"A los que no ven solamente la corteza de las cosas, excusado es decirles que hasta en los trajes se trasluce el espíritu dominante del siglo: la moda reguladora de los gustos y opiniones es la misma en punto a trajes que en punto a política y literatura: su carácter particular es la libertad”, escribió en 1934. Así, ajustadas entre comillas, las palabras de Mariano José de Larra embellecen, como broches, la levita que el Museo del Romanticismo exhibe durante todo este mes.
Justamente en abril, el mes del libro, el museo ha decidido rendir homenaje al ácido escritor romántico y liberal al elegir una prenda emblemática de su guardarropa. Donada (junto con otros documentos y objetos personales), por Jesús Miranda de Larra, descendiente del autor, la levita se exhibe -entallada en la percha de la añoranza o la deuda- hasta el 30 de abril, en la sala XXI (Dormitorio masculino).
Acaso filtrado por la mirada pesimista de la Generación del 98, Mariano José de Larra permanece hoy como una figura tan lúcida como castigada. Sí, por una España a la que dedicó páginas y páginas de la más aguda reflexión y que sin embargo hizo con él lo que un desamor. Ya se sabe que todo afecto sin respuesta calienta la sangre hasta evaporarla. Largo desagüe... que todo lo licúa.
Ya fuese como Fígaro o El Pobrecito Hablador, Larra convirtió la crítica literaria en fértil escaparate colectivo. Símbolo de la nación como frustración, el lustre de la pistola con la que se quitó la vida se alza como metáfora redonda de un siglo que prometía claridad y sin embargo terminó en penumbra. Su muerte fue, acaso, un excesivo gesto del genio romántico pero también una metáfora que sobrevuela y todavía interpela.
El XIX es para algunos un siglo remoto, y sin embargo más cercano que nunca. Toma forma en la prenda que exhibe el Museo del Romanticismo. La levita constituyó la indumentaria por excelencia del hombre decimonónico, y precisamente con ella fue representado Larra en el retrato pintado por Gutiérrez de la Vega que el museo expone en su sala XVII.
"Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla"
Romántico, liberal y dandi en el Madrid de últimos años del absolutismo, aquel ambiente de reuniones y tertulias, Larra no puede resultar más elocuente. Para muestra, el botón de... ¿una levita? "Escribir en Madrid es llorar, es buscar voz sin encontrarla, como en una pesadilla abrumadora y violenta. Porque no escribe uno siquiera para los suyos. ¿Quiénes son los suyos? ¿Quién oye aquí? ¿Son las academias, son los círculos literarios, son los corrillos noticieros de la Puerta del Sol, son las mesas de los cafés, son las divisiones expedicionarias, son las pandillas de Gómez, son los que despojan, son los despojados?”.
Apetece probársela. Ajustarla como una piel prodigiosa y castigada. Un bello guante en la víscera de un corazón estropeado: el suyo... y, a veces, el nuestro.