Cultura

Joe Arroyo, Johnny Ventura y el gran barranco musical español

No hay peor sordo que el que no quiere escuchar. Cuando alguien señala el menosprecio de la prensa cultural española hacia los iconos de la música latina le suelen responder

  • Estatua en homenaje a Joe Arroyo en Barranquilla (Colombia)

No hay peor sordo que el que no quiere escuchar. Cuando alguien señala el menosprecio de la prensa cultural española hacia los iconos de la música latina le suelen responder que está exagerando, que es una simple cuestión de gustos de cada periodista en particular. ¿Cuela esta justificación? De ninguna manera, especialmente en veranos como este, donde los medios se han volcado en contenidos sobre los “Diez años sin Amy Winehouse” ignorando por completo los “Diez años sin Joe Arroyo”. Hablamos de una figura clave de la música en español, un ciclón de energía y felicidad que mantuvo un carrera trepidante, desde sus actuaciones con ocho años en los bares y burdeles de Tesca -barrio rojo de Cartagena de Indias- hasta su fallecimiento consagrado como clásico absoluto, pasando por su entrada triunfal en Discos Fuentes con solo catorce años.

Su relación con España es muy triste. En 2000 estuvo a punto de morir en Barcelona, a causa de un coma diabético y una neumonía. Cuando tocaba en Madrid, por ejemplo en su gira de 2006, lo hacía en discotecas de Torrejón de Ardoz en vez de en los locales clásicos del centro de la capital. Mientras la prensa musical informaba de cualquier anécdota de las vidas de Bob Dylan, Lou Reed, Iggy Pop, David Bowie, Van Morrison era casi imposible enterarse de qué estaba haciendo el autor de himnos inolvidables como “Rebelión”, “La noche”, “Yo me quedo en Barranquilla”, “Centurión de la noche” y “Yamulemao”, esta última adaptación al sonido caribeño de un canto vudú de Gambia. Hablamos de un cancionero sudado durante décadas en las pistas de baile de los países hispanos, cuya influencia llega a reguetoneros actuales como Don Omar y Ñejo.

Joe Arroyo y los demás

No es un ejemplo aislado: estos días se pudieron leer muchos obituarios de Dusty Hill, bajista de ZZ Top, pero ninguno de Johnny Ventura, gigante dominicano del merengue. En algún texto sobre Hill se destacaban sus raíces hispanas, reconocibles en títulos como “Fandango”, “Tres hombres” y “Degüello”, mientras se ninguneaba al autor de éxitos tan sabrosos como “Patacón pisao”, “Merenguero hasta la tambora” o “¿Pitaste?”. ¿Por qué casi siempre nos interesa más un artista estadounidense que uno latino? La pérdida de “El caballo mayor”, como era cariñosamente conocido en la isla, pone fin a sesenta años de carrera con más de cien álbumes y hasta cuatro años como alcalde de Santo Domingo por el Partido Revolucionario Dominicano. Tanto le quería la gente.

Más desapercibido incluso pasó el fallecimiento de Juan ‘Chuchita’, compositor y cantante principal de los legendarios Gaiteros de San Jacinto, que a los 91 años había contribuido a construir uno de los legados más sustanciales de la música popular colombiana. La formación echó a rodar a mediados del siglo XX y la prensa española nunca le prestó atención, ni siquiera cuando obtuvieron reconocimiento universal con el disco Un fuego de sangre pura (2006), ni tampoco con sus espléndidas colaboraciones con artistas modernos como Chico Trujillo y Adrian Sherwood.

La buena noticia es que las jóvenes generaciones están superando, de forma muy natural, nuestras chillonas cegueras anglófilas

No aburriremos con más ejemplos del doble rasero de festivales y medios de comunicación: baste decir que defender el español pasa obligatoriamente por conocer y celebrar los grandes logros de nuestra música popular a ambos lados el Atlántico. Desde esta columna de Vozpópuli, propongo a Toni Cantó, director de la Oficina del Español, contratar a expertos latinoamericanos para producir una serie documental sobre los clásicos de la cumbia, la salsa, la bachata, el merengue y la champeta (y también del reguetón). En esos repertorios se puede escuchar nuestro idioma en sus variantes más flexibles, cálidas y contagiosas. La música de los pobres siempre ha generado más interés en la lengua española -y más complicidad- que el cine y la literatura.

La buena noticia es que las jóvenes generaciones están superando nuestras chillonas cegueras anglófilas, de la forma más natural. Su apuesta por Bad Bunny, Shakira, Maluma, J. Balvin y Ozuna (podríamos citar otros diez) termina con una época triste de sumisión al colonialismo musical (o al papanatismo a secas). Son los adolescentes y veinteañeros quienes han rechazado el decadente pop-rock anglosajón para apoyar la música cantada en nuestro idioma. Es un proceso que difícilmente tiene vuelta atrás, a pesar de la ventaja británica y estadounidense de dominar por completo la industria musical.

Termino con una anécdota, que en realidad es categoría. En 2003 entrevisté al gran Rubén Blades, uno de los pocos músicos latinos ampliamente reconocidos por nuestra prensa cultural. Para romper el hielo, le comenté que su disco Buscando América (1984) había sido escogido entre los mejores del siglo XX por la revista musical de Barcelona Rockdelux. “¿En qué puesto me pusieron? ¿En el doscientos?” Blades sabía de sobra que no había manera de que el disco de un latino quedase en los primeros lugares de una lista española. Por supuesto, no se equivocaba: quedó el 127. Me preguntó quién había ganado y le dije que el disco del plátano de The Velvet Underground & Nico (1967), un clásico rebosante de oscuridad rockera y nihilismo bohemio. “Ah, mi amigo Lou Reed…” Su tono tenía cierto humor resignado, cierto cansancio ante el hecho de que en España solemos idolatrar a los artistas gringos mientras menospreciamos a los nacidos en Bogotá, San Juan o Ciudad Juárez. Lo mejor es admitirlo: somos bastante paletos.

Posdata: ¿se sienten ustedes demasiado 'culturetas' para aceptar la tesis de este artículo? ¿Les salen sarpullidos si alguien disfruta más a Marc Anthony que a Bob Dylan? ¿Sufren al entrar en un comercio latino y encontrar atronando a Romeo Santos? Quizá les ayude este vídeo de Gabriel García Márquez, donde el Nobel se pone parrandero, místico y sentimental. Ojo al minuto 05:30: "Los elementos básicos de las cosas que yo escribo los tenía a los diez o a los doce años en la costa. No hay ninguna duda de la influencia del vallenato y de la cultura popular del Caribe. Yo creo inclusive que es al revés: es la escuela y la universidad las que tienden a devaluar esa cultura popular". Nadie es menos culto por escuchar pachanga caribeña en vez de a Queen, Green Day y Foo Fighters. Como cantaban Calle 13, atrévanse a dar el paso. Olviden el bombín y pidan un sombrero vueltiao. Llegamos tarde, pero la fiesta nunca para.

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