Cuando se publicó El Jardín de cemento, su primera novela, Ian McEwan (1948) ya era famoso. No cumplía aún los treinta, pero ya había publicado dos volúmenes de relatos que fulminaron a la crítica. Gozaba de ese prestigio que distingue a las jóvenes promesas de la chatarra editorial. Todo ocurrió, dice él, por azar. Martin Amis y él eran los únicos autores jóvenes en la Inglaterra de los setenta, por eso se volcaron en sus obras. Pero no es del todo cierto lo que dice escritor, quien ofrece claves importantísimas de su vida y su obra en el libro Conversaciones con Ian McEwan, complicado por el escritor y bibliotecario del Lincoln Land Commmunity College, Ryan Roberts, que trabajó codo con codo junto a McEwan para reunir catorce entrevistas en las que se condensan más de cuarenta años de trayectoria literaria.
Gatopardo Ediciones es el sello que apostó por la traducción de esta joya. El libro está editado con rigor y precisión -esa elegancia sencilla de los que eligen los libros necesarios- . Conversaciones con Ian McEwanrecoge el diálogo del británico con escritores como Martin Amis, Zadie Smith y David Remnick o el psicólogo Steven Pinker, entre otros. El volumen, traducido por María Antonia de Miquel, supone una especie de taller no sólo literario, también intelectual y humano. Aunque en ocasiones el lector perciba estrías de de falsa modestia o egolatría en las opiniones de McEwan, la piel de este libro brilla sólo como lo hacen las cosas iluminadoras: con agudeza, humor y complejidad. Traza el recorrido vital de uno de los autores británicos contemporáneos más importantes y urgentes.
Los orígenes
En 1975, Ian McEwan irrumpió con fuerza en el panorama literario con dos recopilaciones de cuentos: Primer amor, últimos ritos- que tradujo Antonio Escohotado para Anagrama (que la publicó en 1989) y Entre las sábanas. McEwan tenía apenas 27 años, pero se adentraba con descaro en las zonas oscuras del ser humano, rasgaba tejidos con el fino bisturí que necesitan los cirujanos y los buenos narradores para abrir en canal los temas más broncos: la muerte, el incesto, el aislamiento … A aquellos relatos siguieron las novelas El jardín de cemento y El placer del viajero, cuyos temas acabaron de apuntalar la reputación de McEwan en la prensa como escritor de calidad, con una predilección por las tramas polémicas y perturbadoras. Casi diez años más tarde, en 1983, la revista Granta y el Book Marketing Council lo incluyeron entre los ‘Veinte mejores jóvenes novelistas británicos’, junto con contemporáneos suyos como Martin Amis, Salman Rushdie, Pat Barker, Wi- lliam Boyd, Kazuo Ishiguro y Julian Barnes.
McEwan nació en Aldershot, una ciudad a 60 kilómetros de Londres. Hijo de un oficial del ejército y una joven viuda que ya traía consigo dos hijos de su primer matrimonio, McEwan se mudó a vivir a Singapur, donde destinaron a su padre. De él guarda recuerdos casi fantasmagóricos, un hombre de modales bruscos, que aparecía los fines de semana y por quien llegó a sentir verdadero terror y del que, sin embargo, hizo suyas algunas de sus costumbres. “Todas las mañanas me ponía a trabajar a las nueve y media. Heredé la ética de trabajo de mi padre, quien, sin importar lo que hubiese hecho la noche anterior, se levantaba siempre a las siete de la mañana. En 48 años en el ejército no faltó ni un solo día al trabajo”.
A principios de los ochenta, McEwan sintió la necesidad de romper con el mundo claustrofóbico de sus obras anteriores. Por eso aparcó el género novela. Durante este período escribió Or Shall We Die?, acerca del peligro de la guerra nuclear, y The Plough- man’s Lunch, traducida al español como El reportero sin escrúpulos, y que dio pie a una película dirigida por Richard Eyre. Ambos libros hicieron a McEwan cambiar su percepción de la novela, y así lo explica en una de estas entrevistas, específicamente con Études britanniques contemporaines: “El placer del viajero se asomaba a un mundo algo más ancho, y cuando hube escrito un oratorio acerca del peligro de guerra nuclear y comencé Niños en el tiempo, pensé que podría encontrar alguna forma de acercar esos tempranos retablos de gran intensidad psicológica a una realidad más amplia».
Ian McEwan irrumpió con fuerza con dos recopilaciones de cuentos: uno de los Primer amor, últimos ritos, traducido por Antonio Escohotado
Tras Niños en el tiempo(1987), McEwan inició un fértil periodo de escritura en el que consiguió arrancar de forma unánime los aplausos de la crítica, a la que, por cierto, concede en este libro no pocos navajazos. Se publicaron entonces El inocente(1990), Los perros negros(1992), Amor perdurable(1997) y Ámsterdam(1998), premio Booker de ese año. A lo largo de los noventa, su reputación era destacada pero fue su novela Expiación (2001), la que lo llevó al escalón del superventas. A esa siguieron Sábado(2005), la demoledora y magnífica Chesil Beach(2007), Solar(2010), Operación dulce (2012), La ley del menor (2014) y Cáscara de nuez (2016), publicada por el sello Anagrama hace ya dos años. En ese amplio arco, McEWan pasó de la claustrofobia inicial a una obra ambiciosa, que escrudriña al mundo en sus elementos más universales: la guerra, la pérdida, las relaciones personales y la soledad que las caracteriza, pero también las psicosis contemporáneas de un mundo empeñado en destruirse.
Contarse
McEwan es un hombre interesado por el undo que lo rodea. No le basta glosarlo, desea entenderlo: hablarlo, moverlo, sacudirlo como a una caja de música a la que desea destartalarla para comprender cómo está hecha. De ahí sus innumerables conversaciones con personajes como Antony Gormley y el psicólogo Steven Pinker, o los debates con sus colegas escritores Ian Hamilton, Christopher Ricks, David Remnick, Zadie Smith o Martin Amis.Las entrevistas recogidas en este volumen le brindan a McEwan numerosas ocasiones de explicarse y de clarificar los temas esenciales de su escritura, y, en conjunto, proporcionan a los lectores una oportunidad para com- prender la complejidad de sus obras.
Tal y como escribe Ryan Roberts en el prólogo de este libro, McEwan aborda cada una de sus novelas con profunda reflexión y perspicacia y se muestra especialmente comunicativo acerca del impulso creador que desencadena sus narraciones. “Buscaba situaciones extremas, narradores trastornados, obscenidad y conmoción, e insertaba estos elementos dentro de una prosa cuidada o precisa”, dice a Adam Begley refiriéndose a sus primeros relatos. McEwan también aporta detalles acerca de sus otras obras, incluyendo su guioon de El reportero sin escrúpulos (1985), sus cuentos para niños, el oratorio Or Shall We Die? (1983) y el libreto operístico For You(2008). Su relación con lo lírico, con la propia ópera como género, delatan en él al firme picador de una piedra de la que arranca las angustias más elementales y justo por esa razón universales.
"Su relación con lo lírico, con la propia ópera como género, delatan en él al firme picador de una piedra de la que arranca las angustias más elementales"
El acto creativo ocupa un lugar destacado en estas e trevistas, en las que McEwan analiza la naturaleza íntima del proceso de escritura. En su conversación con David Lynn, McEwan afirma: “Escribo para saber adónde voy”. Y se explaya sobre este asunto cuando dice: «Considero que la escritura, la propia sustancia física de la escritura, es un acto de la imaginación. Y los mejores días, las mejores mañanas son aquellas en que alumbrar una frase es capaz de darte una sorpresa». Para él, escribir es como reír, un acto incontrolable: “un proceso que es imposible controlar del todo, y tampoco quiero hacerlo»”. Existe sin embargo, una cierta paradoja, así como McEwan considera que escribir es “un asunto privado, obsesivo”, es consciente del papel que a veces desempeñan los escritores en la sociedad.
Lo dice en una entrevista realizada en el año 2007 -ex profeso para esta recopilación- y que presta especial atención al tema. Cuando se le pregunta acerca de conceder entrevistas, McEwan responde: “Cuando dices algo en público nada es definitivo. Lo más probable es que te citen incorrectamente y luego te ataquen por algo que nunca dijiste”. Las conversaciones ponen de manifiesto varios temas comunes, entre ellos las relaciones entre hombres y mujeres, la noción de tiempo y espacio, la verdad, la sexualidad, el terror, la parte oscura de la naturaleza humana, la religión y la ciencia, la historia y las relaciones entre la escritura y la vida.
40 años, hablando
Las entrevistas se publicaron originalmente en diversos lugares (Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Francia y España), a estas s esuma una nueva entrevista realizada por Vanessa Guignery, en 2018. Juntas abarcan cuarenta años, de 1978 a 2018, un período en el que se despliegan diversas fases de la trayectoria de McEwan. En su conjunto, estas entrevistas recorren la totalidad de las obras del autor y profundizan en su interés por la música, el cine, el teatro, los cuentos para niños, la gestión de su celebridad, la política, la ciencia y, en especial, por la biología evolucionista y los asuntos medioambientales.
“Como editor, he seleccionado las entrevistas más significativas, perspicaces, cultas y de mayor alcance, y he pro- curado ofrecer una mezcla equilibrada entre las que son menos accesibles y aquellas que se citan más a menudo en los estudios literarios. Dentro de lo posible, he intentado evitar repeticiones, aunque en algunos casos el material que cubren pueda solaparse. Todas ellas conservan su formato original, y han sido sometidas únicamente a cambios editoriales menores para aumentar su claridad o conseguir una presentación uniforme”, asegura Ryan Roberts sobre este prodigioso volumen, una joya que habría que lucir en el dedo índice, por si alguna vez surgen dudas al momento de tocar un teclado. Un pedrusco bien afilado, como el bisturí de sus libros, que haga las veces de brújula... o bisturí. Abrirse en canal forma parte de la travesía para conocer la dirección hacia la que marchan nuestras vidas.