Ya sólo el título del último libro de Houellebecq —Unos meses de mi vida— es de una genial peculiaridad. Los diaristas suelen ocultarse tras un título bello o incisivo, según las inclinaciones de cada cual, como si quisieran sugerir que escribir sobre uno mismo es una manera como otra cualquiera de escribir para los demás, como si pensaran que el protagonista de los diarios no es el autor, no, sino ese tú que lee y se siente identificado. Houellebecq, en cambio, se decanta por una opción distinta: no rehúye el protagonismo, acepta sin mayores reparos que unos meses de su vida son lo suficientemente importantes para publicarlos, no pretende travestir de universalidad lo que, de hecho, es tan sólo particular.
Pero el título es significativo en otro sentido; participa del tono desganado, casi desdeñoso, en el que está escrito todo el libro. En Unos meses de mi vida, Houellebecq escribe como distanciado de la realidad y de su propia vida. Hay en su expresión un je ne sais quoi que suena a indolencia. Aunque relata las injusticias padecidas, oculta la herida que han abierto. El lector apenas puede intuirla, entreverla tras el relato indiferente, desapasionado. Houellebecq reniega abiertamente de la literatura exorcizadora en la que el autor vuelca sus demonios —miedos, preocupaciones, sufrimientos— en el papel hasta confinarlos allí: «Me gustan los clichés, muchas veces son acertados; no me gusta mucho, sin embargo, el del libro que ha servido de exorcismo al autor».
No obstante, los esfuerzos de Houellebecq terminan revelándose estériles. Para empezar, el lector se dirá, y con razón, que este libro no se habría escrito si la herida no estuviese abierta. A Houellebecq le duele haber sido acusado de islamofobia, también haber padecido un engaño cuyo propósito último era difundir imágenes sexuales suyas. Pero hay otro síntoma que delata el sufrimiento: describe cáusticamente a sus enemigos, hasta el extremo de referirse a uno de ellos —al tipo que le mintió para exhibir su famoso vídeo porno— como «la Cucaracha». De ella —o de él, porque la Cucaracha es varón— llega a decir:
«Al conceder tanto espacio a la Cucaracha, ¿no le he dado una importancia excesiva? ¿Y no corro el riesgo de inmortalizarlo, cosa que no merece en absoluto? Pues bien, sí, en cierto sentido, sí. Pero de vez en cuando es necesaria una persona de una maldad tan renovada, y por eso es raro que en la vida tropieces con un cabronazo tan perfecto, con alguien sin mácula. La Cucaracha parecía, a este respecto, caído del cielo. En cuanto a la inmortalidad, no veo que él pueda albergar una idea semejante».
En un pasaje del libro dice Houellebecq que su relación con la prensa es casi peor que nunca
Establecer un límite en el caos
Además de la tensión entre la indiferencia y la rabia, entre el desdén y la indignación, hay en Unos meses de mi vida, otra cuestión relevante. El enfoque de Houellebecq es más bien amoral. Nos revela, de hecho, que hace tríos habitualmente, que no ve nada malo en la pornografía y que tiene tratos habituales con meretrices con las que contacta, para más inri, su esposa. Él no detesta a la Cucaracha porque haga películas guarras, sino por mentiroso. No está contra el porno, sino contra la funesta manía de comercializarlo: «Mis relaciones con el liberalismo nunca han sido sencillas».
Hay algo desconcertante, enternecedor y también audaz en Houellebecq. De algún modo moraliza la amoralidad. Después de haber transgredido todos los límites, establece un límite que no debería transgredirse, como quien intenta dar contornos al caos o cercar las aguas una vez se han desbordado:
«Tengo mucho aprecio a las prostitutas, que ejercen un oficio siempre difícil y a veces peligroso, y que aportan verdadera felicidad a sus clientes. Prostituta, eso es lo que llamo yo un bello oficio, honorable y noble. Hay algo que me asquea en una prostituta virtual, que no asume riesgos y no aporta placer alguno, y que se aprovecha de la soledad de pobres gentes que a cambio de su suscripción sólo obtendrán una masturbación solitaria delante de la pantalla».
En un pasaje del libro dice Houellebecq que su relación con la prensa es casi peor que nunca. Quizá el motivo de esta animadversión sea precisamente éste: que debería ser uno de los suyos y no lo es. Parece relativamente previsible que un católico se oponga a la (in)moralidad reinante. No lo es tanto, en cambio, que el opositor sea alguien que hace tríos con su mujer y que recurre habitualmente a prostitutas. La razón del rechazo de la prensa por Houellebecq es la misma que la de su éxito literario: tiene la sanísima costumbre de ser escandalosamente libre.
Severino Mejias Robles.
La cara es el espejo de su Alma. Este hombre me causa un rechazo instintivo. Este hombre no es bueno.