Un párrafo para situarnos antes de entrar en la cuestión Iceta: si tuviéramos que resumir esta obra en una frase, seguramente habría que escoger este pareado: “Convertir el arte en algo correcto/ es reducir el elefante a insecto”. La pronuncia un Ramón Fontserre convincente en su papel ‘tres en uno’: profesor universitario cancelado, demente ingresado en una institución psicocultural y clásico de la comedia griega, todo ello sin cambiarse de túnica. Se trata de una sátira de Els Joglars contra la cultura woke, los nuevos puritanos educados entre algodones en Estados Unidos, al calor del protestantismo y de la corrección política que domina las universidades donde se forman las élites del país. Una escenografía minimalista y eficaz potencia las virtudes de un reparto escueto pero magnético de principio a fin. Vozpópuli asistió al estreno en los Teatros del Canal (Madrid). La obra estará en cartel hasta el próximo 6 de marzo.
Uno de los protagonistas de la noche estuvo fuera del escenario: Miquel Iceta. Nuestro ministro de Cultura acudió al estreno y terminó aplaudiendo de pie, a pesar de que había incluso una puyita concreta para él. Fontserre pasea en túnica con un detector de metales reconvertido en detector de incorrecciones políticas. “Si llego a manejar bien este aparato”, dice, “llegaré a ser rector de la Universidad Complutense o incluso Ministro de Cultura y Deportes”.
Por supuesto, fue la mayor carcajada de la noche. La obra cuestiona ferozmente la mutación actual de la corrección política, que ha tomado por asalto el debate cultural en Estados Unidos y se ha contagiado a Europa. Resulta muy central también en los debates de nuestro Gobierno de coalición, especialmente en la parte de Unidas Podemos. Iceta tuvo la dignidad de aplaudir de pie, pero lo que hubiera sido interesante es cronometrar cuántos minutos de obra hubiese aguantado Irene Montero.
Más allá de Iceta
La segunda mayor risotada de la noche fue una conversación entre Aristófanes y Fidias, o quizá entre un loco y el empleado de mantenimiento del manicomio, que responde al nombre de Fidel. La obra juega entre esos dos planos de la realidad y el tercero donde un profesor de Harvard es despedido por las denuncias woke de su alumnado. La conversación que desató la carcajada llega cuando el dramaturgo elogia el nivel artístico de Fidias y este le responde que no se considera artista, sino un simple artesano. Luego Aristófanes maldice a los chefs y peluqueros actuales, que se consideran artistas mientras los genios de la antigüedad se veían como algo mucho más modesto. La cultura woke no es solo censura cultural, sino también cursilería contracultural perpretada por jóvenes aspirantes a ‘alma bella’.
¿El mejor momento? El ridículo coro de raperos 'woke' celebrando el derribo de la cultura occidental a golpe de siete mil 'likes' y un 'trending topic'
¿Los momentos más prescindibles? Cuesta encontrar uno concreto, más bien la obra queda algo lastrada por el excesivo machaque de sus idea principal (unas veces con penes gigantes de pasta de papel, otras con discursos anticensura). La obra podría prescindir perfectamente de veinte minutos. ¿Los pasajes más brillantes? Hay un coro hilarante de jóvenes woke disfrazados de raperos que celebran derribar la civilización occidental apoyados en siete mil likes, que se traducen en su euforizante Trending topic.
También es divertido ver cómo el profesorado censor (feminista, vegano, que habla en inclusivo) es parodiado como gallinas cluecas sin pensamiento ni criterio propio. Apelan al protocolo “y las protocolas” para ejercer una caza de brujas macartista aceptada socialmente, excepto por unos cuantos disidentes. Aristófanes, en un para de escenas, se enfada porque los discursos militantes de los nuevos puritanos no le permiten disfrutar del placer de la música.
Sin llegar a deslumbrar, la nueva obra de Els Joglars cumple su cometido tirando de un registro humilde , casi punk. Su mensaje es directo y sencillo, casi como una canción de La Polla Records ciscándose en la ñoñería de la universidad actual. Se critica el descabezamiento de estatuas con un inesperado cameo de Cervantes.
También se denuncia que la corrección política es incompatible con la Humanidades, que avanzan siempre a golpe de ruptura y conflicto (y que hoy son cuestionadas desde varios frentes). El texto funciona como un tiro, vigorizado por las interpretaciones, ejecutadas con ritmo y precisión. Destacan las críticas a la empatía obligatoria que imponen las nuevas modas políticas. Quien se acerque a ver la obra pasará un buen rato, a pesar de la reiteración y la mejorable duración.