Cultura

El libro de Eduardo Mendoza sobre Cataluña que no gustará a nadie

Este martes ha llegado a las librerías el ensayo Qué está pasando en Cataluña (Seix Barral), un texto de 89 páginas donde Eduardo Mendoza cuestiona y hace exégesis. No da gusto a los discursos más polarizados, sino que los señala por igual. Aquí un repaso a sus ideas más resaltantes.

  • El Premio Cervantes Eduardo Mendoza escribe el texto Qué está pasando en Cataluña.

No es un alegato a favor o en contra, es una exégesis. No lo ha escrito Eduardo Mendoza para posicionarse en un bando u otro. De hecho, no le gusta ninguno de los dos, dice el Premio Cervantes sin mencionar, sin asignar una identidad específica a los grupos repartidos a ambos lados de un asunto que, por innombrado, apela al doblez. ¿Acaso con bandos, se refiere Mendoza a unionistas e independentistas?¿A los que quieren irse o los que quieren permanecer? ¿A los que se sienten parte de un discurso y los que no se hallan en ninguno? Que el lector interprete. Lo cierto, o al menos lo que se desprende después de leer el ensayo Qué está pasando en Cataluña (Seix Barral),  es el hecho de que Mendoza ha escrito estas  89 páginas no para manifestarse contra algo sino para aportar algunas clarificaciones. "Lo he escrito para tratar de comprender lo que está pasando". Comenzó a escribirlo impulsado por la ansiedad y ha puesto el punto final convencido de que es ya muy tarde. Hay un poso de pesimismo, pero también la convicción de que los matices aún pueden servir de algo.

Eduardo Mendoza comenzó a escribir este  texto sobre Cataluña impulsado por la ansiedad y ha puesto el punto final convencido de que es ya muy tarde  

Qué está pasando en Cataluña no es un panfleto o un libelo a la manera del que publicó Fernando Savater hace unos días. No combate abiertamente una cosa u otra, sino ambas. Es crítico hasta con la actitud de su generación, lo cual lo convierte en un texto a veces esquivo, demasiado empeñado no en justificar, en dar o quitar la razón, sino en explicar lo que Mendoza atribuye a ciertos malentendidos sobre la identidad catalana y la relación de Cataluña con España, e incluso consigo misma. Eso hace bastante probable que este texto  no guste a quienes lo esperaban para blandirlo en el aire o para jalear una arenga. Qué está pasando en Cataluña no es un texto  que grite ni declame. No es un texto para oradores, sino para aquellos más propensos a escuchar. La lógica del libro es la de la aclaratoria, no la de la interpelación. 

Qué está pasando en Cataluña no es un libro  que grite ni declame. La lógica del ensayo es la de la aclaratoria, la exégesis.

Así como Eduardo Mendoza reconoce que las elecciones del 1 de octubre  no eran legales, del mismo modo reconoce que la reacción del Estado fue desproporcionada. Así como propone que el catalán no estuvo prohibido durante el franquismo, aclara que tampoco estuvo autorizado.  Así como el 11 de septiembre no se celebra una derrota;  lo que se recuerda, año tras año, es una "oportunidad perdida". Eduardo Mendoza  plantea una idea y su contraria; un hecho y su reverso. Intenta destejer la cadena de nudos, de ahí que arranque en el franquismo y termine en el independentismo. En el medio se distribuyen los 11 epígrafes que dividen su argumentación: el mito de Franco; la represión del franquismo en Cataluña; la prohibición del catalán; la inmigración; el origen de la sociedad catalana; la burguesía catalana; Barcelona; el carácter catalán; el cuestionamiento del concepto democracia  y finalmente Cataluña en España y el Independentismo en Cataluña.

Una vez que deja claro de que su intención es cuestionar los prejuicios, la negligencia y la incomprensión que han llevado las cosas tan lejos en la discusión España- Cataluña,  Eduardo Mendoza acota el franquismo como concepto y figura. Lo define como algo acabado  en tanto sistema político, pero vigente como una sombra en  un sistema de creencias, en las formas de obedecer y rebelarse ante el poder y por tanto, como una gasolina que inflama el debate. Lo reciente de su existencia, asegura, tiende a engrandecer su dimensión, entre otras cosas porque no se le examina con "serenidad". De ahí su rebrote en la discusión sobre la secesión y la propia actitud del gobierno central. 

Sobre la represión del régimen franquista en Cataluña, Eduardo Mendoza plantea que existió, sí: al igual que en el resto de España. El asunto es que en Cataluña “revistió características especiales, dadas sus peculiaridades”

Sobre la represión del régimen franquista en Cataluña, Mendoza plantea que existió, sí: al igual que en el resto de España. El asunto es que en Cataluña “revistió características especiales, dadas sus peculiaridades” y que el propio régimen dirigió en dos vertientes: el separatismo y la lengua. Sobre el primero, Mendoza relativiza su verdadero arraigo y asegura que no estaba “tan extendido como la propaganda franquista se contaba a sí misma”. Cuando habla de un espíritu que podría interpretarse como separatista, alude más bien en la lógica del disenso político: "Ni siquiera fue separatista el sólido contingente catalán en el exilio cuya cohesión se mantuvo  hasta la vuelta de Tarradellas en 1977. La independencia de Cataluña podía ser para algunos un sueño de futuro pero no formaba parte de su ideario. Sí lo era la recuperación de libertades perdidas, la amnistía de los presos políticos y la restauración de un gobierno autónomo”".

Sobre algo como una identidad regional, Mendoza aboceta una estampa a partir de la contradicción. El origen de una sociedad catalana moderna es resultado de la transformación ocurrida en el XIX, ésa que fue llevada a cabo por una burguesía industrial y que necesariamente se opone a otra: la Cataluña pobre, hasta ese entonces eminentemente agrícola. "Cuando la burguesía decidió reconstruir la patria catalana tuvo que recurrir a la fantasía de los arquitectos modernistas para levantar un conjunto monumental digno de un pasado medio extinto, medio imaginario. Así surgieron los edificios extravagantes cargados de dragones, yelmos, escudos y visiones wagnerianas que en la actualidad constituyen un inesperado atractivo turístico”.

“Cuando la burguesía decidió reconstruir la patria catalana tuvo que recurrir a la fantasía modernista . Así surgieron los edificios extravagantes cargados de dragones, yelmos, escudos y visiones wagnerianas que en la actualidad constituyen un inesperado atractivo turístico”

Plantea Mendoza una ficción –no exclusiva de Cataluña y que está presente en otros países europeos-  que entraña un defecto de origen: la búsqueda de un pasado ideal, dada la dureza del pasado auténtico. Hasta finales del XIX, asegura Mendoza, Barcelona era una ciudad sin atributos, ni europea ni española, desprovista de folclor y encerrada en murallas, de ahí su vocación de reinvención cosmopolita con la exposición universal de 1888; la Exposición Internacional de 1929 y finalmente los Juegos Olímpicos de 1992. Un triunfo a todas luces engañoso, dice Mendoza, porque deja en evidencia el “pecado original de Barcelona”.

“Quizá no sea casual que el éxito fulgurante de una Barcelona convertida a los ojos del mundo en la quintaesencia del glamour haya coincidido con un recrudecimiento del movimiento soberanista”

Hasta en sus momentos de esplendor,en el imaginario catalán Barcelona sigue siendo poco menos que un lugar maldito, plantea Eduardo Mendoza. "Barcelona era y sigue siendo algo ajeno a la Cataluña ideal. En el subconsciente catalán pervive la nostalgia de una Cataluña rural, más auténtica, más representativa de las verdaderas esencias del pueblo catalán (…) Quizá no sea casual que el éxito fulgurante de una Barcelona convertida a los ojos del mundo en la quintaesencia del glamour haya coincidido con un recrudecimiento del movimiento soberanista, que es, en muchos sentidos, un deseo de dejar de lado el artificio urbano  y devolver el protagonismo a la Cataluña real, la verdadera".  

Eduardo Mendoza señala la creación de un tópico catalán en el imaginario franquista –el mismo en el que quedaron encajonadas sus distintas versiones del andaluz, el castellano, y así sucesivamente- , una idea que los propios catalanes asumieron y añadieron a su propio conflicto. A eso suma Mendoza un mal de las sociedades de por sí cerradas: el rechazo ante la llegada de los migrantes, como una manera de protegerse ante el avasallamiento que pone en juicio su propia estructura. Mendoza atribuye esa respuesta, por igual, a un sentido de superioridad e inferioridad. El “no son como nosotros” fue la respuesta que halló Cataluña a la contradicción de ser una sociedad cerrada y, al mismo tiempo, recibir flujos migratorios.

El “no son como nosotros” fue la respuesta que halló Cataluña a la contradicción de ser una sociedad cerrada y, al mismo tiempo, recibir flujos migratorios

Todos estos temas e ideas los conduce Mendoza para irrigar y dotar de sentido la irrupción y crecimiento del independentismo. Hay situaciones que no se esfuman, asegura. Que ese discurso ha calado, es algo que da por hecho. Y señala de qué forma lo que fue una aspiración individual fue engordando: "Una vez afianzada la transición democrática, es decir, una vez desaparecidos del horizonte los temores de un golpe de Estado, el independentismo entró en una fase posibilista. Una colaboración hábil y distante con sucesivos gobiernos españoles motivada en teoría por la gobernabilidad fue fortaleciendo las instituciones catalanas como entes separados. Los medios de difusión que dependían de la Generalitat , especialmente TV3 y Catalunya Ràdio fueron evolucionando desde posiciones neutras hasta convertirse poco menos que en órganos de difusión soberanista", alude Mendoza para ilustrar lo que él denomina una visión pesebrista casi igual o peor que el tópico catalán durante el franquismo. ¿Cuál fue la mecha que prendió el fuego? La crisis económica.

“Una vez afianzada la transición democrática, es decir, una vez desaparecidos del horizonte los temores de un golpe de Estado, el independentismo entró en una fase posibilista”

No hay razón práctica que justifique el independentismo. Ni razón lo suficientemente sólida para que Cataluña se separe de España, asegura el escritor. La gran idea de fondo de este libro es la enumeración y ejemplificación de un desconocimiento mutuo y propio, entre Cataluña y el resto de España y de la propia Cataluña consigo misma. Resulta extraño sin embargo, o cuanto menos incómodo pata el lector, que Eduardo Mendoza no ilumine más directamente y de forma específica el Pujolismo como fenómeno, aunque lo describa. El libro se comporta con la urgencia con la que fue escrito: con el secreto reproche de que esto se pudo pensar y, por tanto, entender mejor.

Este libro tiene más de autopsia que de proyección, más de punto de partida que de llegada. Y eso, en estos tiempos de exaltación, difícilmente encuentra encaje

Que este libro no sirve para avivar –ni tampoco apaciguar- el brasero de los unos y los otros es algo que salta a la vista, porque en las páginas de Qué está pasando en Cataluña, Mendoza habla e incluso reprocha un pecado original de incomprensión: desde la Cataluña que no metaboliza su propia fábula moderna, hasta la España que se crispa ante el hecho catalán, por endogámico y cerrado. Aquí cada quien se lleva su ración de vinagre. Tiene más de autopsia que de proyección, más de punto de partida que de llegada. Y eso, en estos tiempos de exaltación, difícilmente encuentra encaje. Acaso por eso el cierre de ese Eduardo Mendoza que asegura que comenzó a escribirlo impulsado por la ansiedad y llegó al punto y final convencido de que era ya muy tarde. Quizá lo sea, por eso mejor comenzar por recoger los pedazos. 

Un detalle de la portada del libro.

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