El crítico literario e investigador Ignacio Echevarría habla sobre el otro lado del boom, el de quienes lo heredan. Durante años, el boom ha supuesto una pesada condena y también un preciado legado. En medio de ambos extremos, el novelista Roberto Bolaño se alzó como el único capaz de cortar con el peso de los grandes padres del Boom para crear un nuevo universo literario.
Este año se cumplen cincuenta desde que se publicara La ciudad y los perros, novela del peruano Mario Vargas Llosa que ha marcado el pistoletazo de salida para la celebración de los también 50 años del Boom Latinoamericano, un fenómeno tan creativo como extraliterario bajo el que se define la eclosión de un grupo conformado por Carlos Fuentes, Mario Cargas Llosa, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Guillermo Cabrera Infante … entre otros que introdujeron un cambio profundo en los aportes de la narrativa en español y que tuvieron en estos escritores a sus más complejos exponentes.
Uno de los aspectos más complejos del Boom radica, justamente, en la perspectiva de éste como herencia. Durante los años 90, una generación de escritores editó un volumen de relatos titulada MacOndo, justamente para ironizar sobre lo que suponía el peso de un legado literario cuya importancia significaba, al mismo tiempo, un privilegio y un grillete. Para mirar el lado B del aniversario del Boom, en Vozpópuli hemos querido consultar con el crítico literario Ignacio Echevarría para rastrear si existe, acaso, un punto de quiebre al momento de arrastrar esa herencia. Y la pregunta sobre quién encarna ese punto de inflexión apunta a Roberto Bolaño, autor de Los detectives salvajes, un escritor que, dentro de la propia narrativa latinoamericana, pareció capaz, al fin, de romper con la hegemonía de los padres del boom, para inaugurar una orfandad más auténtica.
“Sin duda –afirma Echevarría-, Bolaño da por terminado el Síndrome del Boom, aunque no intencionadamente. Nada en él es una insurgencia contra el boom, ni va en contra de ninguno de sus autores, de hecho, los autores del boom no están dentro de sus lecturas”, apunta el crítico en los momentos previos a un conversatorio en el festival Eñe en el que participa. Sin embargo, para Echevarría resulta evidente que el tipo de escritura y de influencia que instaura Bolaño y que logra hacer visible al final de los noventa sí tiene una voluntad generacional y política para crear un nuevo espacio literario.
“Ya en la literatura latinoamericana habían ocurrido, de forma separada, reacciones contra el boom y cosas específicas, por ejemplo, con César Aira en Argentina. Y otra cosa, que también hay que mirar: después del boom, ninguna reacción va a ser grupal, incluso siéndolo. Bolaño en sus novelas tenía un gran sentido de alinear a aquellos escritores que le interesaba que se leyesen entre sí o que debían relacionarse, por eso los mencionaba en sus novelas, aunque no se conocieran”, comenta.
Sin embargo, más allá del boom, no puede negarse que hablar de éste hoy día tiene un afán “conmemorativo”, de lo contrario sería un “sin sentido”, explica Echevarría. “Hacer una reivindicación del Boom sería absurdo, empezando por el hecho de que muchas cosas que lo provocaron fueron causas extraliterarias aunque eso no quita que haya sido el acontecimiento literario más importante de América Latina de los últimos cien años”.