En una ciudad sin nombre y en un tiempo que no sabemos cuándo transcurre, tres personajes se cruzan. Emil, un arquitecto brillante y de prestigio, llamado a construir el complejo de viviendas más moderno de la metrópoli; el Mudo, un hombre que decide no hablar y vive desplazado entre colonias de parias, alguien cuyo único propósito es seguir a Oona, la joven pareja del arquitecto, una mujer que ignora la guerra interna que libra su marido tras descubrir que es estéril y no puede tener hijos con ella. La intersección de estos tres personajes es el punto de partida de una historia en la que algo terrible parece a punto de ocurrir, aunque ya haya pasado. Se trata de la novela Prólogo para una guerra, del escritor Iván Repila, y que el sello editorial Seix Barral acaba de publicar como parte de sus apuestas literarias.
Iván Repila, quien ha publicado en sellos independientes los libros Un comedia canalla y El niño que robó el caballo de Atila, salta ahora al panorama literario con un sello de mayor impacto y en cuyo catálogo su novelística encaja. Con una forma de escribir donde lo poético y la imagen jalonan el texto, Iván Repila se coloca en el registro del malestar. Escribe una ficción como alegato, como forma de señalar la precariedad y la disolución del proyecto europeo civilizado. Iván Repila, como Pablo Gutiérrez, Isaac Rosa o incluso el mismo Jesús Carrasco nació en la década de los setenta. A la pregunta sobre por qué su generación está tan enfadada, como si el mundo no hubiese sido lo que les prometieron que sería, Iván Repila aclara: él está enfadado, él está en desacuerdo. Por eso estas páginas, al menos así lo explica él en esta entrevista.
-En la novela hay una guerra punto de estallar: la de quien defiende algo. ¿Qué defiende el protagonista, Emil, el arquitecto y qué defiende el mudo, este personaje casi invisible que ha decidido no hablar?
-La historia del mudo, cuya tragedia conoceremos a medida que avanza la novela, tiene que ver con un hombre que, desde el inicio, deja de hablar. Lo primero que sabemos de él es que ya no desea y decide no hacerlo. Es alguien que quiere desaparecer, justo lo contrario de Emilio, el arquitecto y protagonista, que es un hombre de prestigio, alguien que quiere pertenecer a un linaje y formar parte de lo que él considera una idea de progreso.
-Hay un elemento ideológico en esta novela, que usa a los personajes como antagonistas. Pero tienen algo de recipiente. En ellos usted vacía sus propias ideas.
-Hay una alegoría. Esta es una novela simbólica, desde el comienzo. En ese mecanismo, Emil muestra la inercia de las civilizaciones y encarna la noción de herencia recibida, que es una metáfora de Europa, un sitio donde se construyen cada día lugares menos habitables. El mudo es un personaje que recopila todo ese precariado fragmentado (como diría César Rendueles) y habitar lo que a priori es inhabitable. Ona es el personaje más fantasmal, porque necesitaba que fuese así. Ella representa un gran lazo que la ata a Emil y al Mudo.
-La idea de guerra, presente desde la portada, nos conduce a la confrontación básica no por Oona, sino eso que enfrenta y separa a los marginados y los que edifican cosas.
-Y que es lo que están haciendo hoy en Europa.
-Sin embargo, la noción de hogar perdido está presente, todo el tiempo: habla usted incluso de un lugar psicológico de las casas.
- Justo cuando Emil está a punto de identificar esas viviendas, que en el fondo son inhabitables, destruye a mazazos el lugar de la chimenea en su propia casa, ese símbolo del hogar. Como si dijera ‘a tomar por el culo el hogar’.
-¿Cuál es el objeto del deseo en esta novela? ¿El bienestar?
-El sueño de Europa, el sueño de los padres fundadores de Europa. Europa está en conflicto consigo misma, con su utopía. Europa debería de haber sido un hogar, una sociedad avanzada y progresista que debía poder incluir en su propio ser la mayor cantidad de minorías y permitir la convivencia, la tolerancia, la igualdad y que fuese capaz de evitar la xenofobia, la intolerancia, el machismo, la desigualdad. Lo dice la frase de la Carta de las Naciones: la guerra surge en la cabeza de los hombres. En las últimas dos décadas Europa se aleja de ese sueño y deja de ser hogar.
-Trabaja con pocos personajes y pocos escenarios. La novela tiene algo de obra de teatro. Sin embargo, el lenguaje está cargado de muchísima violencia y trabajo.
-Era mi intención, usar el lenguaje para transmitir y conmocionar, golpeando al lector, para que cuando llegue al final del libro y encuentre el monstruo que ha construido Emil, se conmueva. Para eso necesito las metáforas. Sí, hay mucha alegoría y mucha imagen.
-¿Quién narra?
-Lo mismo me preguntó mi editora. Es algo que podría tener varias respuestas. Es un narrador que parece varios, que en un momento está muy cerca de los personajes y luego cambia.
-Y que en más de una ocasión sermonea al lector, lo regaña. Además de ser un narrador muy mandón.
-Más que regañar al lector, regaña a los personajes. A veces les permite hablar, pero cuando no les da la palabra y los observa, el narrador los acecha. Está acechando a los personajes.
-¿Cuál es la verdadera función del Cuaderno rojo que escribe Emil y presenta al final de la novela?
-En la novela conocemos a Emil desde un punto de vista determinado, hasta que la noticia de su propia esterilidad cambia las cosas. Es ahí cuando él va entrando en un proceso de solipsismo. Borra a Oona como personaje y como mujer. Y de él vemos las consecuencias de su sufrimiento pero no sabemos qué siente.
-¿Le da la posibilidad de redimirse con la acción de escribir?
-Él no se redime, sencillamente porque es imposible redimirlo. Él sólo se siente más tranquilo. Yo no tengo intención de redimirlo. Lo que él hace no puede ser objeto de una redención.
-¿Y usted, se queda más tranquilo?
-Sí. Aunque tampoco estoy exorcizando nada.
-Esta novela ilumina una serie de narradores que forman parte de un proyecto discursivo en el catálogo de Seix Barral.
-¿Te refieres a Pablo Gutiérrez, Isaac Rosa?
-Sí. Además de una edad, comparten el mismo tema: el malestar.
-Yo diría de desacuerdo, de inconformidad con el mundo
-¿Por qué su generación está tan enfada? Predomina en los libros un reproche, un cabrero, una desilusión política y social, como si los hubiesen estafado.
-Yo siento vergüenza por el mundo que hemos construido a día de hoy. No vergüenza de levantar el puño y protestar, sino vergüenza de verdad: estamos arrasando o mejor dicho, construyendo un lugar cada vez menos habitable, en el que da vergüenza estar. Una serie de decisiones nacionales y supranacionales que hacen del mundo un lugar peor. Muestro mi desagrado y mi vergüenza en este libro.
-Aborda usted la falta de paternidad, la incapacidad de tener hijos de Emil, casi como el ejemplo extremo de quien no puede crear nada.
-Hay una frase capital del libro, en la que Emil, el protagonista, dice que siente que su cuerpo refuta su espíritu. Y esa refutación, en su caso, no está en el caso de que deseara a ese niño, sino que le han borrado una parte del mundo llamado a conquistar. Eso lo reconcome, lo obliga a replantearse esa idea de su linaje de progreso de la Europa del siglo XX. Él es una metáfora sobre esa incapacidad.
-¿Cuál es el papel de los animales en esta novela? La violencia contra ellos es tan manifiesta, que a leguas se ve que intenta decir algo.
-En esta novela me gusta trabajar con pares de elementos. Y uno de los pares más evidentes del texto es la idea de El Mudo y su perro abandonado. Alude a un precariado fragmentado, a los parias. Hay cosas terribles, como la muerte de 50.0000 personas en Siria, algo horroroso pero que ya no conmueven a las personas. Por eso pensé en utilizar esta figura, terrible por demás, de los animales torturados y abandonados. Presentando eso al comienzo, podía hacer un enlace: si abandonamos perros, estamos abandonando gente en Europa, pero como estamos insensibilizados, nos resulta invisible. Algo que dijera: esto que ocurre con los perros, ocurre con gente. Pero ya no lo veis.
-Esta novela se propone algo, más allá del hecho literario. ¿Está superada la discusión de la novela como herramienta para firmarse?
-Todo texto debe tener una intención. Detrás de eso encontraremos si el autor ha sido coherente con esa intención o no. Pero los textos nacen con una intención detrás.
-En un momento en que la narrativa tiende a la autoficción o el bestseller, se hace extraño el uso de la novela con intención abiertamente política.
-¿Te parece? En mi generación leo mucha novela con intención social y política, con un discurso alto ya sean ficciones o auto ficciones.
-Su generación está muy cabreada. Hay una sensación de ajuste de cuentas.
-No, yo no tengo nada que ajustarle a nadie. Yo estoy a disgusto. Lo que parecía que iba a ser bueno, se ha destruido. Hay disgusto, hay desagrado y hay desacuerdo.