A David Vann (Alaska, 1966) lo comparan con William Faulkner o Corman McCatrhy, del que, dicen, es sucesor. Pero a él no le hacen falta parentescos, con su prosa le basta. La suya es una literatura urdida con el estambre de las relaciones primarias, ésas en las que, empujados por sus propios lazos, todos acaban por destruirse. Lo demostró en sus novelas Goat Mountain, Tierra (Literatura Random, 2013), Sukkvan Island (Algaiba) y Caribou Island (Literatura Random House): historias potentes, escritas con violencia y belleza, y que exploran la tragedia, una palabra familiar para quien –como Vann- proviene de una familia con cinco suicidios y un asesinato.
Cocodrilo (Literatura Random House) son una especie de memorias de su experiencia en Puerto Madero, centro del narcotráfico mexicano
El caso es que el norteamericano regresa, esta vez con Cocodrilo (Literatura Random House), una especie de memorias que se publican primero en castellano y luego en inglés, y en las que narra su experiencia en Puerto Madero, centro del narcotráfico mexicano, un lugar donde permaneció varado durante semanas hasta poder marcharse. Por aquel entonces Vann se ganaba la vida organizando expediciones creativas. Era el año 1997. Había pergeñado algunas historias pero no se había dedicado de lleno a la escritura. Y aunque aspiraba a un puesto de profesor en la universidad, las cosas no terminaban de cuajar. “Fue una época mala”, dice con esa risa de dientes cerámicos.
David Vann no tenía idea de dónde se estaba metiendo. No sabía una palabra de español y todo le resultaba absurdo, inexplicable. Llegaron a llamarlo el “cajero automático”, pues todos los días conseguían sacarle dinero, ya fuesen las autoridades o los lugareños. "No sabía lo peligroso que era ese sitio. Estuvieron a punto de matarme. Era una zona terrible, llena de piratas, narcotraficantes, prostitutas, miseria absoluta. La única persona de las que entonces conocí que sigue viva es Santiago”, dice David Vann refiriéndose a un personaje que hace las veces de lazarillo y que no tendrá ningún reparo de traicionarlo si con eso puede ganar cinco dólares más.
Decidió sentarse a escribir lo ocurrido en 2001, es decir, cuatro años después de todo aquel infierno. Fue el punto de partida para transitar el largo camino literario en el que habría de embarcarse. Y aunque Cocodrilo es totalmente diferente de lo que serán sus novelas, conserva ese aire fascinado y truculento con el que sopla la violencia en sus historias. Ejecutado con la aspereza y rudeza marinera del Hemingway de Tener y no tener, en las páginas de Cocodrilo el lector se topará con un David Vann cuyos personajes son capaces de comer impasibles un pollo al Diablo mientras observan cómo un hombre colocado le aplasta la cabeza a una prostituta con un bloque de yeso. Así: duro, seco, sencillo. David Vann antes de ser David Vann.
A diferencia de sus otros libros, en Cocodrilo la violencia no viene del interior de los personajes, sino desde fuera
A diferencia de Goat Mountain, aquella imponente historia donde una cacería desata una tormenta o de Tierra (Literatura Random, 2013), aquella tragedia doméstica entre una madre y un hijo, la violencia de Cocodrilo no viene del interior de los personajes, sino desde fuera. Ese, claro, es un tema que vertebra el discurso de Vann: “La violencia como paisaje es una oportunidad de explorar y contar lo bello. La violencia americana de mis libros tiene su paisaje, la brutalidad está en el aire. Hay que decir que si México está así es, en buena medida, porque los Estados Unidos lo convirtió en un territorio de guerra. Alentamos el narcotráfico, que es el gran negocio. No hay que olvidar que el dinero es violento, que genera tensiones y violencia”.
Violencia, violencia, violencia. Ese péndulo magnífico que lo barre todo en la obra y en la vida de David Vann. El suicidio de su padre luego de que Vann rechazara una invitación para visitarlo en Alaska, produjo en él una sensación de culpa de la que salieron las mejores páginas de Sukkvan Island, y de la que todavía brota esa necesidad por entender y contar lo violento, un pliegue humano que Vann explora a partir de la tragedia como género pero también como un artefacto humano inevitable. Y sin embargo, quien cuenta todo esto, lo hace con una extraordinaria amabilidad y simpatía, con una sonrisa que se le pasa al cuerpo entero.
“A los norteamericanos no les gusta la tragedia. Y eso no es algo accidental, es porque están convencidos de su bondad americana”, asegura. David Vann sabe de lo que habla. Además de su potente obra, se ha dedicado a investigar y publicar sobre las muertes por arma de fuego en las escuelas de su país. “Caribou Island, Tierra y Goat Mountain fueron escritas después del libro sobre el tiroteo. Cada una da una respuesta diferente a la pregunta sobre de dónde viene la violencia. En el fondo, lo que intento es comprenderla”.