Cultura

Esteban Hernández: “España es un país perdedor"

Las batallas invisibles de nuestro tiempo

Esteban Hernández (1965) es abogado, ensayista y analista político. Debutó con El fin de la clase media (Clave intelectual, 2014), donde describe con detalle el derrumbe del Estado del Bienestar, combinando materiales tan distintos como la macroeconomía y los conflictos cotidianos del grupo rockero de culto Drive-By-Truckers. Sus libros se leen como mapas de un naufragio social, donde cada vez adquiere más peso la geopolítica, que desborda las escaramuzas cotidianas entre izquierda y derecha. Ahora publica Así empieza todo: la guerra oculta del siglo XXI (Ariel), un texto que explica por qué las actuales élites políticas y económicas no se están tomando decisiones funcionales para afrontar los problemas que merman nuestras condiciones de vida. La lucha por la supervivencia se hará cada vez más cruda si no hay una reacción a gran escala, social, económica e institucional.

En los últimos años se ha puesto de moda el término “guerra cultural”, tanto desde la izquierda como desde la derecha. Su texto describe esto como una “versión degradada” de la guerra subterránea real.

Lo relevante para mí en este instante es la guerra entre lo productivo y lo financiero, en la que va ganando por goleada lo financiero, lo alejado de la economía real, esa que produce los ingresos de la mayoría de la gente. Esta guerra significa que los parados, autónomos, trabajadores por cuenta ajena, pequeños y medianos empresarios, muchos profesionales liberales y parte de las grandes empresas ligadas al territorio van a salir perdiendo todavía más. Ese triunfo de la economía irreal, muy ligada al ‘efecto Cantillon’, que produce muchos réditos a una escasa parte de la población, genera tensiones claras en las sociedades occidentales. Para no abordar este problema, se nos entretiene con cuitas que nos enfrentan a unos contra otros, cuando los problemas que nos afectan son comunes.

El libro se cierra con esta frase: “La guerra es una contienda moral que se gana en los templos antes que en los campos de batalla” (Sun Tzu). ¿Cuáles son los templos de nuestro tiempo?

No somos muy conscientes de que el instante histórico que ha empezado a desarrollarse es muy importante, que es un cambio de gran magnitud. Se juntan dos aspectos, el cambio tecnológico que transformará productivamente a la sociedad y hará que sobren muchas personas, con una posición geopolítica similar a la de la salida de la I Guerra Mundial, que fue resuelta de una forma muy torpe y que puso las bases para todas las tensiones que vinieron después y nos condujeron a la II Guerra Mundial. Como no le pongamos remedio, los contendientes van a ser la civilización y la barbarie.

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No advierte de que vienen protestas sociales: “La rebelión va a estar presente en los próximos años y los movimientos antisistémicos van a crecer”.

El futuro está por construirse: lo que anticipan estos momentos, si el futuro se convierte en la continuación del presente, será la pelea entre una opción política que apela al multilateralismo, que apuesta por la digitalización y lo verde y que defiende el statu quo, pero cuyo programa económico provocará que descienda el nivel de vida de la mayoría de la población española -y europea- y otra opción política más autoritaria, con mayor peso de lo nacional, más favorable a Estados Unidos que a la Unión Europea en lo internacional, además de antichina, y que trata de alterar el statu quo. Ninguna de las dos tendencias es buena. Insisto, el futuro está por construirse, no lo dejemos en manos ajenas.

Hace un retrato de China como negativo fotográfico de los errores de Occidente. El país ha crecido de manera espectacular no solo por sus méritos, sino porque Europa y Estados Unidos pensaban que nunca iban a ser superadas y no han planificado a largo plazo.

China es especialmente importante en la medida en que constituye la unidad de medida de los errores occidentales. Les dimos todo lo que necesitaban: capital, tecnología, acceso a los mercados mundiales… Se hizo oídos sordos, por avaricia y por estupidez, a todas las señales que enviaban, que fueron muchas, acerca de la utilización en términos imperiales que estaban haciendo de todo lo que se les proporcionaba. En cuanto a España, le afectará negativamente, como a la Unión Europea. Tanto Estados Unidos como China ganarán espacio, tratarán de expandir sus ámbitos de influencia, e intentarán tener mayores partes de nuestros mercados y de nuestras empresas y lo conseguirán. España será un terreno de adquisiciones.

"España es un país perdedor, y Alemania lo será en la nueva guerra fría, como la UE, más un territorio del que apoderarse económicamente que un aliado respetado", explica

El libro describe una guerra con tres bandos: unas élites que se desentienden de cualquier obligación social, una clase media menguante y unos perdedores a los que se consideran como seres humanos desechables.

Tenemos que ser conscientes de que las élites se han escapado de las sociedades en las que vivían. Ha ocurrido en muchos sentidos: vemos cómo se concentran en espacios apartados, como son determinadas urbanizaciones, y apenas visitan la ciudad. Sus conexiones son internacionales, y tienen más en común con élites de otros países que con la gente de su nación; sus inversiones son globales, no revierten en el territorio del que consiguen los recursos. Y así sucesivamente. Ocurre en todos los sentidos, la separación es por arriba. El país que ha roto la globalización ha sido Estados Unidos, el líder mundial. Las tensiones más fuertes en la Unión Europea vendrán causadas por Estados ricos como Países Bajos y demás norteños, y por esa parte de Alemania que entiende al sur como algo de segundo orden.

¿Cómo afecta esto a España?

Las tensiones de separación en los Estados provienen de territorios ricos: Cataluña quería irse de España, no Extremadura; Madrid quiere condiciones especiales, no Teruel, que sólo aspira a integrarse mejor. Lo absurdo de esto es que la mejor salida es la común, también para ellas, porque las élites de países perdedores son perdedoras también. España es un país perdedor, y Alemania lo será en la nueva guerra fría, como la UE, más un territorio del que apoderarse económicamente que un aliado respetado por unos y otros. Esto es evidente en la UE: la única posibilidad que tiene para sobrevivir como un bloque sólido es contar con una Europa fuerte, con peso internacional y con un fuerte consumo interno, pero todas las medidas que se toman van en dirección de volverla más frágil. Esto se traduce en un fondillo de recuperación que deja 140.000 millones menos los descuentos a España al tiempo que Alemania invierte casi dos billones de euros en su economía. Es otra forma de separación por arriba y, por tanto, de hacer más frágil la Unión Europea.

Usted acuñó una expresión que ha hecho fortuna: la burbuja de Arganzuela, que es el nombre de un barrio de Madrid. Se refiere a la zona multicultural donde unas élites de izquierda viven ensimismadas en sus mundos cuquis, ignorando o despreciando a “los perdedores de la globalización”, a quienes sin embargo aspiran a representar.

No son sólo las izquierdas madrileñas, la mayor parte de las izquierdas españolas han actuado de esta manera. Es muy difícil que salgan de ahí: hace una década, tenían un sentido de la superioridad moral que les servía para afear las ideas de los demás y señalarles como producto de un momento histórico superado. Ellos se sentían las fuerzas del futuro y se comportaban como si quisieran limpiar la esfera intelectual de impurezas arcaicas. Siempre encontraban dianas a las que disparar dialécticamente, y supongo que eso les daba la satisfacción del inquisidor. Hoy siguen haciéndolo, pero ha cambiado una cosa, su posición. En lo político es evidente, porque su generación está acabada, y lo máximo que han conseguido es pastorear para el gobierno del PSOE. El 15-M ha sido un desastre políticamente, pero no sólo por sus resultados, ni por la actitud de sus principales activistas, también por su escasa percepción de las necesidades de la gente y por unas propuestas que complementaban los cambios que el mismo sistema estaba promoviendo.

"Nos vendría bien a todos un mundo en el que los valores fueran más allá del dinero y del éxito y creo que en eso hay consenso", señala

Habla de un “momento Karl Polayni”, en referencia al antropólogo austriaco que explicó que los seres humanos necesitamos unos mínimos de relación comunitaria y cuando estos faltan se produce una reacción política.

El capitalismo va afinándose continuamente en su intento de conseguir más rentabilidad y mayor concentración de poder y recursos. Al hacerlo, provoca tensiones fuertes entre países, regiones y clases sociales, pero entiende que eso es parte del proceso, ya que estamos en un momento de destrucción creativa. La misma digitalización forma parte de esto: es la reconversión hacia la mediación digital de buena parte de la actividad real. El conductor de Uber sigue siendo un conductor, no es una aplicación; el repartidor de Glovo, los hoteleros que prestan sus servicios, los artículos que se venden en Amazon siguen siendo en su mayor parte físicos, pero todas esas actividades se derivan hacia mediadores, estadounidenses o chinos, que captan recursos y terminan ocupando posiciones oligopolísticas o monopolísticas. Podemos hablar del periodismo digital, y vemos que Google y Facebook son los principales captadores de publicidad. Y así sucesivamente. Es importante señalar esto, porque la digitalización podría ser otra cosa, pero se ha constituido como un paso adelante más en un tipo de capitalismo monopólico que busca extraer recursos, como suele ocurrir con los monopolios, en lugar de aumentarlos.

¿Cómo podemos defendernos de esas concentraciones de poder?

La solución es sencilla, tomar el camino opuesto, aunque sólo fuera para que algunas de las necesidades antropológicas que tenemos como seres humanos pudieran satisfacerse. Nos vendría bien a todos un mundo en el que los valores fueran más allá del dinero y del éxito y creo que en eso hay consenso, más allá de la orientación política que cada cual le otorgue. En este momento de transformación tecnológica vamos hacia un entorno muy poco amable con lo humano, y hay que subrayarlo.

"Ya no hay élites españolas, son gestores de ideas ajenas y por lo tanto fácilmente absorbibles en primera instancia", lamenta

Otra idea inquietante recorre el libro: Occidente es ya incapaz de tomar decisiones que le lleven a los fines que desea. Las estructuras políticas son tan rígidas como en la decadente URSS y no se escucha realmente a quienes proponen alternativas. ¿Hay margen de reacción o damos esa batalla por perdida?

Que la batalla se gane o se pierda es la segunda parte, la primera es que hay que darla. Son quienes están al frente de la sociedad, sus malas decisiones nos afectan a todos y llevamos mucho tiempo pagándolas. El ascenso chino es un ejemplo claro, pero el más significativo no es exterior, es interno: las soluciones que aplican a los problemas económicos hacen los problemas más profundos en lugar de solucionarlos. Al actuar así, crean más desafección, hostilidad y desigualdad, lo que conduce a un horizonte bastante negativo. Pero no sólo para nosotros, también para ellos. En el caso español, es llamativo cómo están tomando decisiones que también les perjudican como élite. Desde el inicio de la crisis, España tiene menos millonarios, y donde más han crecido ha sido en China, Países Bajos, Alemania y Estados Unidos. Esto no es una fotografía de un momento dado, sino una tendencia: cada vez habrá menos ricos españoles. Y en lugar de intentar poner las bases para cambiar esa tendencia, actúan en ese ‘qué hay de lo mío’ con el fondo de recuperación sin tener ninguna idea estratégica clara. Y cuando aparece, lo hace en el ámbito de la financiarización y de la digitalización, terrenos en los que no pueden competir. Ya no hay élites españolas, son gestores de ideas ajenas y por lo tanto fácilmente absorbibles en primera instancia, y prescindibles en segunda. Pero ni siquiera se dan cuenta.

Además del debate social degradado, en la España de 2020 sufrimos una desconfianza crónica hacia los políticos, que aparecen en los sondeos entre los principales problemas de la nación, ocupando el lugar que antes tenían la droga, el paro y el terrorismo.

Sería fácil decir que hacen falta líderes capaces, con sentido estratégico, visión integradora y económicamente inteligentes. Pero no me preocupan tanto los líderes como nosotros. La pregunta es más bien por qué la sociedad española carece de ideas, de activación política, por qué las fuerzas sociales tradicionales, como partidos o sindicatos, tienen cada vez menor peso, al mismo tiempo que la sociedad civil disminuye en su participación e influencia. Creo que hace falta que tomemos conciencia de los problemas más allá del típico Sánchez es un tal, Casado es un cual, y así sucesivamente. Las críticas a los políticos, a menudo demasiado encrespadas, son la señal de la renuncia de una sociedad a hacer política: su manera de participar es atacando a los políticos. Pero eso no es participar, es echarse a un lado.

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