Durante todo el fin de semana, los medios han mostrado en bucle el tenso debate del viernes en la cadena SER, que terminó en boicot a las provocaciones de Rocío Monasterio (Vox), según explicó Vozpópuli. Será el último cara a cara de una campaña marcada por incidentes en barrios populares, las amenazas de muerte a los políticos y el regreso de la retórica guerracivilista. Al margen de buscar culpables -rojos, azules o equidistantes-, es un hecho que los candidatos han hablado mucho más sobre ellos mismos que acerca de los problemas que deben solucionar. En mitad de estos debates embarrados, ¿qué opinan nuestros intelectuales públicos sobre lo que nos espera?
Uno de los grandes fenómenos editoriales de 2021 es Feria, novela de la escritora manchega Ana Iris Simón. Precisamente, el día del debate firmaba ejemplares en La Central de Callao, con notable asistencia de público (colas hasta la plaza). Seguramente es la firma que mejor ha definido la frustración de su generación, la que entra ahora en la treintena: “El eje izquierda-derecha no tiene razón de ser ya desde el 15-M. Ahí decíamos ‘PSOE y PP la misma mierda es’ y que de lo que había que hablar era de los de arriba y los de abajo. Estamos igual. Tenemos un bipartidismo de bloques hiperpolarizado. Y, en medio de una pandemia, solo hablamos de la dictadura socialcomunista o el auge del fascismo. Nos distraen con eso cuando lo que hay es mucha gente en paro, que no cobra los ERTE y no puede ni tener hijos”, explicaba en una entrevista hace un par de semanas. La campaña ha confirmado sus sospechas.
Mientras Amazon factura 5.400 millones y paga solo 216, cien mil pequeños comercios no volverán a abrir
Algo similar apuntaba el 4 de abril el novelista Juan Manuel de Prada, veinte años mayor que Ana Iris Simón. En una de sus columnas para ABC, rechazaba la retórica vacía de la ‘izquierda caniche’ frente a la ‘derechita hibernada’, que sigue “viviendo en las categorías de la Guerra Fría”. De Prada destaca que, en el pasado ejercicio, Amazon ingresó 5.400 millones de euros en España, por los que solo tributó 261 millones, ni siquiera un cinco por ciento. Mientras los candidatos se gritan sobre problemas del siglo XX, cien mil pequeños comercios y negocios no volverán a levantarse (muchos de ellos, relacionados con el sector cultural, desde librerías hasta tablaos). Con estas cifras, es normal que crezca la sensación de desamparo. Ahora mismo, escribe el novelista, “la chusma gobernante proclama con desfachatez el ‘escudo social’ frente a las asechanzas el ‘neoliberalismo salvaje’ y demás mamarrachadas con las que engaña pavlovianamente a su parroquia”. Una acusación difícil de rebatir.
Declive en el XVII
Como es lógico, los políticos actuales no tiene la culpa de todo, sino que estamos ante un proceso de décadas (quizá siglos). En 2010, charlé con el músico y gestor cultural Tomas Marco, uno de los de mayor experiencia en nuestro país. Su impresión es que las élites españolas nunca han estado a la altura de las circunstancias. “Siguen sin estarlo” -me dijo- “y esta lacra la arrastramos desde la Guerra de Independencia. En el XVIII hubo una clase dirigente pequeña, pero con cierto nivel, y estuvieron mejor aún en el Siglo de Oro. La élite que se instaura a partir de Fernando VII está compuesta de nuevos ricos que habían hecho dinero con la Desamortización y que no tienen especial interés por la cultura, actitud que ha ido perviviendo en los diferentes segmentos dominantes hasta la actualidad. Obviamente, hay excepciones, pero no muchas. La clase política surge de ese estrato social y se comporta en consonancia, por desgracia para todos”, lamentaba.
España nunca ha tenido una burguesía ilustrada con un proyecto propio", explica el ensayista César Rendueles
Algo parecido me explicaba el sociólogo César Rendueles en 2015, hablando del mismo asunto con máxima claridad: “España nunca ha tenido una burguesía ilustrada con un proyecto propio. Cuando trabajaba en el sector cultural, a veces escuchaba a alguna gente elogiar el modelo de mecenazgo privado anglosajón. Con independencia de cualquier consideración técnica o ideológica, imaginar que las familias acaudaladas del Barrio de Salamanca se van a poner a soltar pasta para financiar proyectos artísticos, culturales y educativos me parece un mal chiste. No creo que quepa esperar gran cosa de las élites sociales españolas más allá de una honda preocupación por mantener su posición parasitaria. En serio, ¿alguien sabe de algo bueno que haya salido del Colegio del Pilar o del Liceo Francés?”
Élites contra excluidos
El barrio de Salamanca (Madrid) es una zona perfecta para entender el problema que denuncian estas voces públicas. Hace siglos que está ocupado por las élites económicas españolas, aunque ahora también por las latinoamericanas, sobre todo por millonarios chavistas y antichavistas que se instalaron huyendo de los terribles conflictos de su país. Es una de esas ‘ciudadelas para ricos’ que tan bien describe el geógrafo francés Christophe Guilluy, en su ensayo superventas No Society. El fin de la clase media occidental (2018). El texto explica el declive del eje izquierda/derecha, cada vez más retórico, en favor de otros como arriba/abajo o élites/periferias. Los millonarios progresistas y neoliberales se han independizado de un ciudadano medio cada vez más arruinado. “El pequeño mundo de los de arriba, de las élites, de las clases altas, de las grandes ciudades, ya sabe que está rodeado de un mundo periférico mayoritario hostil y cuyo peso va aumentando al ritmo que se van expulsando de la clase media aquellas categorías que formaban parte de ella”, advertía en 2018.
La ensayista Carolina del Olmo destaca que la élite de izuqierda huye a la concertada, olvidando las escuelas de barrio
La campaña del 4M se ha desarrollado también en forma de competición entre candidatos (especialmente Podemos y Vox) proclamando que no se habían olvidado de los barrios populares, en los que ya no vive casi ninguno de quienes se presentan. La ensayista Carolina Del Olmo, especializada en maternidad y cuidados, decía algo sobre esto en su cuenta de Twitter: “Pocas cosas se me ocurre que puedan favorecer más el arraigo en el propio entorno que llevar a los críos a la escuela pública del barrio. Y esto me lleva a lo que seguramente sea una gran tontería: ¿Y si el principal problema de la izquierda es la escuela concertada? O sea: la huida a la concertada de élites y cuadros de la izquierda. Una vez que han perdido fuerza los sindicatos, el movimiento vecinal y todo lo que dio forma en el pasado a una esfera pública potente, esto es ya la puntilla, ¿no?” La interrogación es retórica.
El pasado sábado, Guilluy firmaba una tribuna en El País, hablando sobre la decadencia de la política francesa, perfectamente aplicable a la nuestra. "Lo que rechazan las clases populares no es el principio ni la existencia de una élite, sino una clase dirigente que no brilla por su inteligencia ni por su nivel cultural. Lo que llaman antielitismo no es en realidad sino la crítica a una clase dirigente mediocre, que demuestra a diario su incompetencia. Ese pequeño mundo superior cuyo horizonte se limita al mercado, que ya no siente ningún interés por el bien común y cuya moral se limita a un progresismo de cartón-piedra, ¿puede seguir sirviendo de modelo? Sensatamente, las personas de a pie dicen no”, señalaba. La pregunta estará ahí después de los resultados: ¿tenemos una clase dirigente capaz de afrontar la crisis que se nos viene encima? ¿Les preocupa lo que nos pase?