Que su madre haya hecho llorar a la psiquiatra que intentaba sacarla de una depresión nos da una idea de por dónde van los tiros. Y el asunto de chiste no tiene nada. De algún lugar tiene que venir el torrente que mana de este hombre. Y la argentinidad no cuela como explicación. Cada una de las más de cuatrocientas páginas de El puñal (Destino), la novela escrita por Jorge Fernández Díaz es un golpe bajo, una pelea, un combate, una carrera, un apuro, un no parar. Puro filo de arma blanca. Así lo ha procurado él y así le ha salido. "Con ésta, he querido escribir una novela de aventuras del siglo XXI", dice, sentado en una desangelada mesa de un hotel madrileño, en la cuarta o quinta entrevista de lo que va de día.
A su protagonista le llaman así, Remil, por aquello de que es un “hijo de las remil putas”. Es un ex soldado de la guerra de las Malvinas que trabaja en el servicio de inteligencia
Jorge Fernández Díaz –lo de la coincidencia con el nombre del piadoso ministro de interior no le hace mucha gracia- es escritor y periodista. Ha sido reportero de sucesos, periodista de investigación y analista político… material de sobra tenía para escribir esta novela, que postergó durante más de 40 años. Cuando leyó El signo de los cuatro, de Conan Doyle, quiso escribir una novela que mezclara la política y el amor, pero entonces, por allá en la adolescencia, "no sabía un carajo del amor ni de la política", dice. Ahora, que algo sabe de lo uno y lo otro, se puso a ello. Y lo bordó. Así, en El puñal, narra la historia de Remil, un ex combatiente de las guerra de las islas Malvinas que trabaja en uno de los departamentos más confidenciales de los servicios secretos argentinos, uno que no aparece en ningún organigrama y se paga con fondos reservados. Le llaman así, Remil, por aquello de que es un "hijo de las remil putas".
El protagonista es un hombre rudo, brutal, de moral elástica aunque resulta inevitable para el lector no ponerse de lado de alguien que igual salva la vida a puñetazos en un calabozo como recita a Ovidio. Algo de huérfano tiene este ser hecho a imagen semejaza de su jefe, el coronel Cálgaris, jefe máximo de la unidad para la que trabaja, trasunto de padre y cacique que siempre está a punto de traicionarlo. "Remil es la imagen de esa generación de la democracia en Argentina que se desencantó, alguien que vio caerse a pedazos el sistema. Es aquel que nunca podría sentarse a comer a la mesa de un restaurante, porque ha visto la cocina", explica Fernández Díaz.
En esta ocasión sin embargo le tocará proteger a una abogada española que va a poner en marcha un holding relacionado con la política y el negocio de la coca
En efecto. El trabajo de Remil es espiar a políticos, futbolistas, diputados, hacer de guardaespaldas, ejecutar el trabajo sucio, todo el día dando culatazos, en su 4x4,un cretino melancólico sometido a monitoreo psicológico, un mercenario. En esta ocasión sin embargo le tocará proteger a una abogada española que, en apariencia, llega a Buenos Aires para hacer negocios relacionados con el mundo del vino cuando en realidad va a poner en marcha un holding relacionado con la política y el negocio de la coca.
Entre ambos surgirá una pasión tan potente como cualquier combate cuerpo a cuerpo. Entre las palizas de Remil en los calabozos y las sesiones amatorias de ambos la diferencia es un asunto de concepto. "Así como quise desnudar la política, quise quitarle romance a las historias de amor". Y vaya que lo consiguió. En ambos hay, valga decirlo, crueldad. Y hay un juego de presas en toda la novelda, desde la página uno. Alguien limpia un pescado como quien descuartiza un cadáver, el pez chico que otro habrá de llevarse a la boca al final del día, o de la cadena alimentaria, guardándose el cuchillo más afilado, claro está.
Fernández Díaz, quien dirigió el semanario Noticias y la sección de política del diario La Nación asegura que la novela negra retrata a la perfección la política argentina porque la práctica de gobierno en ese país es el calco del quehacer matonil . Sobre El puñal, asegura el escritor hay algo distinto. Es la reconversión, el comienzo de un ciclo. Publicada hace ya un año en Argentina por Planeta, se convirtió en un superventas. Antes de ella, publicó El dilema de los próceres, Corazones desatados, La segunda vida de las flores, La hermandad del honor y Alguien quiere ver muerto a Emilio Malbrán. Su crónica novelada sobre su madre asturiana, Mamá, fue un boom editorial. Entre sus galardones destacan la Medalla de la Hispanidad, el premio Konex de Platino 2007 en la categoría de redacción periodística y el Atlántida 2009 con el que los editores de Cataluña premiaron su labor periodística a favor de los libros. En 2012, fue condecorado con la cruz de la Orden de Isabel la Católica, en reconocimiento a su aportación a la cultura.