Prostitución, drogas, atracos a mano armada, muy mal carácter y un talento extraordinario para componer canciones etéreas y de una sobrecogedora belleza que, contra todo pronóstico, apaciguan el alma. El caso de Judee Sill es de los más singulares de la historia de la música. La suya es una vida misteriosa y legendaria, llena de lagunas e incógnitas, y con marchamo de artista maldita, aunque en su caso sea un malditismo auto infringido. Pero, sobre todo, lo más sorprendente es que, en medio de todas estas convulsiones, su trabajo creativo rezume misterio, espiritualidad e incluso una cierta búsqueda de Dios.
Una deslumbrante novela gráfica editada por Norma hace unos meses, Judee Sill. Éxtasis y redención ha sacado del olvido la figura de esta cantautora del Laurel Canyon norteamericano. A los mandos del proyecto, el guionista Juan Díaz Canales, figura indiscutida del cómic europeo por sus exitosas series Blacksad y la continuación de Corto Maltés sin Hugo Pratt; pero también Jesús Alonso Iglesias, al que se ve especialmente entregado en las partes que reflejan los viajes psicodélicos de la artista.
“El libro es un desagravio”, explica Díaz Canales. ¿La explicación? Judee Sill es hoy una figura de culto minoritario, adorada por los artistas, pero desconocida por el gran público. Y, aunque de unos años para acá se han ido impulsando iniciativas para dar a conocer su delicada obra, todavía queda mucho camino por recorrer.
“Fue una persona extremadamente talentosa y sensible, de la que se puede decir que incluso tuvo suerte, porque su música llegó en un momento y lugar (Laurel Canyon) donde encajaba bien. Y, sin embargo, sólo ha dejado dos discos bellísimos y unos retazos apasionantes, pero muy desordenados, de su biografía”, reconoce el guionista. De hecho, éste es uno de los problemas a la hora de acercarse a la vida de Sill, que lo poco que sabemos es lo que ella contó de sí misma -vaya usted a saber si fantaseando en parte- en las pocas entrevistas que concedió durante su vida.
La peculiaridad de su biografía comienza con las de sus padres. Su madre y su padrastro fueron animadores de Disney y de series de los hermanos Fleischer como Betty Boop. De ahí le viene su pasión por los diarios dibujados, aunque cuando tuvo que elegir su camino optó por la música. Pero es que, además, su padre biológico tenía una rara afición: el tráfico de animales exóticos. Durante años la familia le acompañará en los viajes que realiza con este objetivo. A menudo adquiere reptiles peculiares, como el caimán Gregory, que vende a los estudios de cine. Gracias a los juegos de escala y los trucajes cinematográficos, la mascota con la que Judee jugaba en el coche, se transforma en pantalla en un temible dinosaurio prehistórico. Y toda la familia se siente, en cierto modo, parte de la fascinante magia e ilusión del cine.
La década de los sesenta comienza con una Judee Sill rebelde. Con 17 años se va de casa y se casa con un tal Larry, con el que asalta varias gasolineras que le conducen al reformatorio El Retiro, donde entra en contacto seriamente con la música. Allí interpreta a compositores clásicos como Bach, pero también otras canciones. Es incapaz de pasar desapercibida y aprovecha un concierto de Navidad para alentar un motín de las internas que le supone un mes de aislamiento como castigo.
Allí aparece ya la pauta que marcará su vida. Pareciera como si algo le impidiera aceptar con naturalidad los momentos apacibles o luminosos de la existencia y sintiera la necesidad de destrozarlos. Como si algo la impulsara al drama y la hubiera vuelto alérgica a la normalidad. Y, sin embargo, su música no refleja eso en absoluto. Al contrario. En sus canciones, lo crispado, lo feo, lo desagradable, lo tosco no tienen cabida. Sus melodías son un masaje al corazón y al alma que se vuelven todavía más meritorias al conocer todo lo que bulle por detrás.
Pareciera como si algo le impidiera aceptar con naturalidad los momentos apacibles o luminosos de la existencia y sintiera la necesidad de destrozarlos
Misterio, religión y fe
El misterio es un ingrediente esencial de su música. Y con él, la religión y la fe, que aparecen reiteradamente. Es llamativa esta ausencia en la novela gráfica Éxtasis y redención, en la que apenas se cita de pasada. Extraña, dado el peso que tiene la religiosidad en su música, en la que a veces se perciben ecos de la tradición musical religiosa, y, sobre todo, en sus textos, que nunca abandonan el territorio poético, ni caen en lo confesional.
“Oh, pero Jesús era un fabricante de cruces. Dulces ángeles de plata que sobrevoláis el mar, por favor descended sobre mí. Él hace la guerra al diablo”, canta en “Jesus was a cross maker’ (Jesús era un fabricante de cruces). Y en "Crayon ángels" (Ángeles de cera) asegura: “Nada ha ocurrido, pero lo hará pronto. Así que me sentaré aquí esperando a Dios, y en un tren al plano Astral”. Y continúa: “Adivina, la realidad no es lo que parece, de modo que aquí me siento a esperar la verdad (…) Los profetas falsos me robaron la única luz que conocía y la oscuridad suavemente gritó. Las visiones santas desaparecieron de mi vista, pero los ángeles vuelven y sonríen en sueños”. En "The Pearl" (La Perla) lo amoroso y lo espiritual se confunden: “Los misterios se despliegan y se vuelven tan claros cuando te siento tan cerca. Encontré un camino fuera de mí para hacer crecer mi espíritu”.
Estos textos pueden sorprender quizás hoy, pero en los años sesenta y setenta sintonizaban perfectamente con las aspiraciones espirituales de una juventud que lo mismo buscaba elevarse con el LSD, la meditación o la mística. De ahí que el primer disco de la cantante, Judee Sill, con el que Dave Geffen inauguró la discográfica Ayslum -por la que luego pasarían figuras como Tom Waits, John Fogerty o Bob Dylan- tuviera un aceptable éxito de crítica y público. Sill estaba en el lugar y momento correctos para que su música delicada pudiera encontrar su público, y su segundo y último trabajo, ‘Heart food’, del que ahora se cumplen 50 años, fue la consagración.
Pero entonces apareció la pulsión autodestructiva de la cantante, que estaba harta de actuar de telonera de grupos de rock que despreciaba, y que exigía poder ser cabeza de cartel. Quizás hubiera podido conseguirlo, pero su estrategia para lograrlo, descalificar a sus compañeros de escenario y cuestionar el criterio de su mánager y productor, no resultó acertada.
En 1973, en el Royal Albert Hall de Londres, se deja llevar en el escenario con un discurso explosivo: “No he tenido una vida fácil. He pasado por cárceles y reformatorios. He vivido en un Cadillac desvencijado con cinco tíos. He sido yonki, camello e incluso he llegado a prostituirme a cambio de heroína. Realmente me ha costado mucho llegar hasta aquí, por eso os ruego, os suplico, que compréis mi nuevo álbum que acaba de salir. Sólo de esa manera podré salvarme de seguir haciendo giras con nefastos grupos de rock como el que estáis a punto de sufrir”. No, desde luego no parecía el mejor modo de lograr sus aspiraciones. Griffin la abandonó y su carrera languideció. En 2005 Jim O’ Rourke rescató en ‘Dreams come true’ algunas grabaciones perdidas de lo que iba a ser su tercer álbum, que no llegó a editarse.
Sin el orden de una vida más o menos estructurada por el trabajo, Sill vuelve a desbocarse y tiene además la mala fortuna de sufrir un accidente que le deja dolores crónicos insoportables que sólo consigue calmar con opiáceos. Había logrado superar su adicción a las drogas, pero en sus últimos años recae y en noviembre de 1979 se encuentra su cadáver. Ha muerto de sobredosis. A partir de ahí, sufre el más inmisericorde olvido hasta que los aficionados redescubren sus discos y, poco a poco, caen fascinado ante su música, poseedora de una belleza que parece haberse forjado en la fragua del tormento.
Urenga
"que le conducen al reformatorio" A la cantante. No puede haber artículo de VP sin su ración de leísmos, da lo mismo cuál sea el redactor. Está en el Libro ds Estilo.