Cultura

Excelentísimos borrachos: Churchill, Bogart, Hemingway y los que beben la vida

Beber es morir, pero dejar de hacerlo también; como Alfredo Landa, que cuando le dejaron de apetecer los gintonics estaba avisando de que se iba

  • Winston Churchill

Decía Francisco Umbral que alcohólico es aquel que bebe más que su médico. Hay quien bebe para olvidar, y hay quien bebe porque ya no recuerda quién era. La épica contemporánea tiene como campo de batalla la barra de un bar, y con los ojos vidriosos y el tintineo de las farolas que da el etanol se han alcanzado las más grandes conquistas amorosas. Borracho se puede, incluso, ganar la guerra más importante de la Historia humana. Que le pregunten a Winston Churchill

Porque por algo para los hebreos el apocalipsis comienza con la desaparición del vino: “Perdióse el vino, enfermó la vid, gimieron todos los que eran alegres de corazón. Cesó el regocijo de los panderos, acabose el estruendo de los exultantes, gimieron todos los que eran alegres de corazón” (Isaías, 24, 7-10).

Esta cita figura en el Diccionario etílico cultural ‘Excelentísimos Borrachos’, que acaba de publicar Carlos Janín de la mano de Reino de Cordelia. Por sus páginas bullen las borracheras, los delirios, los amargos sinsabores del desamor y el orgullo de vidas bebidas hasta la última gota. 

No hay mares, ni océanos tan vastos para albergar en sus cuencas los litros y litros de alcohol que los protagonistas de este diccionario han deglutido. Empezando por el premier británico más famoso de todos los tiempos. Sir Winston Churchill empezaba el día con un whisky con agua desde la cama de su búnker. A la hora de comer podía trajinarse una botella entera de champán, y por la noche más whisky, solo en tal ocasión. Churchill fue clave en la victoria de los aliados y vivió 91 años

Otro de los que era capaz de beberse hasta los charcos y después rendir en el trabajo era Ernest Hemingway. Muchos testimonios corroboran que el gran símbolo americano de la virilidad tumbaba a cualquiera en el duelo de vidrios, y después aporreaba su máquina de escribir como si nada. Es más, se jactaba de llamar “flojo” a otro ilustre borracho, Scott Fitzgerald, al que la depresión y el alcoholismo acabaron con su vida.

Humphrey Bogart siempre decía que no se fiaba de quien no bebiera, pues tenía “algo que ocultar”, y consideraba que el mundo llevaba unas copas de retraso. Bebía todos los días, y tras esa fachada de tipo duro -no necesitaba una pistola para parecerlo, como decía Raymond Chandler- habitaba un alma atormentada. 

Porque como decía Paco Umbral, bebemos para olvidar, y conseguimos olvidar muchas cosas hasta que solo recordamos aquello de lo que queríamos deshacernos. El caldo de Baco se ha llevado por delante a muchos. Acabó con el bohemio Alejandro Sawa, que inspiró el personaje principal de Valle-Inclán en ‘Luces de Bohemia’.

¿Quuién bebe más bourbon?

Y segó las vidas de muchos seres de carne y hueso, como la de “Manoliño, el del alguacil”,  el tonto de una aldea gallega cuyo nombre prefiero ocultar. Manoliño acudía al bar implorando invitaciones de viño. La gente pagaba solo para ver cómo aquel pobre ser era capaz de acabar con los vasos de un solo trago, abriendo el gaznate como si se tratase del engranaje de una presa, y en menos de 5 segundos todo iba al buche. A Manoliño lo encontraron un día muerto en su casa.

Se cuentan historias también de otra ilustre alcohólica, Ava Gardner, que ganó a Luis Miguel Dominguín una apuesta de quien bebía más bourbon. ¿Y qué es la vida sino una sucesión de fiestas y resacas? ¿De alegrías y llantos? Beber es morir, pero dejar de hacerlo también. Como Alfredo Landa, que cuando le dejaron de apetecer los gintonics estaba, en el fondo, avisando de que se iba a morir, como contó José Luis Garci. 

Empiezas con el vaso de tubo, o con el botellón como en mi generación. Y a medida que pasan los años y tu cuerpo cambia y envejece, así lo hace el recipiente de tu copa, que pasa a ser una copa de balón. A medida que entras en la vejez y tu cuerpo se va encogiendo, cambias los copones por los chatos de vino. Y así hasta el final, cuando ya no eres nada. 

Al fin y al cabo, por algo los griegos acudían a la melopea para estar más cerca de Dios

Muchos cementerios los copan los adictos a la botella, pero también hay sepulcros en vida. Al fin y al cabo, por algo los griegos acudían a la melopea para estar más cerca de Dios. El alcohol es refugio, y también cárcel. Beberse la vida con moderación para muchos es un reto. Para ser un excelentísimo borracho hay que jurar que se dejará esta vida con un jolgorio en condiciones. Porque vivir era una fiesta. Y algunos marchan y dejan tras de sí solo un cerco de humedad, la huella de su última copa.

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