Resulta inverosímil imaginarle escribiendo sus textos a mano – a él, un hombre como él, capaz de actualizarlo todo con su mirada lúcida-. Sin embargo, puestos en el ejercicio, en lugar de una pluma, había que darle un aguijón o un escalpelo. Félix de Azúa sabe reflexionar sobre lo que le rodea evitando el buenismo, el mal gusto de las buenas intenciones o la pobreza de cualquier militancia que no sea el compromiso con la inteligencia.
Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, Azúa (Barcelona, 1944) es un escritor experto en todos los géneros. Fue ganador del Premio Herralde, en 1987, con Diario de un hombre humillado. También ha publicado las novelas Las lecciones de Jena (1972), Las lecciones suspendidas (1978), Ultima lección (1981), Historia de un idiota contada por él mismo (1986), Cambio de bandera (1991), Demasiadas preguntas (1994) y Momentos decisivos (2000).
En su bibliografía hay también poesía -muy buena poesía-, teatro -la adaptación de Historia de un idiota contada por él mismo- y una amplia obra que le ha valido el Premio Nacional de Ensayo y de la que es obligatorio mencionar El aprendizaje de la decepción (1989), La invención de Caín (1999) y Esplendor y nada (2006). Entre sus libros más recientes destacan Ovejas negras (2007), Abierto a todas horas (2007) y Autobiografía sin vida (2010). En esta entrevista, Félix de Azúa se deja abordar por Vozpópuli en una conversación que comienza con la percepción que tuvo del poder su generación hasta un análisis de la actual crisis -¿financiera? ¿ideológica? ¿una crisis de fin de siècle?-.
-En 1978, cuando publica Lecciones suspendidas (1978) dice usted que se trataba de una novela “sobre el poder y contra el poder”. Ese año Fernando Savater sacó su Panfleto contra el todo. Eran los años de la transición, de una especie de fervor por volcarse a pensar lo político. ¿Cómo ha cambiado esa percepción desde entonces hasta hoy?
-Mi generación se formó bajo el franquismo y como tal creció en medio de una actitud de rechazo al poder como tal poder. Ya sabíamos que el franquismo era un poder específicamente malvado; el franquismo, que no el fascismo, como se puede decir por allí, porque no tienen nada que ver. El franquismo era un régimen de militares, sacerdotes o financieros, sin ideología, un régimen prácticamente puro.
-Vuestra ideología, ¿cuál había sido entonces?
-Nosotros crecimos bajo el anarquismo, que no tiene nada que ver con lo de hoy -que es mucho más glamoroso y absolutamente trivial-, sino que tenía referencias de la Guerra Civil y de los anarquistas que habían sido asesinados por los comunistas. Eso nos hizo crecer con un odio inmenso contra el poder.
-¿Qué papel jugó la transición en ese odio?
- Toda mi generación se encontró con un vacío de poder gigantesco. Aunque parezca paradójico, fueron Felipe González y los socialistas los que nos introdujeron en el capitalismo, en la OTAN… pero contaban con 10 personas para hacerlo. Tuvieron que nutrir su aparato de poder con gente amiga. Casi toda mi generación formó parte de esos puestos. Y pasaron de un odio absoluto al poder a convertirse en el poder. Eso trajo una enormidad de tensiones y contradicciones que aún están presentes.
“Mi generación pasó del odio absoluto al poder a convertirse en el poder. Eso trajo contradicciones que aún están presentes”.
-¿Y en el caso de los nacionalismos? Usted ha dedicado varios libros en su obra al respecto.
-Lo mismo. Por ejemplo, Pujol hizo sus cuadros con los funcionarios franquistas. La gente poderosa en el catalanismo proviene de las familias franquistas.
-Así lo insinuó usted en Cambio de Bandera (1991)...
-Sí; y no lo dije por cargar contra los nacionalismos, sino por una cuestión de clarificación. En este país nadie dice la verdad, las cosas se ocultan y sólo cuando se disipa la mentira pueden discutirse. En la novela Cambio de bandera fue la primera vez que en España se hablaba del pacto de Santoña, que es cuando los nacionalistas vascos quisieron rendirse al ejército fascista italiano para crear un protectorado musoliniano…
-Pero con el tiempo se desató una eclosión de la novela histórica casi panfletaria, pero a lo que voy, en ese entonces su generación desconfiaba del tufillo revolución que dejó la primavera de Praga...
-Un matiz: la mía era una generación revolucionaria. Algunos incluso colaboraron con el terrorismo español, italiano... El caso de Mario Onaindia, y otros, que se fueron de ETA porque se les abrió la luz. No podíamos ser comunistas. Conocíamos lo que había pasado en Rusia, en Checoslovaquia, Hungría. Era una generación revolucionaria heterodoxa que con el paso del tiempo vio que lo revolucionario no fue estrictamente político, de lo contrario, no se habría producido aquel contagio entre todos los países a partir de 1968. Nosotros éramos como los animales que adivinan los terremotos; nos ocurría lo mismo con la transformación social que estaba por ocurrir.
“Era gracioso ver a Almodóvar en la Puerta del Sol con los del 15M, porque él fue una de las víctimas de Lehman Brothers”
-Así lo expresó en su obra, especialmente en la novela política. Si volviese a escribir Demasiadas preguntas (1994). ¿Cómo retrataría a la sociedad post-franquista?
-Es verdad que mi generación ha estado muy politizada. Quienes están en el poder plantean un Estado muy intervencionista. Y me refiero también al poder periodístico o el artístico. Nos va a resultar muy difícil pasar a una convivencia pragmática, que es lo propio de la democracia. Resulta muy difícil pasar de los principios a los intereses.
-Una vez dijo que ser progresista era, en verdad, hacer cosas que funcionaran. Vista hoy, en ese sentido, ¿es España progresista?
- En España hay una especie de superioridad moral por parte de quienes se dicen progresistas, que luego les permite hacer las cosas más absurdas. Era gracioso ver el otro día a Almodóvar acudiendo a la Puerta del Sol para dar unas palmaditas a en el hombro a los del 15M y para que le hicieran una fotografía. Almodóvar ha salido en los periódicos económicos, porque fue una de las víctimas de Lehman Brothers. Ese es el progresismo español, que es extraordinariamente hipócrita. Muchos de ellos dicen ser de izquierdas pero un poco como la Gauche caviar en París. Quieren ser de izquierdas porque les da vergüenza la cantidad de dinero que ganan. El progresismo español es la vieja herencia de la religión, bastaba con decir que eran católicos, ya después podían tener amantes, robar, matar... sin embargo eran católicos y se les respetaba muchísimo.
“Al 15M le colocaría en 'Alicia en el país de las Maravillas', me parece un movimiento narcisista”
-¿Qué lugar tendrían las plazas del 15M en las ciudades que usted desmenuza y satiriza en la Invención de Caín (1999)?
-Llevamos 60 años en una Europa sin guerra. Eso ha producido a unos jóvenes indefensos, que no saben en qué consiste la violencia real y cuando llega una guerra del tipo de actuales -y eso que se llama crisis es una guerra- no tienen herramientas. No se les ha educado en el estudio, la disciplina, el esfuerzo, el sacrificio. ¿Cómo puede ser que sean asamblearios? Si se sabe que la asambleas se han controlado siempre? ¿Cómo no entienden que sin programa o sin estudios nunca saldrán? A los del 15M les pondría en Alicia en el país de las Maravillas. Me parece un movimiento, una cosa narcisista, que es un pecado muy español, eso de mirarse al espejo y decir ‘Ah, yo soy un indignado’, una palabra que me repugna, porque me parece paternalista.
-¿Cómo puede pensarse la ‘crisis’ actual? Una cierta izquierda intelectual habla de una crisis del capitalismo, de una crisis de paradigma…
-Después de muchos años he llegado a creer que a palabra capitalismo, como amor o libertad, es una etiqueta vacía. Lo que entendemos por capitalismo es más bien el estado de naturaleza, lo que ya existía en la Grecia de Aristóteles. No es un sistema económico sino biológico; ese sistema se transforma, ahora tiene una transformación colosal, a mi entender, técnica. Soy lector de Heidegger, el primero del siglo XX en pensar en una sociedad tecnificada. Hay quienes le recriminan el haber apoyado al nazismo, pero menos mal que fue nazi porque pudo pensar lo que sería una sociedad totalitaria. Vivimos en una sociedad totalitaria, porque es hipertecnificada.
-¿Se puede ser optimista?
-Esta transformación es tan enorme como la que separa el Paleolítico del Neolítico, de pueblos nómadas a sedentarios y agrícolas, pero no tenemos ni idea de adónde nos va a llevar. ¿Se puede mirar con optimismo? Todo principio es una aurora. Claro que habrá mucha destrucción y víctimas, pero es la manera de vivir de los seres humanos: grandes catástrofes generadas por nuestra propia estupidez.
“La pantalla, la que era la pantalla de la tele, ese elemento obsesivo y totalitario, se está desintegrando en millones de pantallas …”
-En Lecturas compulsivas hablaba de un ametrallamiento de la cultura visual que melló la lectura. Pero en una cultura de 140 caracteres, ¿qué ha pasado?
-Se va a producir una sedimentación de lo que llamamos cultura. Hace 30 años nadie tenía teléfonos que eran ordenadores. Y hace 10 nadie tenía tabletas. Insisto: estamos en los comienzos y las figuras son muy toscas. Yo me dedico a filosofía del arte… Para muchos, el arte actual es una tomadura de pelo: una sardina colgando de un hilo. Muy bien, de acuerdo, no es más trivial que un angelote de mejillas hinchadas tocando una trompeta. Pero llevamos más de 40 años repitiendo la sardina colgada a un hilo, pues eso debería despertar algo. Significa volver a la discusión del 15M, la educación no nos ha enseñado a hacer preguntas, han arrancado la cultura de la cabeza de las personas.
-¿Y en ese aspecto…?
-La sedimentación va a ser caótica. No sabemos lo que va aquedar pero el sedimento es como la lava, es caótica, cambiante. Por ejemplo, la pantalla, la que era la pantalla de la tele, ese elemento obsesivo y totalitario, se está desintegrando en millones de pantallas … la crisis de la prensa, por ejemplo; la proliferación de móviles; la desintegración es tan enorme que permite seleccionar.