El alemán Peter Sloterdijk se convirtió en uno de los filósofos de posguerra más importantes desde que saltó a la palestra con su Crítica de la razón cínica, un libro que conmovió al gran público como casi ninguna otra obra de diagnóstico filosófico. Ideas claras, contundentes, provocadoras como un bomboncito de butano en un horno de pan. Sloterdijk vuelve a la carga, esta vez con Fiscalidad voluntaria y responsabilidad ciudadana, en cuyas páginas plantea que en una sociedad democrática la recaudación obligatoria de impuestos habría de ser transformada en donativos voluntarios de los ciudadanos a la comunidad.
Tras el polémico volumen Muerte aparente en el pensar (Siruela, 2013), en donde enumera diez "atentados" del siglo XX contra el "observador neutral", en este libro Sloterdijk plantea que cuando el ciudadano “deje de considerarse a sí mismo como deudor y actúe como un orgulloso contribuyente”, existirá –entonces sí- una democracia de verdad participativa donde los políticos estarían “al menos algo más obligados a responder ante las exigencias de los ciudadanos”. Fiscalidad voluntaria y responsabilidad ciudadana introduce además otras ideas: la del socialismo no como ideología sino como disfuncionalidad del Estado hasta la figura de Harry Potter como héroe neoliberal.
Cuando el ciudadano “deje de considerarse deudor y actúe como contribuyente, existirá una democracia de verdad participativa
Según plantean sus editores, Sloterdijk invita en esta obra a “despojarnos del pesimismo que corroe aquella idea que entiende la coacción como el único camino, y apuesta por la posibilidad de un ciudadano moralmente elevado”. ¿Por qué las relaciones materiales entre el Estado y los ciudadanos han de estar dispuestas de modo unilateral desde arriba? ¿Acaso no tendrá que ver esa disposición con el hecho de que el ciudadano sea entendido como un deudor?
Para Sloterdijk el ciudadano debe ser visto como un patrocinador, justamente para liberarse de “la sutilmente legitimada mecánica humillante y desmoralizante” que está detrás del sistema tributario. De otro modo, “corremos el riesgo de pasar del absolutismo a la era posdemocrática sin haber conocido un sistema fiscal democrático”.
Una cosa debe quedar clara: Sloterdijk no cuestiona el pago de impuestos. Los considera el precio a pagar por vivir en relaciones ordenadas. Sin embargo, el filósofo no deja plantear ¿por qué el pago no puede ser civilizado? En ese sentido, Sloterdijk llama a la participación política desde la generosidad y critica el endeudamiento progresivo del Estado como rasgo característico de la crisis actual: es un mecanismo que endeuda al ciudadano del futuro.
"Sloterdijk no cuestiona el pago de impuestos. Los considera el precio a pagar por vivir en relaciones ordenadas"
Polémica y posdemocracia
Uno de los aspectos más interesantes del libro es, justamente, la polémica que lo originó. El 10 de junio de 2009 –en pleno umbral de la crisis- el Frankfurter Allgemeine Zeitung publicó un artículo de Sloterdijk titulado La revolución de la mano que da. Allí Sloterdijk proponía el siguiente experimento teórico: ¿cómo habría de pensar el Estado al ciudadano, y cómo se pensaría este a sí mismo, si los impuestos, en lugar de ser obligatorios, fuesen voluntarios?, ¿qué implicaciones ético-cívicas tendría esa transformación del sistema fiscal?
Las preguntas formuladas por Sloterdijk desencadenaron una crítica feroz contra el conjunto de su obra, su estilo y su manera de proceder en general. Hubo quienes, como el pensador Axel Honneth consideraron la propuesta como como una idea insensata de un filósofo poético con una capacidad extraña, mágica, de “encantar a sus adeptos mediante una insinuante retórica que en el fondo enmascaraba una fábrica de sofisticadas adulaciones”. Según Honneth, la propuesta de Sloterdijk, a quien consideraba como un “enfermo de seudonietzscheanismo”, sería fruto de un resentimiento liberal-económico y ocultaría un intento por liberar a los que más tienen de sus obligaciones tributarias para con el Estado y, en consecuencia, para con aquellos que no tienen sus mismas posibilidades económicas.
"La Academia es el producto de una gran desilusión, de una retirada con mayúsculas"
Con la intención de aclarar sus ideas, Sloterdijk publicó ese mismo año La mano que toma y el lado que da, con la que buscaba esclarecer y evitar que su tesis continuase siendo malentendida y tachada de neoliberal, y que hace las veces de eje central de Fiscalidad voluntaria y responsabilidad ciudadana, el volumen que ahora publica Siruela. Traducido por Isidoro Reguera, el libro reúne tres textos y once entrevistas que Sloterdijk concedió a periódicos y revistas en torno al sistema tributario y el problema de la crisis en general.
Hay entrevistas como la que sostiene con el periodista Paul Jandl. En ella, Sloterdijk da cuenta de la importancia de entender el socialismo en la actualidad como una dimensión funcional del Estado y no como una ideología. En diálogo con Eva Karcher, en cambio, interpreta a Harry Potter como el héroe del neoliberalismo y analiza sus consecuencias para lo que el hombre piensa que le cabe esperar.
Todo debe volver a ser político
Además de las abundantes referencias a la literatura y a la historia de la filosofía, el libro aporta un registro confesional cuya idea fuerza es analizar la dimensión psicopolítica del momento actual. Para conseguirlo, Sloterdijk cuestiona lo que siempre se ha tomado por incuestionable. Según explica Carolina Carmona en el prólogo, el filósofo busca quitar el polvo y las telarañas que impiden ver con claridad el sistema fiscal con el propósito de comprenderlo y volverlo más propicio para una sociedad “éticamente viva”.
Al abordar el tema de la fiscalidad, Sloterdijk atraviesa un amplio abanico de espacios que le sirven para diagnosticar la sociedad actual, a sus actores y disputas: alude a la necesidad de un escenario verdaderamente común e interpela el papel que tienen algunos foros públicos, entre ellos la Academia, para conseguir reunir lo que está disperso, despolitizado.
Desde que Platón creara la Academia, dice Sloterdijk, la filosofía se separó de la ciudad, de la polis. Ese situarse fuera para garantizar un lugar lo suficientemente propicio para el pensar, es el fruto no de la independencia sino de la debilidad. “Platón ya no estaba dispuesto a morir por su ciudad, por ese proyecto político que había sido Atenas. La Academia es el producto de una gran desilusión, de una retirada con mayúsculas. Cuando la polis mata a Sócrates, la filosofía decide buscarse otro hogar".
Planteada como una fantasmagoría, Sloterdijk rechaza a la Academia y apuesta por devolver la política al núcleo de las relaciones humanas, al centro de las ideas que intercambiamos. Si en algo insiste el pensador es en la democracia, que necesita cuando antes el derecho a ser reconocida por los demás y formar parte del orgullo colectivo.