No es un autor especialmente citado o leído, pero hay consenso en que Manuel Sacristán Luzón (1925-1985) ha sido el intelectual más potente de la izquierda marxista española. Su compañero más célebre, Manuel Vázquez Montalbán, le consideraba una “máquina de pensar” que había influido decisivamente en los estudiantes antistema españoles de los años cincuenta y sesenta. Entre sus posiciones más peculiares estaba la desconfianza radical hacia el colectivo del que formaba parte: “Detrás de la frialdad de los cristales de sus gafas se percibía una ternura expiatoria que le predisponía a una gran indulgencia hacia los nuevos y necesarios hacedores de la historia y un gran recelo hacia su propia casta, la de los intelectuales pequeñoburgueses en ocasiones víctimas del espejismo de un desamor de clase transitorio”, escribía Montalbán en 1985. "Nos entusiasmaba tanto (Sacristán) que llegamos a decir: que piense él, nosotros plantaremos coles", añadía.
Seguramente quien mejor lo explica es el propio Sacristán en sus entrevistas. Queda claro en su nuevo libro titulado Sobre Jean-Paul Sartre (Prensas de la Universidad de Zaragoza), que recoge los escritos de Sacristán sobre el filosofo francés, paradigma de académico comprometido (hay que destacar la excelente edición del texto, a cargo de Salvador López Arnal y José Sarrión Andaluz). Un ensayo muy recomendable, en opinión de este reseñista de Vozpópuli.
El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse: intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar…
En las notas adicionales podemos leer esta reflexión del filósofo: “La figura del intelectual, y su papel, es algo deleznable. Una de las cosas más indignas y repulsivas que se puede ser es un intelectual. Mi conclusión, en los años 66-68, es que el intelectual es un parásito por definición que en cada una de sus payasadas no está haciendo más que asegurar el dominio de la clase dominante, sea esta clase dominante la burguesía de aquí o sea la burguesía burocrática de un país como la Unión mal llamada soviética”, sentenciaba.
Como no podría ser de otra manera, la postura de Sacristán está sólidamente argumentada. Por ejemplo, en su texto Russell y el socialismo, critica al pensador británico por decir que lo que caracteriza a los intelectuales es la ausencia de afán de lucro. Considera que, desde Erasmo hasta Unamuno, existe una larga tradición de “disculpas farisaicas” que los intelectuales utilizan para excusarse por sus privilegios; lágrimas de cocodrilo acompañadas “por un servil guiño de reojo a la gran burguesía dominante”.
La izquierda parasitaria
Más madera: “Yo llegué a la convicción de que el intelectual, incluido el teórico marxista, el intelectual de tipo tradicional incluido, desde luego Illich, y todos estos, son un grupo parasitario de la clase explotadora, y que su lucha crítica es simplemente el permanente intento de reservarse un trozo de plusvalía para ellos, un trozo parasitario. Con su función aparente crítica lo que hacen es intentar fundamentar y robustecer su identidad frente a la clase dominada, cuya rebelión, naturalmente, les comprometería de modo definitivo, porque es de quien proceden el trozo de plusvalía que ellos disfrutan, que está mediado por la clase explotadora”, denuncia.
¿Qué proponía Sacristán entonces para que los pobres pensasen? Apostar por una cultura propia, esa que empezó a deshacerse con la llegada de la sociedad de consumo y que hoy apenas sobrevive. “Resulta que la diferencia fundamental -de la cultura obrera- con la cultura de los intelectuales que tan odiosa me resultaba es el principio de modestia. El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto porque, se podría decir, reconoce que existe la muerte, como reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muere. El intelectual es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse, es un tipo que no se ha enterado que uno muere, e intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar…esas gilipolleces del intelectual que son el trasunto ideal de su pertenencia a la clase dominante”. Sinceramente digo que dudo que haya alguien -a izquierda y a derecha- que sea capaz de rebatir esto. Por enfoques así Sacristán era la voz más rigurosa de la izquierda.