Cultura

Enric Juliana y la fábula del linchador linchado

Algo me dice que no voy a ser el único que se quede perplejo tras la lectura del prólogo de Extrema derecha 2.0: qué es y cómo combatirla (Siglo XXI),

  • Enric Juliana (periodista) y Manolo Monereo (ensayista, exdiputado)

Algo me dice que no voy a ser el único que se quede perplejo tras la lectura del prólogo de Extrema derecha 2.0: qué es y cómo combatirla (Siglo XXI), ensayo militante del historiador italiano Steven Forti. El prólogo al que me refiero lo firma el prestigioso periodista catalán Enric Juliana, director adjunto de La Vanguardia. La sorpresa viene por lo siguiente: Juliana arranca su intervención construyendo una forzadísima analogía entre Benito Mussolini y Eduardo Inda para luego explicar por qué su propia comparación no funciona. El fascismo del siglo XX y la actual derecha radical no son movimientos equiparables, pero él se empeña en vincularlos para luego desdecirse.

Una diferencia esencial es el contexto histórico: el fascismo de los años veinte y treinta obtiene financiación de unas élites económicas asustadas por los triunfos del bolchevismo, una amenaza que hoy no existe. “La máxima aspiración de la izquierda en un país como España es subir 15 euros al mes del salario mínimo, intentar apaciguar la subida del precio de los alquileres, moderar el disparo del precio de la luz, atenuar la precariedad de los jóvenes, dictar leyes en favor de los derechos de la mujer, y proteger la dignidad humana de gays, lesbianas y transexuales”, resume Juliana. Luego añade que “la izquierda del siglo XXI denuncia cien injusticias al día, de las cuales solo puede resolver una o dos al año, porque los principales engranajes del mundo ya no están a su alcance”. Por eso en 2021 las élites financian distintos partidos por distintos motivos.

No es un truco aislado: “Imaginemos que una suma de desgracias se hubiese llevado por delante en los últimos tres años a 2,3 millones de personas en España”, escribe Juliana. La palabra clave aquí es "imaginemos" porque no hay mucha probabilidad de que ocurra, por muy bien que le venga a la tesis del libro. En efecto, el Duce supo aprovechar los estragos de la gripe española y la gran guerra (la primera) para encaramarse al poder. Cabe, por supuesto, imaginar que algo parecido ocurra en España en 2021, pero siguen siendo imaginaciones. Y nadie ha demostrado todavía que a la derecha radical le pueda favorecer un escenario de enorme desastre médico (los votantes podrían refugiarse en partidos tradicionales, con mejor historial de gestión, por ejemplo).

A ratos, el libro presenta aceptables resúmenes de procesos históricos y en otros despacha de manera apresurada fenómenos que merecen mayor análisis

Los prólogos suelen ser textos superficiales y apresurados, escritos por alguien de renombre para promocionar a un autor desconocido, pero esta vez los niveles de especulación y ocasional trampantojo resultan llamativos. Juliana reconoce abiertamente que la izquierda occidental no tiene ya en sus manos los mecanismos para cambiar el sistema, pero prologa un libro que dedica decenas de páginas a minar la reputación de pensadores que recurren a Marx, Gramsci y Pasolini para tratar de rearmar el discurso político de los perdedores de la globalización. Dicho de otro modo: Juliana y Forti sospechan de intelectuales que aspiran a cambiar el rumbo de una izquierda perdedora, impotente, incluso ‘izquierda caniche’ (en acertada expresión del pensador católico y pasoliniano Juan Manuel de Prada). Estos nombres cuestionados podrán tener más o menos razón, pero muchas veces este ensayo da la impresión de que eso no es lo importante, sino que lo que molesta es la aspiración misma a cambiar de carril o de estrategia. Intentaré explicarme.

Linchamientos macartistas

El libro de Forti, en buena parte recopilación de artículos digitales, es ingrato de leer por su tono de sermón, por el continuo martilleo de lugares comunes y por extraer conclusiones rotundas escasamente argumentadas. En algunas ocasiones presenta resúmenes aceptables de procesos históricos -por ejemplo, la formación de la nueva derecha francesa- y en otras despacha de manera apresurada fenómenos que merecen mayor análisis, desde la trayectoria de Jorge Verstrynge hasta el éxito comercial de Feria, la primera novela de Ana Iris Simón, que denigra citando cuatro palabras (“discreto encanto del falangismo”) de un crítico cultural poco conocido, Pablo Batalla Cueto.

Cada lector tiene derecho a sus conclusiones, ya sean considerar a Forti un analista mediocre o a Fusaro un caballo de Troya de la derecha italiana

Una parte divertida del libro es cuando el autor se escandaliza ante la escaramuza en que Teófila Martínez, alto cargo del PP gaditano, llamó ‘fascista’ al alcalde “Kichi”. El historiador italiano tiene razón en denunciar que ese insulto es un exceso, pero no se da cuenta de que él incurre en algo parecido cuando intenta ‘cancelar’ con sus artículos a Manolo Monereo, un izquierdista clásico que fue militante antifranquista -víctima de torturas-, colaborador cercano de Anguita durante los años sustanciales de su carrera y diputado de la era más exitosa de Unidas Podemos. El presunto pecado de Monereo es haber firmado un artículo -junto con Anguita y Héctor Illueca- alabando algunas medidas sociales del gobierno italiano de Salvini-Di Maio, que buscaban atajar la precariedad, negar dinero público las empresas industriales que deslocalizasen la producción y prohibir la publicidad de casas de apuestas (medidas en sintonía con los programas de la izquierda española).

En algunas ocasiones, el pensamiento que despliega Forti en el libro es de una pobreza evidente. Por ejemplo, en uno de sus múltiples ataques al ensayista Diego Fusaro le acusa nada menos que de “desmarxistizar a Gramsci”. No parece haber comprendido que el marxismo no es siempre una posición política, sino también un método de análisis histórico (es larga la lista de derechistas admiradores de la obra de Marx). El reproche de Forti resulta tan absurdo como si un diputado de Amanecer Dorado acusase a Iñigo Errejón de “desnazificar a Carl Schmitt” en su tesis doctoral.  También resulta cómico que el autor acuse de ‘fascista’ a cualquiera que dé voz a las tesis de Fusaro excepto a Siglo XXI, el sello editorial que ambos comparten (por lo visto, el mismo ensayo del mismo autor puede ser legítimo en una editorial de izquierda radical e ilegítimo en otra de derecha antisistema como Fides).

Pasolini y Pedro Sánchez

El rechazo, casi odio, de Forti hacia Fusaro es comprensible, ya que mantienen posiciones políticas antagónicas. Fusaro argumenta -vía Pasolini- que periodistas con el perfil de Forti y Juliana pertenecen a una izquierda demasiado cómoda con su propia derrota. En este sentido, la España del sanchismo es un ejemplo ideal , ya que los partidos del cambio pasaron en pocos meses de llamar ‘casta’ al PSOE a considerarlo garantía de progreso (al mismo ritmo que los líderes de Podemos ocupaban los despachos del poder político).

El ensayo de Forti está siendo muy debatido, no necesariamente por su contenido, sino por la campaña en redes de la que ha sido objeto, que cuestiona tanto la trayectoria académica del autor como su tesis -para mí correcta- de que Junts per Catalunya comparte muchas lógicas con la derecha radical identitaria. Varias firmas de peso se han opuesto estos días al linchamiento digital de Forti, pidiendo un debate público más sereno y responsable. Resulta imposible no estar de acuerdo con esta postura.

La cuestión es que Forti ha sido muchas veces un linchador militante. De hecho, su libro tiene tono de informe de la policía secreta estatal, especialmente duro cuando habla de compañeros de izquierda (Forti es un perfil político cercano al de Antonio Maestre, si les ayuda a hacerse una idea). El autor tampoco parece muy consciente de que, si no defendemos libertades civiles amplias para todos, la derecha radical puede aplicar contra él sus propias tesis restrictivas cuando lleguen al poder (un escenario más probable ahora mismo que una resurrección a corto plazo de Podemos).

Cada lector tiene derecho a sus conclusiones, desde considerar a Forti un analista poco fiable o a Fusaro un caballo de Troya de la nueva derecha. El caso es que el macartismo de algunos pasajes de Extrema derecha 2.0 suena tan rechazable como los linchamientos digitales a su autor. Y es complicado negar que mientras Forti intentó expulsar a Fusaro de espacios de debate público (con el apoyo de La Vanguardia), Fusaro nunca pidió que se silenciase a su némesis española.

¿Qué moraleja podemos sacar de este asunto? La libertad de expresión se defiende, sobre todo, dando la cara por los que piensan radicalmente distinto de nosotros. Por ejemplo, cuando el periodista conservador Luis María Ansón cuestionó los cierres de Egin y Egunkaria o cuando el filósofo judío Noam Chomsky defendió el derecho del historiador Robert Faurisson a argumentar su negacionismo respecto del Holocausto. Mientras no interioricemos esa actitud -típicamente liberal- seguiremos viviendo entre ruido, crispación y despliegue de consignas mamporreras.

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