La historia de un grupo de música nunca comienza cuando sus miembros se conocen. Antes hay un contexto histórico que marca sus condiciones y posibilidades. En el caso de los Beastie Boys, resulta obligado comentar el eterno saqueo que hacen músicos y ejecutivos blancos de las innovaciones sonoras de los afroamericanos. Elvis Presley era tan bueno como cualquier pionero del rock, pero el color de su piel fue clave en su éxito desbordante. Cuando el dios del funk George Clinton produjo a los Red Hot Chili Peppers, les dijo que ellos conseguirían un Grammy antes que él, simplemente por ser blancos. El último caso palmario es el del discjockey Diplo, experto en saquear la música de los guetos globales y en ejercer de bien pagado coolhunter para divas pop necesitadas de un toque callejero. David Byrne, Paul Simon y Damon Albarn vendieron más copias de sus discos africanos que los clásicos de África en los que se inspiran. El sesgo de raza es crucial en la industria de la música y mucho más en el de la publicidad, donde se mueven millones para las estrellas pop.
La mayor rémora de Beastie Boys Story, dirigida por el prestigioso Spike Jonze, es que se trata de una autobiografía, donde nadie fuera de los protagonistas cuestiona su trayectoria. Además, han elegido un registro narrativo flojo, explicando su vida con un monólogo a medio camino entre la charla TED, el cuentacuentos para hípsters y el Club de la Comedia. El mayor mérito es la honestidad, ya que admiten desde el principio que era inaudito que unos adolescentes blancos sin apenas habilidades musicales compartieran espacio desde sus inicios con gigantes como Kurtis Blow, Run DMC y L.L. Cool J. La historia de los ‘beasties’ tiene una variación muy interesante, que consiste en fue un ejecutivo discográfico negro -el legendario Russell Simmons- quien comprende que un grupo de rap blanco está destinado al éxito y les exprime convirtiéndoles en su boy band, hasta el punto de negarles los royalties que han ganado hasta que no entreguen otro álbum. Simmons llega incluso a dictarles rimas que ellos incluyen obedientes en sus canciones. Tenían 19 años en ese momento.
El escenario de su primera gira estaba dominado por una polla gigante de siete metros y medio y el rapero MCA abría las latas de cerveza apoyándolas en la bragueta
El metraje, sobre todo, es una exaltación de la amistad entre los tres miembros del grupo, con la emoción añadida de que uno de ellos -Adam Yauch- falleció a causa del cáncer a los 47 años. También es una historia de madurez: el grupo comienza como una apología del machismo -apenas camuflada con maquillaje irónico- y terminan siendo activistas de la igualdad de género. Expulsan a su primera batería porque tener una chica en el grupo no encajaba con su imagen de tipos duros. Firmaron letras sonrojantes como Girls, con rimas que retrataban a las mujeres como sirvientas de las necesidades masculinas (“Chicas para lavar los platos/ chicas para limpiar mi cuarto/ chicas para lavar la ropa/ y chicas en el baño”). Hay que adjudicarles el mérito de haber cuetsionado su machismo antes y más a fondo que los rockeros.
La calle como juego
Poco a poco, fueron madurando, hasta firmar rimas como las de Sure Shot, donde proclaman que la falta de respeto a las mujeres no es aceptable y que merecen ser tratadas como iguales. Esto es un enorme logro, sobre todo al recordar que el escenario de su primera gira estaba dominado por una polla gigante de siete metros y medio y que el rapero MCA abría las latas de cerveza apoyándolas en la bragueta y simulando que la espuma era su eyaculación. Ya en los noventa, cuando un entrevistador les llama hipócritas por el cambio de criterio, MCA responde de manera magistral que “prefiero ser un hipócrita que no cambiar nunca”. Lección básica de vida.
Llegamos al punto de valorar la música. Diría que sus canciones han envejecido regular: nadie les puede discutir una docena de pepinazos ‘groovy’, pero están muy por debajo de los verdaderos clásicos del hip-hop. En realidad, su menú siempre fue un zapping colorista por el rap, punk, hardcore, funk y pop. Licence to Ill (1986) es una mezcla contundente de hip-hop y heavy metal, Paul's Boutique (1989) la exhibición de una impecable colección de discos y el prestigioso Ill Communication (1994), un disco que les conectó con la explosión alternativa, que abarcaba desde Pearl Jam hasta R.E.M. La paradoja del grupo es una apuesta por los estilos de la calle, cuando es un espacio que apenas han vivido. Pasaron de las casas de sus padres de clase media en Brooklyn a una mansión compartida en Hollywood y desde allí a amplios apartamentos chic en Nueva York.
En muchas ocasiones, suenan como un grupo de chavales cuyo principal horizonte fuera fumar porros en el sofá y reírse de las horteradas que salen por televisión
Mientras el grueso de artistas hip-hop hablaban de pasar crac, la atmósfera económica de los años de Reagan y los abusos policiales, los 'beasties' siempre rimaron sobre la alquimia de ser cool. Vivieron el rap como una eterna fiesta de disfraces. En el documental, pasan más tiempo hablando de los modelitos 'retro' de los 70 que encontraron en el armario de una casera acaudalada que de los conflictos de los barrios. No lo digo como crítica, sino para situar su enfoque artístico. Sería mucho más deshonesto que se presentaran como voz de los de abajo. Además, cualquier estrella del rap tiene un elemento teatral, pero en ellos era el ingrediente principal. Los suyo eran los estribillos ‘arty’, ‘trendy’ y ‘edgy’, que dice la gente moderna.
Devotos del Dalai Lama
En muchas ocasiones, suenan como un grupo de chavales cuyo principal horizonte fuera fumar porros en el sofá y reírse de las horteradas que salen por televisión (una característica central de la llamada Generación X). El hip-hop, sobra decirlo, es otra cosa. Parte del atractivo comercial de los Beastie Boys era poder disfrutar de la excitación rítmica de los raperos sin las letras sobre pandillas, sobredosis y prisiones. Tampoco se habla de los orígenes racistas de MTV, la cadena de televisión que más contribuyó a su ascenso, que les dispensó trato preferente. Básicamente, podemos definirles como el ala hípster del rap, que cita en sus letras a Jack Kerouac, padre de una subcultura que llega hasta nuestros días. Vienen de Brooklyn, comulgan con el credo bohemio y se sienten más conectados con la ‘gente creativa’ (por ejemplo, el director Spike Jonze) que con un grupo social históricamente discriminado.
La valoración del documental es que estamos ante un proyecto fallido. En vez de explicarnos sus conflictos y contradicciones, prefieren ofrecerse como ejemplo humano (algo muy común en los productos culturales progresistas). Tampoco se explica el misterio de que pongan en el centro la igualdad de género mientras Yauch vuelca su energía militante en apoyar la causa del Tíbet, una teocracia machista de libro. Por lo visto, basta con mencionar que “el Dalai Lama es un tipo muy divertido y ser divertido importa”. Estamos en un momento histórico perfecto para repasar la historia del hip-hop y su enorme impacto en la cultura popular global, pero cabe pedir que los documentales venideros sean menos complacientes y que la retórica de autoayuda no eclipse el contexto social. El documental está disponible en Apple TV, pagando 4,99 por una semana o disfrutando de él en el periodo de prueba gratuita.