La política todavía importa, y mucho. Esa palabra es la que marca la diferencia, según David Runciman, entre vivir en Dinamarca –una democracia estable- o en Siria-un Estado Fallido-. Así de simple. ¿Puede la impresora 3D cambiar la escala de los partidos políticos? ¿Puede Google sustituir al Estado? ¿Acaso los tecnócratas son capaces de olfatear siquiera hacia dónde sopla el viento de la historia? A través de estas preguntas, el profesor de Cambridge describe en su ensayo Política (Turner), la importancia fundamental que la práctica ciudadana –amenazada en la actualidad- tiene en la vida de las personas.
En las páginas de este ensayo ilustrado, Runciman advierte a la vez que divierte. Y su planteamiento resulta tan demoledor como claro: la posibilidad de que nuestra “democracia capitalista” se venga abajo es inminente. “Entre el capitalismo veloz y la democracia imperante, la catástrofe puede estar a la vuelta de la próxima recesión o del próximo presidente idiota”, asegura. Sin medias tintas, de Hobbes a George Clooney, de la Carta de Derechos al Google Maps, David Runciman echa mano de todo cuanto está a su alcance para dejar muy clara la importancia de la democracia.
En las páginas de este ensayo ilustrado publicado por Turner, Runciman advierte a la vez que divierte
Esta es la primera traducción al castellano que se hace de la obra de uno de los politólogos anglosajones más jóvenes –nació en 1967-. Inscrito en la corriente de Tony Judt, Timothy Garton Ash, Michael Ignatieff e incluso Slajov Zizek, este profesor de la Universidad de Cambridge es conocido por mantener el rigor académico de Robert Dahl o Seymur Lipset sin sacrificar por ello el tono desenfadado y accesible de sus planteamientos. A lo largo de sus 200 páginas, Runciman explora las posibilidades y límites de la política, basándose para ello en la comparación de dos contextos sociales: Siria y Dinamarca.
Para desarrollar esa tesis, Dvid Runciman organiza el ensayo en tres capítulos. El primero, Violencia, en el que repasa las teorías políticas que se han elaborado desde la I Guerra Mundial hasta la actualidad para definir el poder, además –claro- de las doctrinas de Hobbes, Maquiavelo, Webber o Comte y en el que concluye que, en esencia, el poder radica en un aspecto fundamental: controlar la violencia. Por eso los gobiernos son más inestables, asegura, en países con conflictos civiles.
Le sigue Tecnología, un segundo apartado en donde analiza lo que, a su juicio, ha sido el elemento que ha conseguido retar e incluso desplazar a las formas tradicionales de controlar la violencia. Se trata, en efecto, de la tecnología como signo de una era “post-ideológica” en la que cobra más importancia la carrera de avances científicos y la mentalidad tecnócrata, en lugar de los políticos de toda la vida.
Runciman explora las posibilidades y límites de la política, a partir de dos ejempaplos: Siria y Dinamarca
El último capítulo de Política trata el concepto de Justicia. Para esclarecer sus ideas, Runciman se plantea si existen o no unas condiciones mínimas de distribución de la riqueza. Apoyándose en la Teoría de la justicia, del filósofo norteamericano John Rawls, que elogia la justicia distributiva para alcanzar la justicia general. Trabaja también con autores como el premio Nobel de Economía Amartya Sen y la filósofa Martha Nussbaum, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2012, con la intención de defender la idea de que la expansión del sistema democrático depende de la construcción de sistemas educativos, salud e igualdad de género y cuya ausencia en países como Irak o Afganistán deja de manifiesto cuándo una democracia no es tal.
A pesar de su análisis demoledor, David Runciman se permite no cantar el Apocalipsis… eso sí, con la candidez justa: “Todo esto no significa que la democracia esté condenada. En política no existe la predestinación. Quedan todavía muchos motivos para el optimismo en un mundo que está mejor que nunca, un mundo en el que la pobreza se bate en retirada y donde la tecnología nos promete oportunidades nuevas e limitadas. Aun así, el peligro de una catástrofe sigue siendo real: las cosas podrían salir rematadamente mal, y confiar en que la tecnología nos salvará no basta. Debemos ser conscientes de los riesgos de la interconectividad global, el tiempo que transcurre entre nuestras acciones y sus efectos a largo plazo, y también nuestra confianza, cada vez más excesiva en el poder de la política. Solo podemos encarar los desafíos futuros si aprovechamos al máximo las instituciones representativas del Estado moderno”.
David Runciman es profesor de ciencias políticas en la Universidad de Cambridge, autor de varios libros, de los cuales este es el primero que se traduce a nuestro idioma, y colabora regularmente en la London Review of Books y The Guardian, entre otras publicaciones.