El continuo ataque a este lugar “santo” como es Jerusalén y toda su nación, viene de muy largo, ya que la historia de la joven nación judía, en realidad es la de un pueblo más viejo que Matusalem. La legendaria Ciudad Santa lo es por partida triple. Para los cristianos, por ser el lugar donde fue torturado y asesinado en la cruz Jesucristo. También es santa para los judios, por ser la Tierra Prometida por Dios a Abraham, donde está la roca donde casi sacrifica a su hijo Isaac, en el monte monte Moria. Y lo es también para los musulmanes, porque junto a esta losa, que está en el interior de la Cúpula de la Roca, en la explanada de las mezquitas donde está la famosa Al-Aqsa, es el lugar donde, según la tradición islámica, Mahoma ascendió a los Cielos en un caballo alada, Buraq.
Según la tradición bíblica, el rey David conquistó Jerusalén en el año 1004 a.C. y la convirtió en la capital de su reino. Su hijo, Salomón, construyó un gran templo en la ciudad, en cuyo interior, dentro de una estancia conocida como el Sanctasanctórum, se custodió el Arca de la Alianza hasta que fue sustraída en circunstancias poco claras.
En el 597 a.C., Nabucodonosor II, rey de Babilonia, invadió Jerusalén y destruyó el templo de Salomón. Posteriormente, en el 64 a.C., el emperador romano Pompeyo conquistó la ciudad, que pasó a formar parte del Imperio como provincia de Judea. En el 70 d.C., el emperador Tito, hijo de Vespasiano, arrasó Jerusalén y destruyó nuevamente el templo. Del Sanctasanctórum tomó la Menorá, el candelabro de oro de siete brazos que simboliza los siete espíritus de Dios, tras la desaparición del Arca de la Alianza. Tito llevó la Menorá a Roma, donde fundió su oro para decorar la ciudad.
Destrucción
En el 131 d.C., el emperador Adriano, de origen hispano, destruyó Jerusalén y construyó sobre sus ruinas una nueva ciudad llamada Aelia Capitolina. Sobre la roca donde murió y fue sepultado Jesucristo (el Calvario y el Santo Sepulcro), edificó un templo dedicado a Venus.
Años más tarde, en el 326 d.C., Santa Elena viajó junto a su hijo, el emperador Constantino, y el obispo de Jerusalén, Macario. En excavaciones bajo el templo de Venus, encontraron los restos del Calvario y del Santo Sepulcro. Constantino mandó construir allí la Basílica del Santo Sepulcro, donde se custodió la Cruz de Jesucristo hasta que fue robada por los persas en el 614 d.C. Tras la reconquista de la ciudad por el emperador bizantino Heraclio en el 628 d.C., la Cruz fue recuperada y dividida en fragmentos para evitar nuevos robos. Uno se quedó en Jerusalén y otros se enviaron a lugares como Roma, Constantinopla y diversos santuarios del mundo.
En el 637 d.C., los árabes musulmanes conquistaron Jerusalén y construyeron la mezquita de la Cúpula de la Roca, en el lugar donde Abraham ofreció a su hijo en sacrificio y, según el islam, Mahoma ascendió al cielo. Cuatro siglos después, el Papa Urbano II convocó la Primera Cruzada, que permitió a los cristianos reconquistar Jerusalén en 1099. Sin embargo, durante los siguientes dos siglos, entre 1096 y 1272, la ciudad fue objeto de disputas entre cristianos y musulmanes, con nueve cruzadas principales que marcaron este periodo.
Otomanos, británicos e independencia
Tras un largo dominio musulmán pacífico, los otomanos tomaron el control en 1517 y gobernaron Jerusalén hasta 1917. El sultán Solimán el Magnífico reconstruyó las murallas de la Ciudad Vieja y selló la Puerta Dorada, por donde, según la tradición judía, entrará el Mesías al final de los tiempos.
En la Primera Guerra Mundial, los británicos expulsaron a los otomanos y tomaron control de la ciudad. Este periodo culminó con la declaración de independencia del Estado de Israel el 14 de mayo de 1948. En 1967, durante la Guerra de los Seis Días, Israel ocupó Jerusalén, ampliando sus fronteras tras derrotar a Egipto, Jordania, Irak y Siria. Aunque venció en la guerra del Yom Kippur en 1973, no aumentó su territorio.
La historia de Jerusalén continúa siendo compleja, marcada por conflictos con Hezbolá, Irán y el mundo árabe en general, en un escenario de violencia constante cuya resolución no parece cercana.