Cultura

John Banville: “Benjamin Black piensa que soy un pretencioso”

Es uno de los escritores de habla inglesa más prestigiosos. Ganador del Premio Booker por El Mar y permanente candidato al Premio Nobel, es uno y a la vez dos escritores: Banville y Benjamin Black, el pseudónimo con el que escribe novela negra. En esta entrevista habla de los dos y de su más reciente novela, Antigua Luz (Alfaguara, 2012)

De las puertas del ascensor del Hotel de las Letras sale un hombre que podría ser dos. Se llama John Banville pero también Benjamin Black, el pseudónimo con el que hace seis años este escritor irlandés se dedica a escribir novela negra. Aunque contenidos en un mismo traje oscuro, avanzan por un lado Benjamin Black y por el otro John Banville, el novelista ganador del Premio Booker 2005 por su libro El Mar, permanente candidato al Nobel, potente escritor irlandés que ahora presenta en España su nueva novela Antigua luz (Alfaguara, 2012), y que acude puntual a la entrevista que está por comenzar.  

Banville, que no Black, está convencido de que su mejor obra será siempre la siguiente y de que la novela del siglo XIX ha sido reescrita, con maestría, por las series de HBO. Lleva puestas unas ligeras gafas redondeadas de pasta y conserva una relación especial con la luz que se refleja en sus libros.  “Quizás tenga ver con el hecho de que cuando era adolescente intenté hacerme pintor, pero fracasé estrepitosamente”, dice.

Antigua luz, su más reciente novela, narra la historia de Alex Clave, actor de teatro –el mismo personaje que aparece en la novela Eclipse (2000) al perder la memoria de golpe en el escenario-, quien en esta oportunidad rememora su romance adolescente con la señora Gray, la madre de su mejor amigo. En medio de una trama donde el pasado es el personaje central,  Alex reconstruye aquel apasionado verano de los cincuenta, a la vez que en el presente, junto a  la vulnerable actriz Dawn Devonport, participa en el rodaje de una película sobre la vida del crítico Alex Vander –que ya aparecía en Imposturas (2002)-.  Asediado por el recuerdo, Clave se sincerará con Devonport sobre la pérdida de su hija Cass, una chica brillante y enferma, quien decide quitarse la vida arrojándose por un acantilado.

-Se ha atribuido a Antigua Luz el papel de una novela que completa una trilogía con Eclipse (2000) e Imposturas (2002). ¿Esoterismos de la crítica o hay acierto en ello?

-Cuando escribí estos libros no pensé que escribía una trilogía. No fue hasta que acabé, en una entrevista, que alguien me dijo, ¿es una trilogía? Y dije, bueno, supongo que podría. Pero este libro tiene su personalidad propia, se puede leer sin haber leído los anteriores. Puede tener sus ecos y sus relevaciones, que vas a poder discernir si has leído los libros anteriores, pero yo simplemente quería escribir una historia.

-En esta historia la memoria y su inexactitud son las verdaderas protagonistas  

-La memoria sí que es muy importante y tiene un gran peso en esta novela, pero hay que tener en cuenta que toda esta memoria no es de Alex, es una invención mía. Y sí, la memoria puede ser engañosa, nadie puede recordar como recuerda un narrador, ni recordar con tantos detalles como los que da un escritor, lo que pasa es que la ficción lo que te permite es hacer parecer  que recuerdas, pero en realidad lo que haces es inventar. Nadie puede recordar de una manera narrativa, esa es la creación del novelista.

-Aunque la relación entre Alex Clave y la Señora Gray esté basada en el sexo, hay una sustancia familiar en los nexos entre ambos. Casi de madre e hijo.

-Cuando escribo, nada está hecho con intención. La mayoría de los escritores cuando les preguntan, muchas veces se inventan las intenciones. Cuando escribo, lo hago en la oscuridad, en el sentido de que lo hago en medio de mucha confusión. Simplemente me centro en escribir frases y el resto se va desarrollando como vaya saliendo. Pero, sí,  la señora Gray es una figura muy maternal, sí que representa esta idea. Cuando terminé de escribir el libro, me puse a revisar y me pregunté, de dónde viene la señora Gray , me di cuenta de que, en buena parte, este personaje viene de mi madre.

-¿En qué sentido?

-No es que yo tuviese intenciones eróticas con mi madre, por Dios, pero sí que todo ese aspecto de lo maternal es lo que representa ella. Quizás es el intento de Alex y mi intento de dar a comprender el misterio de lo que es la mujer. Todo este intento de comprensión de la mujeres puede que sea un tanto primitivo. En las últimas páginas de la novela vuelve a aparecer la madre de Alex y no es algo que hubiese tenido en mente hacerlo, lo que ocurre es que yo había escrito un final, y una noche hablando con mi mujer me recordó cómo cuando nuestro hijo era pequeño  solía venir por la noches a dormir con nosotros, se cogía su saco de dormir, porque tenía miedo de la oscuridad, se tumbaba al lado de mi mujer, le cogía el dedo y se quedaba dormido. Cuando recordé toda esta situación  pensé, es el final perfecto para la novela, y yo no lo había planeado. Todo esto, para decir, otra vez, que esa figura de la madre al final de la novela.

-Sus novelas suelen partir, como El Mar, por ejemplo, o incluso ésta, de una situación vital pasada, una pérdida, la infancia, y a partir del lenguaje, levanta usted historias potentes, reflexivas… ¿Cuál es la sustancia de su escritura?

-Al principio, escribía  novelas históricas sobre Copérnico, sobre Kepler... y al principio, lo que me solían decir es qué bien has captado aquel período, aquella manera de vivir y  solía ser lo suficientemente correcto para no decir ¿cómo lo sabes si no has vivido en aquella época?. Supongo que lo que estaban haciendo era alabarme por haberles hecho sentir cómo podía ser vivir en esa época y en cierta manera, todas las novelas son históricas porque están escritas en pasado y yo lo que intento es dar el sentido de lo que significa estar en el mundo, de lo que significa vivir y eso es lo único que intento. Eso es un acto autónomo que no tiene que ver con mis vivencias. Todos los escritores cuando comienzan a escribir piensan: ahora podré expresarme yo mismo, y en seguida nos damos cuenta que el arte de escribir no tiene nada que ver con nosotros mismos.

-Usted siempre ha reivindicado le novela como un artefacto estético. Privilegia la prosa y la estructura por encima de la trama. ¿Después de Antigua Luz se ha profundizado esta idea?

-Benjamin Black es el que se encarga de la trama, los personajes, los diálogos. John Banville se dedica a escribir frases y a hacerlas lo más perfectas posible y pienso que es un privilegio el poder dedicar mi vida a hacer esto.

-¿Está consciente de que son dos formas de novela enfrentadas?

-A veces cuando estoy aburrido y cansado y estoy escribiendo como Banville se me acerca Benjamin Black y me dice ‘termina con esa frase, déjala como está’. Y cuando está Benjamin Black escribiendo, se le acerca John Banville y le dice ‘por qué no trabajas esta frase’. Si alguno de esos juegos queda reflejado hay que quitarlos, no porque estén mal escritos sino porque no casan con la novela. He dicho muchas veces una idea y de la que sigo estando convencido: la frase es el mayor invento del ser humano. Hemos tenido civilizaciones  antes incluso de que se hubiese inventado la rueda y estas civilizaciones tenían la frase. Ella es la que nos hace humanos, lo que utilizamos para comunicarnos con los demás, para expresa ideas y para expresar el mundo.

-Ya que hablamos de ambos… ¿Qué piensa Benjamin Black de John Banville y Banville de Black?

-Benjamin Black piensa de John Banville es un pretencioso que pasa demasiado tiempo trabajando con las frases pero John Banville piensa que Benjamin Black es muy superficial que escribe demasiado rápido.

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