Para crear el ambiente futurista y apocalíptico de la ciudad de San Francisco en 2019, Ridley Scott se inspiró en lo que el Tokio o Pekín de los ochenta tenía que decirle. Para conseguir el efecto deseado, Scott imaginó el futuro como un zoco infecto de lluvia y fideos. Llenó el plató de filmación con pantallas repletas de publicidad, geishas, replicantes y lluvia, mucha lluvia. En su momento, Blade Runner no conquistó la crítica, pero terminó convirtiéndose en un clásico. Lo que casi todos ignoran es que la mayoría de las marcas que se anunciaron en aquellos monitores que simulaban el futuro se pegaron el revés financiero al año siguiente de su estreno: Coca –Cola resintió la llegada de Pepsi; a causa de la crisis del petróleo y el terrorismo, Pan Am se estrelló en bolsa y RCA fue adquirida y desmantelada por General Electric. Y esos son solo tres de los treinta ejemplos de compañías que introdujeron su logo en el largometraje que se vieron en serios apuros.
Este es un libro ligero pero no insustancial y en cuyas páginas los lectores poco avispados (y los expertos) en la mitología cinematográfica encontrarán verdaderas joyas
¿Gafe? ¿Leyenda urbana? Ésa es apenas una de las casi cincuenta anécdotas que con humor, datos y una buena dosis de mala baba cuenta el periodista Héctor Sánchez en el libro Kubrick en la luna y otras leyendas urbanas del cine (Errata Naturae), un volumen que habría que leer con calma pero también cuando ésta escasea. Ese momento en el que la mente se carga y necesita un pequeño revulsivo. ¿Recomendación para esos huecos negros? Pues ésta. Este es un libro ligero pero no insustancial y en cuyas páginas los lectores poco avispados en la mitología cinematográfica encontrarán verdaderas joyas, mientras que los doctos hallarán una cantera de informaciones que blandir para rebatir o apoyar sus tesis. En dos platos: un libro divertido, puñetero y muy bien escrito.
En sintonía con las ilustraciones que David Sánchez ha elaborado para cada una de las entregas que aparecen en estas páginas, Kubrick en la luna y otras leyendas urbanas del cine tiene anécdotas sin desperdicio alguno. ¿Por qué si Marilyn Monroe había ingerido una cantidad exagerada de Nembutal, su estómago no presentaba ninguna coloración? ¿Tuvieron los Kennedy algo que ver con todo aquello? ¿Cuál fue la influencia de Frank Sinatra en el inolvidable cumpleaños que la diva dedicó a JFK el día de su cumpleaños así como de las golferías del hombre que llevaba con Krushev la carrera de los misiles? Escrito como una segunda entrega de Paul está muerto y otras leyendas urbanas del rock, también publicado por Errata Naturae, Héctor Sánchez se ha quedado a gusto con este experimento. Entre otras cosas porque deja muy claro que el cine es sí, una máquina de fantasías: las que aparecen dentro de la pantalla y las que crecen más allá de su rectángulo.
La historia demoledora de Buster Keaton, aquel bebé a quienes sus padres usaron como bayeta humana para un número cómico; la misteriosa hipótesis sobre qué contiene el malentín de Pulp Fiction, el mítico largometraje de Quentin Tarantino; la guerra sin cuartel que libraron Bette Davis y Joan Crawford en el rodaje de ¿Qué fue de Baby Jane? -la anécdota de maniquí y las patadas es realmente memorable-; la verdadera procedencia de la cabeza de caballo que aparece en El Padrino o, válgame Dios, el celo con el que Hitchcock diseñó la campaña de intriga para Psicosis. Sería posible contarlas todas y chafar la lectura del curioso que desee acudir a su encuentro. Sí, sería posible. Pero no tendría gracia. Sin embargo, vale la pena asomar un poco de una de las historias más divertidas del libro: la epopeya del plató de 2001: Odisea en el espacio. En un momento en el que la ciencia ficción estaba todavía relegada a la serie B, Kubrick tuvo que ingeniárselas. Y a su manera lo consiguió. Sus efectos especiales adelantaron en un año el efecto paralizante que tuvo, en 1969, la llegada del hombre a la luna.
Fechas, malos entendidos, misterios, leyendas, habladurías y personajes tan interesantes como oscuros. Nombres que aparecen, como el ajo o el pimentón, en todos los guisos. “Es curioso… Pero el personaje que atraviesa el libro, porque aparece en varias anécdotas, es Frank Sinatra. Y eso que ni siquiera es actor”, dice Héctor Sánchez ante una taza de pálido café con leche. El periodista, de una seriedad tan hípster como barbuda, habla del asunto como si fuera a estallar en risas en cualquier momento. Y en efecto, el joven y mafioso Sinatra precipita en muchas historias el punto de quiebre. Siempre tiene vela en los entierros, tuviese o no que ver directamente con ellos.
En este libro, el lector se encontrará con muertos en pleno rodaje (el ahorcado de El mago de Oz) y con actores que renacen de sus cenizas e incluso de sus tumbas; secretas adicciones y también inverosímiles habilidades sexuales; sesiones de maquillaje literalmente letales -El mago de Oz, otra vez, se llevan la palma-; duelos de directores; odios como el de John Ford y su hijo; tórridas imágenes subliminales escondidas en los más tiernos largometrajes, e incluso orgías con enanos… Un alucinante recorrido por la historia secreta y paralela del séptimo arte.
Un rasgo resalta en todo el libro: no existe una sola mención al cine español de esos años y los siguientes, acaso –y ahora Sánchez sí estalla en risas-, porque temía alguna demanda furibunda. Elucubraciones a un lado, Sánchez reconoce en este libro un ejercicio de periodismo que se mueve entre la anécdota y la crónica, pero que no por ello está reñido con los datos y la investigación. Y ahí radica el fuerte de su lectura: las leyendas, nunca del todo desmanteladas por la verdad, poseen información suficiente como para ampliar las versiones en lugar de descartarlas. Como aseguran los editores: la otra verdad del cine.