Cultura

Lola Flores: cien años de "heterodoxia desbordante"

La Faraona fue y será siempre uno de los grandes símbolos de España, tanto en el plano humano como en el cultural

Lola Flores nunca sufrió ninguna decadencia artística, por motivos que explica muy bien el crítico musical Luis Troquel: “Lola era el gran genio. Supo acercarse a la rumba y rejuvenecerse siempre. Cuando a otras folclóricas se las veía ya mayores, ella estaba en su momento fuerte”, explica. La Faraona llegó incluso a atreverse con el rap -“Ay, Alvariño”-, se midió de igual a igual con Celia Cruz -“Burundanga”- y hasta se atrevió a inventar el crowdfunding para resolver sus problemas con Hacienda, regalándonos el inmortal discurso “Si una peseta diera cada español…”, imborrable de la memoria colectiva.

De haber llegado viva a 2004, se hubiera apuntado inmediatamente al reguetón: de hecho existe una foto suya con Millán Salcedo (mitad de Martes y 13) donde se puede comprobar claramente que ambos perrean antes que el perreo fuese inventado. Por supuesto, la influencia de Lola llega hasta nuestros días, desde el vestido de cola que llevó Rosalía a la MET Gala de 2021 hasta el anuncio de cerveza que la resucitó con inteligencia artificial para recordarnos que ella siempre fue una de las grandes banderas culturales de Andalucía.

Lola Flores contagiaba vida con cualquier cosa que intentase. Siempre fue volcánica, a ratos contradictoria, como cuando invitó todos los españoles a la boda de su hija Lolita con Guillermo Furiase, el 25 de agosto de 1983, para luego tener que disolver a las multitudes con el grito “Si me queréis, irsen”. Por encima de subidones musicales y sofocones personales, Lola Flores fue una artista capaz de comerse cualquier escenario. Cien años después de su nacimiento, cuesta encontrar a alguien que no hable de ella con una mezcla de admiración y cariño. Quien quiera una semblanza completa de una hora, que esté atento al episodio de Imprescindibles que emite este domingo Televisión Española a las 21:25.

Lola indomable

La sección de Cultura de Vozpópuli ha hablado con su biógrafo de referencia, Juan Ignacio García Garzón, autor del ensayo El volcán y la brisa (Algaba, 2002). ¿Cuál era el mérito principal de Lola? “Tal vez la heterodoxia desbordante convertida en estilo propio, tanto en lo artístico como en lo personal. Y la constatación de que el instinto, la tenacidad y el carácter son bazas decisivas para el éxito. Lola transmitió verdad y coraje a lo largo de toda su carrera, y también una envidiable sensación de libertad en su vida íntima y en sus avatares particulares. En el olimpo de nuestra cultura popular tienen su sitio cantantes, toreros, deportistas… pero no encuentro un personaje tan multifacético y diverso que sea recordado más allá de sus logros profesionales con la fuerza, la constancia y la intensidad de nuestra Lola”, celebra.   

García Garzón no era un devoto de la artista cuando le encargaron el libro: “Debo confesar que cuando, tras mucha insistencia del editor, decidí acometer la tarea de abordar la elaboración de una biografía de Lola Flores, lo más completa que me fuera posible, lo hice desde la convicción, que luego se demostró equivocada, de que se trataba de un personaje rancio del panteón popular franquista. Prejuicios del antiguo progre que todavía pervivía en mí. Según avanzaba en mi investigación, hurgaba en hemerotecas y entrevistaba a personas que habían conocido a la Faraona, me encontré con una mujer libre en la medida en que lo pudo ser (y lo fue bastante) a lo largo de su vida, una señora de rompe y rasga que superó las barreras de su humildísimo origen, su falta de formación, sus carencias artísticas, el sexismo y las modas cambiantes”, recuerda.

"Lola fue el desgarro vital, con ese punto de sinceridad arrolladora que siempre la engrandeció", opinaba Terenci Moix

Los prejuicios del autor se derrumbaron pronto: “He de decir que caí bajo su embrujo. En la insistentemente recordada y absolutamente apócrifa información de The New York Times –‘Ni canta ni baila, pero no se la pierdan’– hay mucha mentira, porque sabía cantar con tino y bailaba con garra y compás, pero también late algo de verdad, porque lo más importante de Lola no era cómo cantaba o bailaba, sino ella misma, el personaje que supo encumbrar de lo local a lo universal, enriquecido con una carga sociológica que marcó época. En el prólogo a mi biografía de la artista, que tan cariñosamente escribió Terenci Moix, está muy bien definida: ‘Fue la sublimación del triunfo personal, el ascenso hacia el éxito establecido peldaño a peldaño, pero también el desgarro vital, con ese punto de sinceridad arrolladora que siempre la engrandeció’”, destaca.

Sabor popular

Otro de los grandes intérpretes del legado de Lola fue Francisco Umbral, que en los setenta le dedicó el libro Sociología de la petenera, reeditado en 2022 por Zut. “El mito de La Petenera, mito andaluz y gitano que, como hemos visto, encarna más que nada una apetencia imposible del hombre hispánico, es la configuración de la mujer voraz, donjuán, un fantasma nacido de la imaginación viril como reacción a la convivencia de los siglos con mujeres árabes y cristianas de bienes eróticos amortizados, de frigidez secularizada, de acceso inverosímil. El macho fatigado de atacar y asediar durante siglos, sueña con la mujer atacante, asediante”, escribía Umbral sobre el arquetipo que Lola representaba para muchos.

Otro fragmento: “Lola Flores quizá sea uno de los personajes que mejor se ha defendido, instintivamente, contra la absorción de las élites, aun cuando ha querido tener títulos nobiliarios, incluso”, resaltaba. Mantuvo la potencia popular española en tiempos de homogeneización cultural, los del aterrizaje de la sociedad de consumo en nuestro país. Umbral compara a Flores con la cocina de española, donde encuentra “un amontonamiento de todo aquello con lo que se cuenta. (…) Son las cocinas pobres, a veces sobreabundantes, pero siempre poco racionales, de un pueblo que tiene toda una mística del hambre”.

El escritor la comparaba con una de esas recetas embemáticas de España que gustan a las élites, a los turistas y al pueblo llano. “Pero un cocido o un gazpacho de gran restaurante no son el cocido o el gazpacho que come el pueblo, sino una parodia suntuosa, enriquecida, del cocido y del gazpacho”, advierte. Quizá por eso los despachos de las grandes discográficas y de las grandes cadenas de televisión no han podido nunca cocinar otra Lola Flores, que supere o que iguale a la original.

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