En tal aniversario quisieron hacerla refulgir el presunto alcalde Gallardón y la troupe de acólitos de uno y otro lado, con analogías bastardas como que era “el Broadway madrileño”. Y se quedaron tan panchos.
La Gran Vía, que otrora era torrente de bullicio entre clubes, cines, restaurantes, cafeterías…, es hoy lejanísimo remedo de aquello, en donde hoy lo que bullen son pipiolos a la búsqueda de comida rápida yankee, o en franquicias que espero Dios confunda tanto como a los guiris que se creen que “montaditos” y “sureñas” tienen algo de Typical Spanish. Mocitas entrando en unas u otras tiendas de ropa barata y al por mayor de marcas más sobadas que boleada de limpiabotas mexicano. Y, si ya estamos a la hora de medianoche, dada en el último reloj que aún perdura firme como lo estuvo ante los bombardeos allá en lo alto de lo de Telefónica, de no tan mocitas y menos doncellas desde luego, que traspasan Monteras y Ballestas para afincarse descaradas al asalto, literal, del viandante masculino.
¿Cómo nadie puede tener el cuajo de decir que “esto” es casi como el West End londinense, cuando sólo hay tres teatros por todo junto, y en donde apenas quedan dos cines, con cinco salas en total pues el de la Prensa ha reconvertido el suyo en cine y minicines? ¿Nadie recuerda que han quedado para siempre en el olvido aquellos con nombre tan gloriosos como Imperial o Rex? O románticos como Pompeya o el Azul. ¿Qué se ha hecho con el Avenida, cuya historia es cine y lujo, y que ahora alberga trapos de choni? ¿Qué del Palacio de la Música, cuya promesa por Bankia para devolverlo como tal se ha quedado tan parada como el monolito de la Plaza de Castilla? ¿Se puede decir que en la Gran Vía hay musicales, cuando sólo hay dos comme il faut, pues el Rialto, que ahora se llama de todo menos Rialto, se queda en musicalín por su espacio y temas caseros?
Por la Gran Vía ya no encontraremos ni a Ava ni a Hemingway, por más que parezca que aún está Chicote (que tiene el ambiente de antaño como McDonald´s el público de la joyería Aleixandre donde está instalado). Nadie comprará nunca más en la papelería Vallejo ni camisas en Samaral. Nadie tomará ya un café en Fuyma ni merendará en Nebraska. Ni irá de noche al Pasapoga tras haber cenado en La Posada del Mar. Ni será llevado por la marea que salga a las horas intempestivas, de las últimas sesiones de noche de sus trece cines. Porque nada de eso está ya en la Gran Vía.
Por no estar, no está ni Doña Manolita.