En España existen 3.967 librerías independientes. Son muchas menos de las que existían en los tiempos de bonanza, pero bastante más de las que sobrevivieron. Ha pasado lo peor, lo más duro: la crisis económica que casi acaba por completo con todos los sectores de la economía, pero que se cebó con especial saña con el del libro: desde los editores hasta los libreros vieron desplomarse sus ventas. Lo que ocurre es que, a diferencia de los primeros, ellos representan la parte más débil y al mismo esencial de una de las cadenas de producción más importantes: la del conocimiento. Si los libreros no bombean, la sangre no irriga el cerebro social.
3.967 librerías, decíamos. Hay gesta en las que consiguieron permanecer de pie, y todavía más en aquellas que, aún en las condiciones más adversas, decidieron abrir. 3.967 librerías, esa es la cifra. Alegrarse no basta, suspirar tampoco. Hay que sentarse a repensar el modelo, llevan diciendo desde hace ya casi una década los responsables del sector. Por eso esta semana, en Sevilla, se ha celebrado el XXIII Congreso de Libreros, el primero después de siete años. No se reunían desde 2011, esa fecha en la que las vacas mostraron el costillar más que nunca y la industria del libro se hizo 40% más pequeña. Debían celebrarse, en principio, cada tres años, pero el drama de la caída en ventas hizo imposible tal cosa. Cada quien estaba achicando su propia agua en aquella tormenta.
Convocados por la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL), más de 300 libreros, editores, distribuidores, escritores, periodistas culturales, y representantes institucionales se han dado cita durante tres días en Caixa Forum Sevilla, para debatir, compartir y cuestionar cuál ha de ser el modelo del sector. No era cualquier tarea ésa, porque el gremio de las librerías, fuertemente golpeado por la caída en las ventas, debe ocuparse -además de sus problemas estructurales- de nuevas amenazas: la irrupción de los formatos electrónicos y cómo asimilar su venta; la llegada de gigantes como Amazon, que hace temblar hasta a las grandes cadenas; el registro de un porcentaje lector todavía escaso que crece muy lentamente pero que compra pocos libros.
Han sido valientes los libreros. Mejor dicho, han sido adultos, honestos. Dijeron que así sería, que guardarían el pañuelo, porque lágrimas y lloriqueos ni pagan las facturas ni resuelven los problemas. Así lo dijo Juancho Pons, director de Cegal, en una entrevista concedida a este periódico. Pero una cosa es decir y otra, hacer. Verlos actua transmitía la firme convicción ya no de ganar o remontar una batalla, sino la guerra a la que hoy se enfrentan la mayoría de las industrias culturales. En otras palabras: entre la espada y la pared, los libros han elegido la espada en Sevilla.
Los temas principales
A grandes rasgos, los temas esenciales del Congreso podrían agruparse en cuatro líneas: un examen orgánico del gremio de libreros (formas de organización; la dispersión en relación con sus principales colabores: los distribuidores y editores; las principales amenazas directas, como Amazon); la segunda está relacionada con los lectores -cómo conseguir que las personas vuelvan a entrar en las librerías-, y da pie a la tercera gran línea de discusión: la llamada “librería de barrio” y que supone el nudo de un ebate cultural y ciudadano en el que los libreros independientes se la juegan todo. La cuarta línea abordada tiene que ver con el sector público (planes de fomento, campañas de lectura, programas de apoyo e incentivos). El programa era lo suficientemente potente como para que los libreros salieran de Sevilla, si no con la solución, al menos sí con las preguntas correctas pasadas en limpio, en orden y con buena letras. Porque si algo quedó claro fue el diagnóstico: el trabajo debe ir desde adentro hacia afuera.
Dos mesas resultaron especialmente importantes en la jornada de cierre del Congreso: la que relacionaba a los libreros independientes con los grandes grupos editoriales y una segunda, que marcaba las estrategias de colaboración de las librerías con los sellos independientes. La dinámica de cada una reveló no sólo una cadena natural, sino los fallos que poseía cada una. En ambas había elementos comunes: por ejemplo el desconocimiento que tienen los editores acerca de determinados temas como almacenamiento, escaparates, cadena de distribución. “Uno de los problemas del sector es que no conocemos lo que hace el otro. Deberíamos hacer un intercambio. Que un editor vaya un día a una librería y entienda el almacén y que el librero venga a una editorial”. La idea de Diego Moreno, de Nórdica Editores, aunque poco práctica, ilustra de qué manera conocer determinados datos haría más factible el entendimiento entre unos y otros: así el editor comprendería, por ejemplo, por qué los libros salen tan pronto de la mesa de novedades; o por qué la rotación es tan alta y la capacidad de stock que supondría para un librero mantenerlas, etc.
En aquella mesa, que llevaba por título La unión hace la independencia (colaboración entre editores y libreros independientes) y que fue moderada por Jesús Marchamalo, participaron también Jan Martí, de Blackie Book; Silvia Sesé, de Anagrama, así como los libreros Miguel Iglesias (Letras a la taza) y Alberto Sánchez (Librería Taiga). La idea principal de la discusión se centró en el papel de la librería como actor y su capacidad de incidir en el entorno: desde la convocatoria y programación de actos hasta el verdadero papel del negocio de los libros-rentabilizar sí, pero también prescribir-. “Nuestra idea de librería implica crear un espacio dónde hacer barrio. Eso implica un buen fondo y no caer en el ‘todo vale (…) Si nos planteamos la rentabilidad de los actos y presentaciones, no las haríamos. Pero la librería es un espacio cultural. Cuando ves la sala llena, te da satisfacción. Ya no puedes dejar de hacerlas”, aseguró Miguel Iglesias.
La siguiente mesa propuso el panorama contrario. O al menos uno en el que coincidían las partes más alejadas de la cadena: el gran grupo editorial y los libreros independientes. Aunque la mesa estaba planteada en función de generar complicidad y unión entre unos y otros, saltaba a la vista que existían algunas lagunas de comunicación y no pocos reproches. Tanto Elena Ramírez, jefa editorial de Seix Barral, como Miguel Aguilar, editor de Debate, se sentaron ante Jesús Otaola (de la librería Proteo, en Málaga) y Álvaro Manso (Luz y Vida, en Burgos). La mesa, moderada por el periodista Daniel Arjona, parecía poner de manifiesto una actitud más simétrica que colaborativa. Y a juzgar por los reclamos de los libreros, algo de eso tiene el asunto.
“Las relaciones que mantenemos están basadas en las novedades y no en el fondo, que es lo que nos identifica. Debemos buscar un canal de comunicación que no sea sólo comercial”, aseguró Manso, quien insistió en el elemento clave del librero independiente: la importancia de su fondo editorial. Es decir, todo aquello que no obedece a las novedades editoriales y que conforma el corpus de una librería. Según Manso, los grandes grupos sólo centran su interés en las novedades del catálogo y se limitan a entender al librero como un receptor de libros nuevos, sin propiciar estrategias para aumentar y dinamizar el fondo. Elena Ramírez, de Seix Barral, quien aseguró que los grandes sellos necesitan también abrir canales más directos de comunicación con los libreros, aclaró sin embargo que las editoriales no centraban todo en las novedades, entre otras cosas, porque estaban obligados a cumplir con un porcentaje mínimo de ventas de un autor de fondo, pues de lo contrario pierde los derechos sobre esa obra.
En una mirada algo más amplia, Miguel Ángel Aguilar hizo énfasis en la relación de partida que une a editores y libreros: “Necesitamos prescriptores neutrales. Y eso tiene dos patas: la prensa, que se ha deteriorado en esa tarea, y los libreros, que son quienes ahora tienen ese monopolio”, un mensaje en el que parecen estar todos de acuerdo: pequeños y grandes, editores y libreros, periodistas y lectores. Eva Cosculluela vicepresidenta de CEGAL y directora la librería aragonesa Los portadores de sueños resaltó esa idea en la mesa que compartió con los periodistas culturales acerca de la necesaria relación entre ambos. “La gente sabe que existen las librerías, como sabe que existen las fruterías y no por eso se dejan de hacer campañas para que la gente consuma cuatro o cinco piezas de frutas al día”.
El relevo generacional se nota
La foto de conjunto que arroja este congreso de libreros plantea un diagnóstico claro: el sector de los libreros españoles ha aprendido del largo desierto de la crisis. Acaso porque se percibe un claro relevo generacional con más conciencia de acción conjunta, el gremio parece tener una concepción más compacta y moderna de sí mismo, y con una mayor capacidad autocrítica, o al menos con una clara vocación de tal cosa, lo cual los exime de la visión inmovilista de otras directivas. Los libreros tienen muy claro que el modelo no se agota en la pasividad. El trabajo de la librería tiene que resonar en la calle.
Un librero no puede basarse sólo en la rentabilidad, ya que ésta pasa por una visión más a largo plazo. Lo saben y le dan valor a eso. Es lo que lo diferencia de un vendedor de zapatos o de frutas y aporta belleza a su oficio. La supervivencia pasa por la creación de un tejido lector. Su capacidad de generar contenido y puentes con otros actores es lo que puede determinar su verdadera influencia. De ahí la insistencia en el concepto de librería de barrio, la importancia del fondo editorial y la cercanía como factor decisivo de su labor prescriptora. La combinación de esos tres elementos es lo que podría imponer una relación comercial directa, es decir, que el habitante de un determinado lugar prefiera comprar a su librero y no en las grandes superficies, -existiendo el precio fijo del libro, hay que aprovechar-.
Salieron muchos más temas en este congreso, muchos más de los que se enuncian en este texto y que, aún condicionando a los libreros, implican a muchos otros actores. Y ese ha sido el acierto de este Congreso: tener la perspectiva suficiente para reunir en un mismo lugar a las distintas partes de un mismo sistema, porque en los espacios problemáticos comunes es más sencillo planificar soluciones reales. Han tenido que pasar siete años -y los que ya operaban cual lenta cocción- y una crisis de proporciones elefantiásicas, para que los libreros desarrollaran un agudo sentido no solo de supervivencia, sino de modernización y verdadera divulgación cultural. En efecto. Han tenido que pasar siete años para que, entre la espada y la pared, los libreros hayan elegido al fin la espada.