Ensayista, poeta, novelista, filólogo y catedrático de la Universidad de Alcalá. Nacido en 1951, en Bilbao, Jon Juaristi ha dejado constancia de sus ideas en Cambio de destino (2005), sus memorias, y ha profundizado en el mito de las identidades nacionales en El bucle melancólico, que obtuvo en 1997 el premio Espasa de ensayo. Hay algo unamuniano en Juaristi: una capacidad de disentir y desconfiar de todo cuanto pretende ser incontestable. Es reacio a las adhesiones inquebrantables, está dotado de un sentido crítico agudo, así como de una erudición e ironía como pocas.
Juaristi empezó militando en ETA, con apenas 16 años. Abandonó en 1972. Dos años después, en 1974, se alejó por completo de la izquierda más radical. Se dedicó a la enseñanza y la investigación, también a la literatura y la escritura, disciplina en la que ha cultivado casi todos los géneros literarios. En los años ochenta se afilió al Partido Comunista de Euskadi (PCE-EPK) que comenzaba la fusión con Euskadiko Ezkerra (EE). Decepcionado por la incapacidad de un pacto entre ambos, en 1987 comenzó a militar en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), organización a la que destina severas críticas.
El intento de cabalgar al tigre del PSOE con Podemos está condenado al fracaso, asegura el intelectual y escritor
En 1997 apoyó al Foro de Ermua, también al movimiento Basta ya. Sus numerosas críticas contra la banda terrorista ETA lo obligaron a abandonar el País Vasco en 1999. A partir de entonces, dirigió la Biblioteca Nacional de España hasta 2001, cuando pasó a dirigir el Instituto Cervantes, cargo que desempeñó hasta 2004. Ha sido reconocido con el Premio Nacional de Ensayo y Literatura, el Azorín de Novela o el Premio Comillas de historia, biografía y memorias, entre otros. A día de hoy, Juaristi se reconoce liberal y se muestra escéptico ante cualquier brote identitario. Lo sostiene sin tapujos en sus colaboraciones en el diario ABC, sus libros y sus entrevistas.
Sobre estos temas, incluida la deriva del Partido Socialista Obrero Español durante los últimos diez años hasta hoy, conversa el catedrático, escritor e intelectual en esta entrevista concedida a Vozpópuli. Si los socialistas han sido capaces de entenderse con ETA, asegura Juaristi, nada les impide hacerlo con Podemos o “con cualquiera que los ayude a ganar la Guerra Civil que perdieron”. Los consensos, asegura, han saltado por los aires.
Tenemos Gobierno de coalición. ¿Qué opinión tiene al respecto?
Muy mala. Habrá que esperar a que se produzca la catástrofe, para no ponerse la venda delante de la herida. Esta situación, que antes parecía privativa del País Vasco y después de Cataluña, es decir, sociedades antagonizadas y divididas, ya es una realidad general en toda España gracias a los socialistas. Pero esto es un proceso largo que comenzó con Rubalcaba el 13 de marzo de 2004, cuando lanzó a sus bases al asalto de las sedes del PP en la jornada de reflexión electoral. Continuó luego con Zapatero y hemos llegado hasta aquí. Es terrible, pero aún no sabemos cuáles serán las consecuencias.
¿Por qué uno de los partidos fundamentales de la Transición decide romper con ese consenso?
Los consensos básicos ya habían saltado por los aires en 2004. Lo que sí es nuevo es la radicalización extrema del PSOE, que se ha convertido en un partido populista de izquierdas, vamos, un partido bolivariano. Lo ha hecho por mimetismo con respecto a Podemos. En lugar de desplazarse hacia el centro, el PSOE ha optado por la radicalización que ya había comenzado con Zapatero. Convendría recordar que él se refirió a sí mismo como el más rojo de todos.
¿Y los liderazgos intermedios? ¿Por qué y de dónde surgen estos líderes parricidas?
Los que han generado hijos parricidas han sido los padres parricidas dentro del propio Partido socialista. No es cuestión de hablar mal de los muertos, pero uno de ellos fue Rubalcaba, y como él otros. Por ejemplo, Ernest Lluch en el País Vaco. Fue terrible y, al parecer, está protegido de toda crítica por haber sido víctima de ETA. Lluch animó al acercamiento entre el PSOE y la izquierda abertzale. En 1994 ya hubo un intento por parte del Partido Socialista de Euskadi -Euskadiko Ezquerra de acercarse a Herri Batasuna, para formar una fuerza común de la izquierda. Yo viví esa historia muy de cerca, porque los protagonistas eran amigos míos, como Mario Onaindia o José Ramón Recalde, que intentaron incorporarlos a una izquierda serena. Eso era imposible. Me recuerda bastante a lo que está pasando ahora.
"En 1994 ya hubo un intento por parte del Partido Socialista de Euskadi -Euskadiko Ezquerra de acercarse a Herri Batasuna"
¿En qué sentido, exactamente?
Este intento de cabalgar al tigre que sostienen los supuestos sensatos del PSOE. Ellos creen que con Podemos es factible una operación parecida a la que se hizo con el Partido Comunista de Carrillo. Yo no lo creo. El propio Rubalcaba ya lo advertía. En momentos de mucha crispación, siempre existe la tentación de la pangénesis: volvamos a un pasado que era mucho más prometedor.
¿Cuál sería, pues, la edad dorada del PSOE?
Nicolás Redondo dijo que habría que volver al PSOE de 1974, que era un partido radical, defendía la autodeterminación y la revolución socialista. La socialdemocratización del Partido Socialista Obrero Español me ha parecido siempre un fenómeno muy extraño, debajo del cual existe una corriente de intolerancia que vuelve a salir justo ahora.
Ese bucle melancólico del nacionalismo vasco del que usted escribió parece traspasado a Cataluña. ¿Por qué ese rebrote de las identidades históricas?
Lo nacionalismos siempre se han parecido a sí mismos. El nacionalismo vasco no tiene un interés objetivo en la independencia. Urkullu encontró una definición ambigua, pero la más inteligente para resituar al nacionalismo vasco: la nación foral. Eso es una contradicción, un oxímoron. Si es nación no es foral, porque lo foral es un privilegio de excepción. Si encajamos eso en la nación de España, la identidad de los vascos sería algo como ser los privilegiados dentro de la nación española.
Lo cual no deja de ser cierto…
Es una definición muy clara. Pero el nacionalismo vasco no es independentista. Bildu sí. La señora Mertxe Aizpurua habla de las viejas naciones soberanas. Eso es etnicismo puro. La nación política nunca ha existido. Ella incluye como vieja nación a Cataluña, el País vasco o Galicia. Este es el lenguaje de ETA: las viejas naciones que despiertan. Eso no tiene que ver con la autodeterminación, sino con las identidades nacionales del XIX. Algo que creímos abolido y según la cual a cada nación le corresponde un Estado. El PSC y un pequeño grupo de federalistas intentan reformularlo. Son las ocho naciones de Iceta, que tendrían que federarse. Pero eso requiere un paso previo: independizarse y separarse. Lo del PSOE es un desastre y está condenado al fracaso. No tienen con quién dialogar y menos cuando el líder máximo se distingue por no tener palabra.
"La gran mayoría del PSOE está formada por hijos de franquistas. España lo fue hasta el año 1975. Los antifranquistas éramos cuatro"
Las palabras relator o conflicto para referirse al tema catalán no son nada inocentes.
Eso no importa. Es como el federalismo, da igual. La obsesión racionalista del XIX de desmontar la nación para montarla desde sus inicios, a través de un pacto bilateral de cada comunidad con el Estado, es una tontería que sacan del baúl de los recuerdos para justificar lo injustificable, que es que han pactado con ETA. Es la idea Jesús Eguiguren cuando dijo: hablemos con Otegui. Si todos los vascos nos conocemos y somos de la misma etnia. Euskadi es el proyecto de Sabino Arana, antes de eso no existía el nacionalismo. En esos momentos, el Partido Socialista, que no quería desaparecer de Euskadi dijo: ¿por qué no nos entendemos con los primos de ETA, si ya lo intentamos en 1994? Si te has entendido con ETA puedes entenderte con Podemos y con cualquiera que te ayude a ganar la Guerra Civil que perdiste.
Es como vivir con un fantasma dentro del armario, ¿no le parece?
Pero es un fantasma falso. La gran mayoría del PSOE está formada por hijos de franquistas. España lo fue hasta el año 1975. Los antifranquistas éramos cuatro. Y no se trata de ponerse medallas, porque en el fondo éramos bastante bestias y no había excesiva diferencia en catadura moral, por no decir que no había ninguna. En cualquier caso, estoy orgulloso de haber sido antifranquista. No existen continuidades históricas. Eso es una ficción. Dicen ‘perdimos la Guerra Civil’, pero… ¿quiénes? Zapatero dice que fusilaron a su abuelo, claro, lo fusiló su otro abuelo. Esa es la historia de este país.
Parece que existe una sola forma de ser español, algunas ideas tópicas, abreviadas y empequeñecidas al respecto. ¿No hay posibilidad alguna de un discurso común?
Hubo una oportunidad. Mi generación lo hizo. Hasta el año 1998 hubo un discurso común, que era el de la democracia, la transición, el regreso de las libertades y de no mirar para atrás. Nos habíamos amnistiado.
Las generaciones más jóvenes descreen de la Transición, incluso sin ser capaces de ubicarla. ¿Ese agravio realmente les pertenece?
Se les está vendiendo una película en la que pueden participar, por lo menos en la fase final, para convertirse en el chico bueno que trae la justicia y el orden al caos provocado por los malos. Es un mito tan absolutamente rastrero que no vale la pena comentarlo.
Será rastrero, pero se refleja en Cataluña.
Tengo un hijo de 18 años que me habla de la radicalización en la universidad. Un porcentaje alto son de Podemos y otro porcentaje de Vox. Eso era muy de la España de los años 70. En ese entonces los antifranquistas estábamos repartidos entre un grupo de izquierdas muy radicales y pequeños grupos de derechas muy radicales. En el medio quedaba algún democratacristiano, que en ese momento no contaban demasiado.
Hay quien percibe, sin embargo, una exhumación de la España de 1930.
Los años 30 en España fue la bolchevización de los socialistas y la fascificación de la derecha. ¿Quién tuvo la culpa? Se lo achacan al golpe de Sanjurgo, que fue una patochada. No hubo conspiración hasta 1935-1936, hasta el levantamiento de Asturias. Hasta entonces, Falange eran cuatro gatos. Se convirtieron en algo más por la radicalización.
Considerando la beligerancia del personaje, ¿qué diagnóstico de partida podemos dar a Manuel Castells como ministro de Universidades?
Habrá que ver primero en qué queda el prorrateo de ministerios. Lo de Castells no pasa de ser una hipótesis. ¿Qué puede ocurrir? Poca cosa. Las universidades están transferidas. Podrían plantear decretos, pero su propia gente terminaría en pie de guerra, porque son los más celosos guardines de la autonomía universitaria… para hacer lo que les da la gana. La universidad es un territorio de mafias. Puede aspirar a poner un poco de orden en las universidades privadas, academias más o menos prestigiosas, y eso formará parte de la ofensiva contra el sector privado. Pero Castells, ¿haciendo algo contra las universidades públicas? Lo dudo.
¿Por qué las democracias Occidentales parecen más débiles hoy?
Aizpurua dijo en el Congreso de los Diputados que ninguna constitución está por encima de la democracia. Si eres quien decide lo que la democracia es y lo que necesita, puedes saltarte cualquier pacto constitucional. La democracia es un método para resolver los conflictos sociales, pero ha pasado a convertirse en lo que Enrique Krauze llama una democracia con adjetivos: la democracia popular, socialista o la liberal, esta última no me gusta demasiado. La democracia es un método y el liberalismo otro. Convertir un medio en un fin es un dislate.
Pero volvemos al punto de partida, la democracia.
El problema aparece al momento de definirla. La democracia es el método mismo para definir los objetivos y limar las diferencias con el diálogo. El problema es cuando se absolutiza el concepto del demos, la voz del pueblo. Eso es un mito, que puede tener una cierta utilidad social a la hora de redactar las constituciones, pero en la practica ese pueblo español no es más que una ficción necesaria.
¿Qué opinión le merece el neo-conservadurismo, ese imperio de lo políticamente correcto? ¿A qué cree que se deba?
Es una radicalización. Hay un populismo de derechas y otro de izquierdas. Cuando se va a los extremos la sociedad se desencuentra. Para convivir se necesitan el mutualismo y las concesiones. Me siento conservador, pero no soy un reaccionario. No creo que se deba volver al pasado. El conservadurismo, como la izquierda, es un gran cajón en que todo cabe. Las formulaciones extremas son paradójicas. Los novelistas centro europeos, como Kafka, dijeron claramente. Cuando uno está lleno de buenas intenciones, destruirá el mundo en una semana.