Ya se sabe lo que ocurre con las cerezas: una enlaza a la otra. Lo mismo pasa con los recuerdos y esta novela está llena de ellos. En Tiempo de inocencia, la escritora Carmen Riera hace un recorrido por su infancia mallorquina durante los años cincuenta, en pleno franquismo.
Se revela como la niña que fue. La que odiaba los espejos por sentirse fea y que vivía, angustiada, no fuera a salirle una joroba por culpa de sus pecados. La misma que de mayor presumiría de haber dormido en el mismo cuarto del escritor Lorenzo Villalonga, a quien su familia le alquiló una habitación.
En una España donde el verbo prohibir la hacía escuchar todo detrás de las puertas, la académica de la lengua Carmen Riera habla de la Mallorca en la que vivió Camilo José Cela, ésa que todavía tiene por único skyline la línea que forman los campanarios de las iglesias y en la que aprendió a ser una outsider.
-Decidió escribir este libro tras el nacimiento de su nieta, como un ejercicio de recuperación. Pero también ha retomado el tema de la memoria, que tenía aparcado desde hace dos novelas.
-No sólo recupero memoria privada sino también memoria generacional. Para mí es algo clave, no sólo porque los ojos del escritor son su memoria sino por el hecho de la recuperación, algo que había hecho en El último azul, un libro sobre la persecución de los judíos conversos en Mallorca, que vuelve en una postal de este libro con los Chuetas.
-Describe una España pobre, no en su casa, pero sí un país tocado por la posguerra.
-Digo en el libro, irónicamente, que pasar hambre inclina a que los lectores te quieran más. Ese no es mi caso y, por tanto, yo no voy a decir una cosa por otra, pero sí es cierto que, a pesar de que nunca pasé hambre, viví en una España austera, en la que tenías que terminarte el plato, donde a nadie se le ocurría usar un folio enorme para dejar un recado.
"Era una España donde todo estaba prohibido. Había que hablar siempre en voz baja y donde había que obedecer, obedecer, obedecer"
-En sus recuerdos, salta la palabra democracia como algo muy remoto que le explicó su padre. Esa España católica, franquista, ¿cómo se le revela hoy?
-Era una España donde todo estaba prohibido. Había que hablar siempre en voz baja, no podías destacar por nada, había que pasar siempre desapercibido y, sobre todo, lo más importante: obedecer, obedecer, obedecer. Eso es lo que podía captar una niña de la España de aquel entonces. Era una España en blanco y negro.
-Usted aprende a leer a los 8 años y lo hace justamente con Rubén Darío.
-Sí y me encanta que fuese así. Me parece un poeta como la copa de un pino que modificará la lírica española. Todo sale de Rubén Darío. Él tuvo después unos vínculos muy estrechos con Mallorca.
-Es curioso que una mujer que iba a dedicarse a las letras aprendiera a leer tan tarde.
-Era retrasada. Sí, así como lo oye. Era un poco tonta y las monjas no habían encontrado una manera de entusiasmarme por la lectura, hasta que mi padre me leyó la sonatina de Rubén Darío. Enseguida me pusieron un profesor particular y al mes ya estaba leyendo.
"Mi madre era una mujer guapa, muy guapa. Yo siempre he envidiado a la gente guapa, me parecen tocados por los dioses".
-Es usted dura consigo misma en el libro.
-Soy una persona crítica. A la primera que critico es a mí misma. Pero es cierto: mis compañeras del parvulario leían y yo no. Y también es verdad que era una niña fea. Mi madre era una mujer guapa, muy guapa. Yo siempre he envidiado a la gente guapa, me parecen tocados por los dioses.
-¿Cómo se ve usted de niña? Porque también es cierto que los recuerdos están teñidos por el paso del tiempo.
-Era bastante tímida. No era traviesa, era transgresora. Si podía, me imaginaba las cosas de otro modo a como me las decían en casa. Lo que no he contado en el libro, porque llega hasta los nueve años o los diez, es que yo seguí entrando en la biblioteca, porque encontré dónde mi padre guardaba la llave.
-Es cierto, su padre la descubrió leyendo Valle Inclán y decidió cerrarla.
-Sí, y me dijo que eso no se podía leer. Cerró la biblioteca con llave y la encontré. La guardaba en un cajón debajo de sus pañuelos de tela, perfectamente doblados y apilados. Entonces abría, tranquilamente, buscaba el libro, lo cogía, dejaba la llave, volvía cerrar y de noche, en la cama, leía.
"En el franquismo de los años 50 la culpa era algo que estaba en el ambiente, también el concepto de pecado".
-La culpa es un tema que se repite mucho en su libro.
-En el franquismo de los años 50 la culpa era algo que estaba en el ambiente, también el concepto de pecado. Creo también que las mujeres tenemos esta sensación de culpa mucho más interiorizada y quizás eso lo forzó la religión todavía más. Es normal que esa sensación de culpa te hiciera sentir tan mal, porque ibas a ir al infierno.
-Usted se ha referido a una Mallorca muy provinciana y lo refleja en el hecho de que Camilo José Cela no fue en verdad aceptado porque no era mallorquín.
-Tenga en cuesta usted que somos isleños y que las islas son espacios mucho más cerrados. Hay una anécdota que lo refleja. Un señor mallorquín viene a un restaurante en Madrid y pide sopa mallorquina . El camarero le dice: “No señor, de eso no tenemos, debe ser usted forastero”. Y el mallorquín le contesta: “No, no. El forastero es usted”.
-En el libro habla del mallorquín, la lengua de su infancia. Y se refiere a él como una lengua mucho más rica que el catalán.
-El mallorquín es una variante dialectal de catalán. Nuestro mallorquín es infinitamente más rico, ya que al ser isleños hemos conservado el idioma de un modo más cerrado y realmente considero que tenemos un léxico extraordinario. En mi libro, la versión catalana, está escrito en mallorquín, que es el idioma de mi infancia.
"El debate Cataluña-España es el mismo. En cien años no hemos cambiado nada. Somos decimonónicos"
-Hablando del catalán, ¿cómo cree que sería leído hoy El Quijote desde el nacionalismo catalán? ¿causaría más escozor?
-Yo creo que causaría el mismo. Estoy trabajando ahora con prensa de 1890, también del 1902 al 1905. El debate Cataluña-España es el mismo. En cien años no hemos cambiado nada, lo cual quiere decir que nos hemos vuelto más decimonónicos, más atrasados.
-Su elección como miembro de la Academia levantó muchas reivindicaciones y quejas con respecto al tema de la mujer, pero la Academia en sí no es mucho más machista que otras instituciones.
-Totalmente. En la Academia hay pocas mujeres como en la universidad hay pocas catedráticas, somos 15% en todo el país. ¿Cuántas mujeres hay en los consejos de administración de las grandes empresas? Evidentemente muy pocas. La Academia no hace más que reflejar un estado de la sociedad en este momento y, desde luego, estoy segura que eso va a cambiar.