El cine francés celebró este viernes la 39 edición de los Premios César ante ilustres del celuloide como Quentin Tarantino, Scarlett Johansson, Roman Polanski o Bérénice Béjo, pero con la atención mediática puesta en la reaparición de Juliet Gayet, la supuesta amante de François Hollande, que estaba nominada como mejor secundaria.
Más allá de la contienda de las grandes favoritas para lograr una ristra de premios, uno de los momentos más esperados de la ceremonia fue la entrega de este premio, al que concurría Julie Gayet por dar vida a una seductora asesora política en ‘Quai d'Orsay’, dirigida por Bertrand Tavernier. La llegada de Julie Gayet al Teatro Châtelet de la capital gala, sola, con el pelo suelto y un traje de chaqueta negro, encendió las redes sociales poco antes del inicio de la gala, en la que no hubo indirectas al revuelo sentimental en el Elíseo.
La película, basada en un exitoso cómic de Abel Lanzac (pseudónimo del diplomático Antonin Baudry) y Christophe Blain, narra las peripecias de un ficticio jefe de la diplomacia gala, inspirándose en el conservador Dominique de Villepin. Gayet, que ha denunciado el acoso de los "paparazzi" desde que una revista del corazón publicase fotografías de su supuesto romance con François Hollande, se decidió finalmente a acudir a la ceremonia.
Ironías del destino, la supuesta amante del presidente de Francia coompitió, entre otras, contra Marisa Bruni Tedeschi, la madre de la exprimera dama Carla Bruni. La madre de la exmodelo y cantante, que aspiraba al mismo premio por su trabajo en ‘Un château en Italie’, dirigida por su hija Valeria Bruni Tedeschi, no asistió a la gala.
Una edición sobria y el triunfo de Gallienne
El protagonismo, por mérito propio, lo acaparó Guillaume Gallienne con su cinta autobiográfica 'Les garçons et Guillaume, à table!', que se llevó cinco de los diez premios a los que aspiraba, incluidos el de mejor película, mejor actor, mejor ópera prima, mejor adaptación y mejor montaje. Y más allá de las estatuillas, el glamour recayó, como es habitual en estas citas, en el vestuario y presencia de las actrices, entre las que predominó el negro y, en términos generales, la falta de osadía.
La estadounidense Scarlett Johansson, que recibió un César de Honor en reconocimiento a su trayectoria, se presentó con un traje de chaqueta de Christian Dior, y el pelo, muy liso, que, recogido en una coleta, cedió el protagonismo a las joyas. Su aparición con su prometido, el francés Romain Dauriac, regaló a los telespectadores alguna escena cariñosa entre la pareja, y dejó para el recuerdo la promesa de la actriz, una vez recogido el César, de aprender francés en un futuro inmediato. "Es mi objetivo para este verano. Fue también mi objetivo de este invierno", confesó ante la prensa la intérprete de cintas como 'Match Point' o 'Scoop', de Woody Allen, o 'Lost in Translation', de Sofia Coppola.
Junto a ella, el toque estadounidense lo dio también el director Quentin Tarantino, que subió al escenario, confiado y haciendo con la mano el gesto de la victoria, para darle a su compatriota esa distinción que él ya recibió en 2011.
La ceremonia, broche de oro a la producción del cine francés y celebrada dos días antes de que los Óscar brillen en Hollywood, contó igualmente con breves pinceladas foráneas, como la de la actriz española Rossy de Palma, que participó en el número musical y entregó a la belga 'Alabama Monroe' el César a mejor película extranjera. "Los filmes extranjeros nos hablan a todos. Todos somos extranjeros con un idioma común, el de la vida", indicó la actriz, que portaba un traje negro de generosas transparencias en escote y piernas.
Las casi tres horas de ceremonia estuvieron poco reivindicativas en términos sociales y con más fuerza a la hora de defender a la profesión, a todos sus integrantes y a la necesidad, en palabras de De France, de "reinventar el cine", tras haberlo inventado.