Ocho años han transcurrido desde que Isaac Rosa escribiera muchos de los textos incluidos en Tiza roja, una antología de relatos y piezas breves publicada por Seix Barral. En ese tiempo, España hizo frente a una de sus crisis económicas más dramática –excluyendo la que se avecina–, un rescate bancario, una abdicación y un posterior exilio de Juan Carlos I. También acudió a cinco elecciones, una declaración unilateral de independencia en Cataluña y la posterior aplicación del Artículo 155. A eso se suma, y no como colofón, la primera moción de censura exitosa en 40 años de democracia, unas elecciones generales (con repetición incluida) y por supuesto una pandemia mundial que en España se ha cobrado más de cincuenta mil muertos.
Cuando Isaac Rosa pergeñó estas líneas para varias publicaciones en línea o impresas, el presidente de Gobierno era el popular Mariano Rajoy. Casi diez años después, a Moncloa ha llegado un gobierno de coalición entre PSOE y Podemos, con Pedro Sánchez y Pablo Iglesias a la cabeza. En todo ese tiempo, el escritor ha depurado muchos de aquellos textos. De la selección final de cincuenta, mantuvo algunos memorables, como aquella historia de un vecino que reconstruye la vida del otro con los resguardos de sus movimientos bancarios. El tiempo ha pasado, sin duda. Pero la vida de estos personajes aún mengua y no ha parado de hacerlo desde entonces.
Vivimos rodeados, asediados por ficciones, escribía entonces Isaac Rosa. No se refería a las novelas, ni a los cuentos, mucho menos a las series televisivas. Hablaba el escritor de las representaciones ficticias de la realidad, esas otras narrativas que hoy detentan la hegemonía de la ficción: la política, la economía, el periodismo de los grandes medios. Ocho años después, los extremos de esas ficciones se expanden y se polarizan: gracias a los nuevos actores políticos y sociales que han entrado en la realidad española. ¿Ha cambiado en algo, por ejemplo, la precariedad de los jóvenes subempleados? A juzgar por los hechos no y puede que los relatos de Isaac Rosa resulten nuevamente esclarecedores.
Han pasado 8 años desde que Rosa escribió estos relatos, pero la vida de estos personajes aún mengua y no ha parado de hacerlo
Con apenas 31 años, Isaac Rosa ganó los premios Rómulo Gallegos, Ojo Crítico y Andalucía de la Crítica. Se dio a conocer con Otra maldita novela sobre la guerra civil. A partir de ahí depuró los temas que sostienen su narrativa: el miedo, la violencia y la lectura política de una realidad crepuscular. Lo hizo en El país del miedo (Seix Barral, 2008) y La mano invisible (Seix Barral, 2011) cuyos personajes permanecían recluidos en una nave industrial, también en La habitación oscura (Seix Barral, 2013), un mundo a oscuras, asfixiante. En la más reciente, Feliz final, ofrece un desconsolado testimonio de la ruptura de una pareja aplastada por el peso del dinero.
Con un pie metido en la realidad, Isaac Rosa ha buscado que sus historias provengan de la sociedad en la que vive y lo interpela. Sin duda ésta ha cambiado, ¿acaso su percepción de ella también? De ahí el interés de Tiza roja luego del paso del tiempo y todavía más de las respuestas que ofrece el escritor sevillano a las preguntas de Vozpopuli sobre temas que continúan incluso hasta enconarse.
¿Por qué reescribir y retomar estos relatos justo ahora? ¿Cuál fue el motivo?
Mi editora, Elena Ramírez, me propuso reunir relatos que he ido publicando en prensa en los últimos ocho años. Tenía un centenar y he seleccionado la mitad de ellos, cincuenta, y me he limitado a pequeñas correcciones más gramaticales que de estilo o contenido. Al aparecer juntos cobran de pronto un sentido de conjunto imprevisto, como piezas de un mismo relato, e intentan formar una mirada panorámica de nuestras vidas en los últimos años.
Cuando publicó Compro oro en el prólogo aseguraba que vivíamos rodeados, asediados por ficciones. No se refería a novelas o series, sino a representaciones ficticias de la realidad en la política, la economía, el periodismo. ¿Cree que han cambiado las cosas?
Desde que escribí esas palabras hasta hoy se han multiplicado los relatos a nuestro alrededor. Vivimos en un mercado de relatos, que en muchos momentos toma la forma de batalla de relatos, o más bien batalla por el relato, por conseguir ser la versión hegemónica que se impongan. Somos animales narrativos y entendemos la realidad mediante relatos, es cierto, necesitamos contar y contarnos, o que nos cuenten; pero la proliferación de ellos en los últimos tiempos es abrumadora: más allá de la ficción literaria o cinematográfica, vemos cómo la política o el periodismo nos cuelan a diario piezas narrativas que usan los mismos mecanismos retóricos, argumentales y emocionales de la ficción.
Su obra ha buscado señalar la precariedad de su generación y muchos de estos relatos lo muestran. Existe una pulsión de agravio, parecida a las del 15-M, como si el mundo les debiera algo. ¿El mundo os debe algo? ¿La democracia os debe algo?
No creo que sea una cuestión de deudas, ni de justicia. Nadie está pidiendo desagravios históricos ni grandes reparaciones, sino que te dejen trabajar con unas condiciones y un sueldo dignos, alquilar o comprar una casa a precio razonable, levantar un proyecto de vida con algo menos de incertidumbre, pensar en el futuro sin temerlo. Vivir, nada más que eso.
"Más allá de la ficción literaria o cinematográfica, vemos cómo la política o el periodismo nos cuelan piezas narrativas que usan la ficción
Muchos describen Feliz final, como un desconsolado testimonio de la ruptura amorosa donde reflexiona sobre el peso del dinero en la pareja. ¿Ha cambiado el punto de vista de Isaac Rosa?
No, y los últimos acontecimientos me reafirman en esa convicción, en cómo las condiciones materiales marcan todos los ámbitos de nuestra vida. Lo hemos visto con la pandemia, las enormes diferencias de clase y renta que había a la hora de confinarnos: el que se encerraba en una casa con jardín o gran terraza, y el que lo hacía en un piso interior o compartido; el que podía teletrabajar y el que tenía que exponerse; el que se tomaba el confinamiento como unas vacaciones inesperadas para ver todas las series pendientes, y el que quedaba en la intemperie; el que ayudaba a sus hijos con la educación online y el que no tenía ordenador, tiempo o formación para que sus hijos no se descolgasen. También hemos visto la diferencia de contagios en unos barrios y otros según renta, y cuando dentro de un tiempo se analicen los datos seguramente comprobaremos que ha habido muchos más contagiados, enfermos con secuelas y muertos en la clase trabajadora, tanto más en los estratos más bajos. Por mucho que nos dijeran que el virus no distingue clases, por supuesto que sí. En el virus, como en el amor, como en la salud, la educación o el consumo cultural, también hay poder adquisitivo.
¿Sigue teniendo sentido la novela realista?
Si entendemos por novela realista aquella que es fiel al decálogo del realismo clásico, decimonónico, no le veo mucho sentido aunque siga teniendo muchos lectores y siga llenando catálogos editoriales, librerías y suplementos. Era útil para entender la sociedad de su tiempo, no creo que lo sea hoy, en una sociedad tan diferente. Pero hay otras formas de realismo, otros acercamientos narrativos a la realidad. Hay escrituras críticas que, con otras estrategias formales, interpretan con más eficacia una realidad que se resiste a ser interpretada y narrada, que a menudo parece inenarrable y no lo es, solo hay que encontrar desde dónde contarla.
¿Es la precariedad la nueva autoficción?
Me parece muy interesante, y dice mucho de nuestro tiempo, cómo la precariedad ha ido impregnando una autoficción que se ha vuelto más permeable a la realidad política y social. Durante años la mayoría de autoficciones nos hablaban del escritor que intentaba escribir su novela, de sus devaneos literarios, sus conflictos familiares, sus hallazgos casuales y sus problemas sentimentales. Me sorprendía que, siendo la de escritor una de las profesiones más precarizadas, con una mayoría de autores subsistiendo, las autoficciones no hablaran de ello. Por suerte cada vez vemos más autoficciones escritas con facturas, alquileres, paternidades y maternidades llenas de inseguridad material, y rencor, mucho rencor social, de clase, que siempre es un buen combustible literario.