 64,25 %. Pasaron de 1.792 a 933 funciones con un 62,75 % menos de espectadores. La situación fue mucho peor para los musicales. Espectáculos como el Rey León, que facturaban cerca de cuatro millones al mes, llevan cerrados ya un año.
Sin turistas es imposible recuperar esas magnitudes. Tan solo en los primeros seis meses, se suspendieron más de 5.000 representaciones. Según datos de 2019, en las industrias culturales trabajaron 720.000 personas y en el sector de los espectáculos en vivo más de 350.000 personas. Para ese mismo año existía un tejido de 120.000 empresas, y una facturación de más de 40.000 millones. Suponía la cuarta fuente de ingresos sobre el 3% del PIB, según datos aportados por la Federación Estatal de Asociaciones de Empresas Productoras de Teatro y Danza de España (FAETEDA).
Teatro y confinamiento
Según las cifras previas a la crisis sanitaria, el Inventario de Operaciones Estadísticas de la Administración del Estado señaló el aumento de las compañías teatrales en todas las Comunidades Autónomas, pasando de las 3.640 de 2015 a las 3.743 de 2016: un 2,8% más. En aquel entonces, y a pesar del intento por remontar la crisis de 2008, la mayoría de los actores sobrevivía con pésimos salarios y unas condiciones laborales precarias.
Solo ocho de cada cien actores españoles ingresaban al año más de 12.000 euros por ejercer su profesión, el 2,15% cobraba más de 30.000 al año y de los actores y bailarines que sí trabajaban, más de la mitad no superaba los 3.000 euros al año, según la Fundación AISGE. Asimismo, solo dos de cada cien artistas contaban con un sueldo mensual de más de 2.000 euros, y ocho de cada cien apenas rozaba los 1.000.
El sistema de contratos por obra y servicio del que dependían los trabajadores del sector se fueron al traste con la declaración del estado de alarma. La víspera del día de los Teatros, en 2020, cuando se cumplían diez días de un confinamiento que duró más de tres meses, las cifras ya eran terribles. La Unión de Actores y Actrices anunciaron una pérdida económica de 6.853.554 euros y un 23% de despidos. Los ERTE no consiguieron corregir el efecto dominó desatado por la crisis sanitaria.
El 'lujo' de volver
La pandemia trastocó la noción de reunión implícita en cualquier función, pero había que remontar cuanto antes las consecuencias del confinamiento en la taquilla y poner en marcha la temporada. En España, el Teatro Real rompió una lanza y se convirtió en el primer coliseo lírico en abrir sus puertas con La Traviata. Volvió a la actividad antes que el Metropolitan Opera House, la Fenice o el Teatro alla Scala.
¿Qué camino tomó el resto? En la clave estrictamente escénica, los teatros Canal (Comunidad Autónoma de Madrid) fueron los primeros en subir el telón, a otros les costó bastante más y hubo quienes no lo consiguieron. La sala Teatro Kamikaze, el proyecto liderado por Miguel del Arco en el Teatro Pavón, echó el cierre definitivo tras cinco años de actividad.
La temporada 2020-2021 fue una epopeya para muchos consistorios. Menos entradas, aforos limitados, reducción de la programación. Así se desarrollaron los festivales dedicados a las artes escénicas durante el verano. A Cervantes, Lope de Vega y Sófocles les tocó andar entre mascarillas e hidrogeles. Volvieron las representaciones al aire libre, pero en una versión forzosamente distinta.
El Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, el abreboca de la temporada junto con Almagro, salió adelante contra todo pronóstico. No bastaba la tragedia, había que levantarse, aseguró su director Jesús Cimarro, presidente de la Asociación de Productores y Teatros de Madrid y la Federación Estatal de Asociaciones de Empresas Productoras de Teatro y Danza de España (FAETEDA).
La situación sigue siendo incierta en todos los estratos de la vida y la cultura no escapa. Sectores como el editorial o audiovisual han conseguido aumentar y mantener sus cifras, en buena medida porque la mayoría de sus productos se consumen en el entorno doméstico y se benefician del sistema de plataformas. Los museos, las galerías, los conciertos y las artes escénicas aspiran, de momento, a la supervivencia. Un año después, la covid ha dejado pérdidas millonarias y cambió por completo los patrones de consumo cultural.