La presentación de Realismo poscontinental (Ontología y epistemología para el siglo XXI), publicado por la editorial Materia oscura, se celebró en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Ejerció como maestro de ceremonias Valerio Rocco, profesor de Filosofía que fue parte del tribunal de tesis que juzgó las investigaciones de Ernesto Castro, dirigidas por José Luis Villacañas. Para romper el hielo, Rocco comparte una anécdota: “Fue uno de los momentos más surrealistas de mi vida, en la Feria de Sevilla, no sé cómo acabé allí con unos amigos. Estaba en la caseta, tomando rebujitos, entre coches de caballos, cuando alguien me pregunta dónde trabajo. Le digo que en la Universidad Autónoma, que tiene a nombres conocidos como Gabilondo, Pérez Duque…y paro de enumerar porque pone cara de que no le suenan de nada. Entonces me pregunta si conozco a Ernesto Castro, respondo que sí y llama a todos sus amigos, que empiezan a rodearme. Se reúnen veinte, treinta y casi cuarenta andaluces a los que dice ‘!Conoce a Ernesto Castro!’ Fue mi momento de gloria en la Feria”, recuerda entre risas del auditorio.
Los motivos de la popularidad de Castro son variados. Sin duda influye El trap. Filosofía milenial para la crisis en España (Errata Naturae, 2019), un libro contundente y preciso sobre el género musical de moda entre los jóvenes. La investigación fue exhaustiva y las entrevistas con las grandes figuras del género fueron volcadas en Youtube, haciendo crecer la fama del autor. Castro también es popular por sus polémicas con los seguidores de Gustavo Bueno, por su animismo radical y por un entusiasmo didáctico que le lleva a grabar todas los debates, charlas y clases en las que participa. Uno de sus caballos de batalla es que la actual docencia aproveche las posibilidades de archivo que ofrecen las nuevas tecnologías.
"Cuando me aburro soberanamente, busco mi propio nombre en Twitter. Salga lo que salga, siempre me echo unas risas”, explica
¿Cuál es la mayor aportación de Castro a la filosofía actual? Seguramente su empeño en hacerla popular. “A diferencia de los esnobs, no creo que la calidad esté reñida con la cantidad. Al contrario, mis referentes preferidos suelen ser autores de obras tan extensas como excelsas. Al igual que muchos mileniales, soy ‘poptimista’ en el sentido de que espero que lo bueno y lo bello será apreciado tarde o temprano por la multitud. No le tengo miedo a la popularidad ni a la mayoría de sus consecuencias -las páginas de memes, por ejemplo- me divierten. Cuando me aburro soberanamente, busco mi propio nombre en Twitter. Salga lo que salga, siempre me echo unas risas”, confiesa a Vozpópuli.
Censura y uñas pintadas
Uno de los objetivos del texto es quitar ciertos los complejos a la filosofía española. “Habría que vacunas a los filósofos hispanos contra ese chovinismo invertido que nos lleva a privilegiar sistemáticamente a los pensadores extranjeros. En nuestras facultades de filosofía, si te apellidas García o Fernández, parece que estás condenado a ser un humilde comentador o recepcionista de teóricos que se llaman Meillassoux, Harman o Ferraris. Para mí era importante que la primera tesis que se escribiera en castellano sobre el realismo poscontinental no fuera obra de un epígono, como había pasado previamente con la llamada Teoría Francesa. Ya habíamos visto lo calamitosa que había sido la recepción del pensamiento de Michel Foucault o de Jacques Lacan en la hispanosfera como para cometer el mismo error acrítico y seguidista con Ray Brassier o con Markus Gabriel”, explica.
Que estemos ante un profesor 'moderno' no significa que desprecie la tradición, al contrario. “El fondo, soy un conferenciante y un escritor muy académico. Lo que pasa es que enmascaro ese academicismo detrás de una estética y una retórica chocantes -el disfraz de torero, el 'Hola a todas', etcétera-. El fin es atraer a los incautos y espantar a los talibanes. Cada vez que un machito herido en su virilidad me comenta en YouTube que ha pausado un vídeo mío nada más ver que llevo las uñas pintadas me acuerdo del dicho acerca del sabio, el tonto y la luna. No tengo ningún inconveniente en que los tontos me examinen los dedos mientras yo pueda continuar señalando y aprendiendo acerca de la luna”, añade.
"En España la asignatura de Filosofía en la educación secundaria fue un invento del franquismo", recuerda
La trayectoria de Castro ha estado repleta de polémicas, que se pueden rastrear en las redes: tuvo conflictos con traperos, con detractores del al veganismo, con seguidores de Gustavo Bueno, con su propia hermana y hasta fue censurado por una marca de ginebra que le había contratado para un anuncio. ¿Cuál ha sido el enfrentamiento del que más ha aprendido? “Una polémica enriquecedora, al menos para mí, fue la que mantuve con Carlos Fernández Liria hace unos años. A finales de 2016, en una clase impartida en la calle a modo de reivindicación del papel de la filosofía en las enseñanzas medias, defendí la doctrina ‘buenista’ de la filosofía como saber de segundo grado (‘buenista’ alude a Gustavo Bueno). Básicamente, defendí que para hacer filosofía primero hay que saber algo de ciencia o de arte o de técnica. Expliqué cómo en España la asignatura de Filosofía en la educación secundaria fue un invento del franquismo. Irritado por esa expresión, conociendo mi clase de oídas, Fernández Liria me dedicó dos largos artículos en los que me atacaba sin nombrarme bajo el alias de ‘ese enfant terrible de la filosofía española’”, recuerda.
¿Cuál fue la reacción de Ernesto? “Me leí la obra completa de Fernández Liria, incluidos los panfletos que escribió con Santiago Alba Rico a finales de la década de los ochenta, cuando los enfants terribles eran ellos. Luego critiqué la totalidad de su sistema filosófico en un ensayo de cinco mil palabras que él despreció en un breve post de Facebook. Como digo, fue una polémica muy interesante y enriquecedora, al menos para mí, porque aprendí muchas cosas leyendo a Liria; entre ellas, la imposibilidad del debate académico franco y sosegado. Ahora en serio: yo creo que esa querella se expusieron dos concepciones de la filosofía y del materialismo que pueden ser de interés para terceras personas”, deja caer. Liria es un filósofo kantiano y prochavista que también lleva acumulando polémicas públicas (algunas muy sustanciosas) desde los años ochenta, cuando era guionista del programa juvenil La Bola de Cristal. También fue una de las cabezas visibles en la oposición al Plan Bolonia y un firme defensor de Podemos y Más Madrid.
Heterodxia política
Otro de los enigmas de la personalidad de Castro es su posición política. Se sabe que ha votado al PSOE y a Más Madrid, pero también que ha vertido críticas feroces contra los llamados “partidos del cambio”. ¿Quizá es de los que piensan que ya no sirve la clásica distinción entre izquierda y derecha? “El electorado sigue votando mayoritariamente según ese esquema, por mucho que los intelectuales se polaricen siguiendo otras dicotomías (soberanistas versus globalistas o, dentro de mi propio gueto ético-político, ecologistas versus antiespecistas). Yo he bromeado muchas veces con que en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid siguen todavía en el siglo XIX, ya que las controversias entre los buenistas voxeros y los marxistas kantianos recuerdan poderosamente a las guerras civiles decimonónicas entre carlistas e isabelinos, pero lo cierto es que muchos fenómenos sociopolíticos actuales se pueden describir en términos de liberalismo frente a conservadurismo. Por un lado, tenemos a quienes quieren ‘conservar’ el Estado, el medio ambiente o la familia tradicional, frente a los ‘libertadores’ del mercado, el desarrollo tecnoindustrial o las identidades sexuales no normativas. Y ya me callo, que no quiero errejonizar más de lo debido”, bromea.
"Intento desmontar cierta versión grosera del posmodernismo: tuiteros del tres al cuarto creen que cualquier marxista que no reivindique a Stalin es un posmoderno", señala
El filósofo del trap también ha demostrado sus habilidades como periodista cultural, por ejemplo en una entrevista con la Premio Nacional de literatura Cristina Morales, que le dijo que Pablo Iglesias y Santiago Abascal le parecían exactamente lo mismo. “Estoy completamente en desacuerdo con esa sentencia de Cristina Morales, igual que no comparto la visión negrolegendaria de la conquista de América que mantiene la cantante de trap Bad Gyal, que es otro fragmento de una entrevista mía que se viralizó y fue objeto de polémicas absurdas. Ello no quita que, mientras las estoy entrevistando, yo entienda sus posturas y me guarde mis opiniones para otra ocasión. Para bien o para mal, mis entrevistas no son trifulcas de La Sexta Noche”, aclara.
Esuna sensación extensidad: los lectores de prensa parecen más pendientes de celebrar un linchamiento que de apuntarse a debates. “Es absurdo es que la gente confunda las creencias de la entrevistada con las del entrevistador y, en el caso de Morales, que no puedan o no quieran distinguir entre la apología del franquismo y la crítica libertaria a la clase política. La imagen de la sociedad que ofrecen este tipo de juicios sumarios es muy perturbadora: personas que no saben ponerse en el lugar del otro o, todavía peor, que nunca dialogarían con quienes no están manifiestamente de acuerdo”, lamenta.
Polémica posmoderna
Otro de los puntos calientes en la trayectoria de Ernesto, como señala Rocco en la presnetación, es si estamos ante un filósofo que abraza o que rechaza el enfoque del posmodernismo. Precisamente, su primer libro se tituló Contra la posmodernidad (Alpha Decay, 2011), aunque luego se reconcilió con algunos filósofos de los que cuestionaba. “El objetivo de Contra la postmodernidad era justamente desmontar esa concepción grosera de lo posmoderno. Tuiteros del tres al cuarto creen que cualquier marxista que no reivindique a Stalin es un posmoderno. Nunca vi tal cosa en la obra de Fredric Jameson. Yo soy tan antiposmoderno que no me trago el cuentecito lyotardiano de que la modernidad consistía en un conjunto de grandes relatos que han entrado en crisis. En tal caso, nunca fuimos modernos, como tituló Bruno Latour uno de sus libros. Se señala que mis textos utilizan recursos como el uso de personajes, el ‘eclecticismo de intereses’ y anteponer las ideas sobre los compromisos prácticos, pero eso no es algo posmoderno sino tan viejo como los diálogos platónicos. Si Platón es posmoderno, entonces yo también”, declara. El creciente interés en el pensamiento de Castro ha propiciado que el libro se vaya a reeditar el año que viene, coincidiendo con el décimo aniversario del 15-M. “Fue el movimiento social que inspiró ese ensayo, así que tiene sentido volverlo a publicar en esa fecha, con un prólogo y un epílogo largos en los que respondo a estas cuestiones con más detenimiento”, anuncia.
En estos tiempos de coronavirus, se ha cuestionado mucho el papel de la filosofía, especialmente por algunos textos desafortunados de vacas sagradas como Agamben, Zizek y Byung-Chul Han. ¿Piensa Castro que la disciplina atraviesa un momento delicado? “Se puede esperar mucho de la filosofía en una crisis como esta, siempre y cuando no se tome a los filósofos como gurús que van a ofrecer una respuesta inmediata a la eterna pregunta leninista de ‘¿Qué hacer?’. Por lo pronto, para aplanar la curva de contagios, lo máximo que puede y debe hacer la mayoría de la gente es, paradójicamente, dejar de hacer muchas cosas. Dejar de ir al supermercado seis veces al día, por ejemplo. Dejar, también, de acosar y delatar a quien va al súper seis veces al día. Aprender a no hacer nada de nada —salvo, quizás, aplaudir a las ocho de la tarde— te puede llevar a un estado mental en el que uno empieza a discriminar entre buenos y malos filósofos”, propone.
Pensar el coronavirus
Lector voraz, Castro siempre está a la última en novedades editoriales: “Leyendo Sopa de Wuhan, la primera compilación de artículos filosóficos acerca de la pandemia, se pueden ver las diferencias entre Byung-Chul Han -un mero publicista- y autores de mayor calado como David Harvey o Paul B. Preciado. Los buenistas también han publicado un número muy valioso de la revista El Catoblepas y la periodista Lorena G. Maldonado ha iniciado una serie de entrevistas a filósofos. En el fondo, todos dicen lo mismo: ‘Ya te lo dije’ y ‘Compra mi libro (donde ya te lo dije)’. Es muy difícil que los filósofos cambien de posición por una pandemia de nada, más aun cuando la mayoría de ellos ha hecho suya la divisa estoica de que ‘en el universo mudanza y en la vida firmeza’. Y ahí que siguen en sus trece”, lamenta.
"Los intelectuales no suelen quedar muy bien en cámara: o se ponen nerviosos o le siguen el juego de la idiocia", opina
Siempre se ha mostrado muy crítico con el nivel de la prensa cultural española. ¿El problema es la falta de formación de los periodistas o la excesiva politización? ¿Aplica la prensa de izquierda unos marcos marxistas demasiado antiguos? “Lo que es evidente es que muchos analistas culturales han convertido sus reseñas de libros o sus crónicas de conciertos en columnas de opinión sociopolítica encubierta; al mismo tiempo, por cierto, que muchos columnistas se han pasado al retrato de costumbres, cuando no ofician directamente como novelistas por entregas. El mundo al revés. Sea como fuere, tanto desde la izquierda como desde la derecha, la doctrina oficial es la teoría de la hegemonía gramsciana, reducida a cuatro consignas sobre publicidad, agitación y propaganda. De todas formas, muy poca gente frecuenta la crítica cultural; la cultura ha quedado reducida a mero escapismo ante el tedio y la ansiedad existencial. Esa ha sido una de las enseñanzas indelebles de esta crisis. Yo mismo he subido vídeos diarios a mi canal de YouTube para que mis espectadores no se aburrieran. Pero para eso ya están los memes: la única crítica cultural que necesitamos y a la vez merecemos”, afirma.
Acabamos con una curiosidad. El programa La resistencia ha invitado a los principales traperos españoles, pero no llamó a Castro para entrevistarle por su libro. Mi impresión es que David Broncano se encuentra más cómodo haciendo preguntas condescendientes a traperos de barrio que conversando con invitados de mayor nivel de conocimientos que el suyo. “No sabría qué decirte. Hace tiempo que no veo el programa, más o menos desde que terminé la documentación para El trap. Sí que es cierto que lleva pocos escritores o ‘intelectuales’, pero también es porque no suelen quedar muy bien en cámara y, o bien se ponen nerviosos o bien le siguen el juego de la idiocia. Es muy difícil manejarse en ese formato. No sabría muy bien qué hacer si me invitaran. Si no lo hicieron con el libro, no creo que lo hagan ya nunca”, remata.