Os voy a contar un secreto. La mejor película sobre periodismo no es ‘Todos los hombres del presidente’ ni ‘Luna nueva’ ni ‘Primera plana’. La mejor película sobre este oficio se titula ‘El cuarto poder’ y está protagonizada por Humphrey Bogart. No lo digo por ser un bogartiano de pro, como muchos asiduos a este rincón sabatino ya habrán visto. Sino porque pese a estar estrenada en 1952 goza de una actualidad pasmosa y refleja, en esencia, lo que debe ser un periodista.
En ‘El cuarto poder’, Bogart se pone el traje de periodista para interpretar a Ed Hutcheson, director del 'New York Day'. El periódico tiene los días contados pues sus propietarias, hijas del fundador, han decidido venderlo a la competencia, lo que supone su sentencia de muerte. En sus últimos días, Hutcheson decide sacar a la luz los turbios negocios de un importante jefe mafioso, que amenazará al periódico con toda la violencia de un fuera de ley.
Uno de los defectos que nos persigue a todos es creer que lo que estamos viviendo no tiene parangón, en que verdaderamente la nuestra es una historia inusual en el devenir de la existencia, un capítulo de lo más original esbozado por el pincel de un demiurgo.
Se habla de la crisis del periodismo, cuando somos un oficio en crisis desde hace un siglo. Bien lo demuestra un monólogo de Bogart en esta película de Richard Brooks: “Los lectores no quieren solo noticias, quieren historietas; crucigramas; concursos; desean saber cómo hacer un pastel; obtener amigos; prever el futuro; horóscopos; apuestas en las carreras; interpretación de los sueños; cómo ganar en la lotería… y si por algún casual tropiezan con la primera página: noticias”. El SEO y el clickbait de los años 50.
En el ‘El cuarto poder’ se demuestra que esta siempre ha sido una profesión de ‘tres des’, como decía Manu Leguineche: divorciados, dipsómanos y depresivos. Bogart vuelve a casa a dormir tras una borrachera y tal es el trajín periodístico de los últimos días que hasta se le ha olvidado que su mujer le dejó por otro hace tiempo.
Bogart y su equipo de periodistas se despiden del periódico en un funeral. El ‘New York Day’ pasea por el bar como un difunto –dónde si no se ahogan las penas del periodismo-, quizá la mejor metáfora de un oficio que lleva demasiado tiempo muriendo –o al que llevan demasiado dándole por muerto-.
Una reportera refleja bien lo que es la profesión en el funeral del periódico: “Es un simpático cadáver, lástima del pobre muerto, le conocí bien. Le di los mejores 14 años de mi vida. ¿Y qué he recibido a cambio? 81 dólares en el banco, dos maridos difuntos y dos o tres críos que siempre desee pero que jamás conseguí. Toqué todos los temas, desde electrocuciones a escándalos amorosos, se me cayeron bóvedas, me extrajeron dientes… ¿pero sabéis una cosa? Jamás conseguí ver París. Pero no cambiaría estos años por nada del mundo”.
Pasan los años y sigue habiendo unos cuantos locos que son incapaces de vivir sin la melodía del teclado en su día a día; sin esa existencia pegada a la actualidad en una suerte de burbuja a la que los demás miran como a través de una escafandra. Vaya usted a su mesonero de confianza y pregúntele por el CGPJ, quién es el fiscal general del Estado, qué es el caso Delorme o cómo se llama nuestro ministro de Economía.
Pese a ello, es un oficio donde abundan los Narcisos, los encantados de conocerse y otra ralea de pedantes que descubren el Mediterráneo cada día sin percatarse de que hace miles de años ya lo pisaron los fenicios.
Y si no era ya suficiente lidiar con nuestra dipsomanía, depresión y divorcios ahora llega el presidente del Gobierno escupiendo fango sobre cada plumilla que le critica, vendiendo que solo existe una Verdad, la de Sánchez, y que el resto son, ni más ni menos, que enemigos de la democracia. Un presidente que se cree capaz de recetar carnés de periodista, cuando hace años que sepultó a la verdad en el jardín de la Moncloa. Sobre el muerto la esquela reza: son cambios de opinión. Un presidente que ha trasladado las trincheras de la política a la prensa, para que en vez de estar preocupados en publicar nuestras historias nos convirtamos en detectives del compañero, en jueces que condenan al no-periodismo a otros dentro del oficio.
Me encantaría ver la reacción de aquel personaje interpretado por Bogart ante la maniobra de Sánchez. Si tuviera ocasión de decirles algunas cosas en la tribuna del Congreso, se dirigiría a los censores y les soltaría una de las frases de la película: “Os agradará saber que la estupidez no es hereditaria, la adquiristeis por vuestra propia cuenta”.
En el mundo de la prensa hay gente rara, divorcios, alcoholismo, fumadores empedernidos, pobres de solemnidad, compañeros que duermen menos que Dennis Rodman en sus años mozos y ahora también un presidente del Gobierno empeñado en acallarnos. Y aquí seguimos, quizá porque vivir al día sea la única forma de parar el reloj, aunque sea un poco, en un tiempo que avanza a un ritmo cada vez más disparatado. Porque quizá escribiendo, contando lo que pasa hoy, estamos pidiendo una prórroga al mañana. Ese en el que, algún día, no podremos contar ya nada –y seremos nosotros los contados-.
“Te daré un consejo acerca de esta profesión: sigue probando suerte. Puede que no sea la más antigua pero sigue siendo la mejor”
-Humphrey Bogart en ‘El cuarto poder’.