La tiranía digital se ha impuesto en todas las esferas de la vida y es prácticamente imposible escapar de las redes sociales y de todo tipo de avance tecnológico para comunicarse. A priori, las herramientas digitales hacen las cosas más fáciles y rápidas, pero nunca a cambio de nada. Eso es lo que pensaron los cineastas franceses Benoît Delépine y Gustave Kervern cuando escribieron el guion de Borrar el historial, una comedia absurda, hilarante y brillante que muestra la evidente rendición ante la dictadura de la inteligencia artificial. La revolución digital se ha impuesto y uno solo puede reírse.
"El hombre cree que es el rey del mundo y que no está amenazado por ningún depredador, pero inventó la inteligencia artificial, que es mucho más poderosa que él, y ahora podemos ver las señales de lo que está sucediendo. Presentimos que puede terminar mal", afirman los directores de esta película, que decidieron embarcarse en esta locura al sentir que a menudo les embriagaba "la realidad", según recoge Vozpópuli.
Blanche Gardin, Denis Podalydès, Corinne Masiero protagonizan esta comedia absurda y por momentos también surrealista en la que sus directores aprovechan la ocasión no solo para reflexionar en clave de humor sobre el mundo online, sino también para lanzar un dardo a las condiciones laborales del mundo actual con guiños graciosos como el servicio de compra a distancia "Alimazone", que atemoriza a sus trabajadores, un recuerdo a la revolución de los chalecos amarillos o una crítica a quienes se aprovechan de los servicios sociales.
Es difícil decidir si la tragedia supera a la comedia en esta película, Premio del Jurado en la Berlinale, y uno mantiene esta duda a lo largo del filme, salpicado de canciones de Daniel Johnston y de algunos cameos, como el del escritor galo Michel Houellebecq y uno de los dos directores.
En ella, tres vecinos de un suburbio tratan de convivir con los problemas que les causan las redes sociales y la vida digital: una protagonista que intenta esconder que su marido y su hijo la han abandonado, al tiempo que trata de evitar un soborno a raíz de un vídeo sexual; un padre viudo enamorado de un perfil digital, endeudado hasta para pagar el funeral de su mujer; y una conductora que no consigue buenas críticas en Internet y no puede levantar cabeza.
Borrar el historial demuestra una vez más que la desgracia ajena nos hace sentir un poco más felices, pero también nos inquieta, ya que se convierte en un espejo en el que no podemos dejar de mirarnos y tratar de encontrarnos
Aunque el delirio protagoniza cada todas las escenas de esta película, es imposible no sentirse identificado. Borrar el historial demuestra una vez más que la desgracia ajena nos hace sentir un poco más felices, pero también nos inquieta, ya que se convierte en un espejo en el que no podemos dejar de mirarnos y tratar de encontrarnos. Algo de nosotros está en estos personajes, tan desgraciados, tan ignorados y tan endeudados, e inevitablemente el espectador comparte algo de su patetismo, algo de su mala fortuna y también de su irresponsabilidad.
Tiranía digital y futuro laboral
Borrar el historial es una locura y un sinsentido que posee una trama desbordada en todo momento. Sin embargo, es fácil entender lo fácil que es llegar hasta el extremo en el que se encuentran estos personajes, incluso sin haber hecho verdaderos méritos para deambular por la desdicha. En este punto, sus directores pasan de las bromas ligeras sobre contraseñas y confusiones digitales a cuestiones más serias, como el presente y el futuro del mercado laboral.
"Cuando no hay trabajo, ¿por qué la gente debería jubilarse a los 64 años? Todo es una tontería. Las personas responsable que piensan en nuestro futuro son conscientes de que cada vez habrá menos trabajos, de que las máquinas y las computadoras lo harán todo y no quedará nadie para pagar nuestras pensiones", alertan estos cineastas.
Esta película, distribuida por La Aventura, responsable de apostar en España por la coreana Parásitos, se toma una licencia surrealista para, al menos en la ficción, mandar toda la tecnología al carajo y convertir este largometraje en una reivindicación de la comunicación libre, directa y sin ruido. Además, en un momento en el que la pandemia parece haber abierto un cisma entre las prioridades de los ciudadanos según su situación, esta cinta invita a mirar los problemas con la perspectiva que merecen.