Para quienes fuimos adolescentes en los años ochenta, los discos de Madonna lo cambiaban todo. Eran nuestro equivalente a la revolución que supone el lanzamiento de Facebook, Spotify o Instagram para los adolescentes actuales. Con cada nueva entrega, descubríamos estéticas pop, nos abríamos a nuevas formas de socializar y confirmábamos que la moral sexual de nuestros padres estaba muerta y enterrada. Escuchando “Madame X”, su nuevo trabajo, la pregunta es inevitable: ¿cuándo dejó Madonnna de ser un perosnaje cultural relevante? Está claro que hace mucho, pero cuesta señalar un punto exacto.
¿Perdió Madonna la brújula con ‘Bedtime Stories’ (1994), demasiado desesperada por apuntarse al carro de Björk y el 'trip-hop'? ¿Fue quizá en “American Life” (2003), donde posaba de manera poco creíble con una boina tipo Che Guevara? ¿La perdimos en el místico ‘Rey Of Light’ (1998), cuando renunció a los placeres carnales y se entregó a una espiritualidad de ‘chill out’ budista para ejecutivos? Cualquiera de las respuestas puede ser justificada con argumentos sólidos. Lo que nadie discute es que, en el mejor de los casos, lleva quince años sin entregar un disco valioso. Demasiados bajo cualquier punto de vista.
La balada lacrimógena "Killers Who Are Partying” es un autorretrato autoindulgente donde se autoproclama campeona de los desposeídos
Hablemos claro: escuchar el nuevo disco de Madonna es una experiencia deprimente. La canción de apertura con Maluma, “Medellín”, pasa sin pena ni gloria, un medio tiempo autorreferencial con un guión que intenta hacernos creer que el colombiano busca seducir a Madonna, cuando todos sabemos que es bastante más probable lo contrario. Por eso suena más natural la historia de “Bitch, I’m Loca”, que habla de una relación señora-jovencito necesitado de dinero. Madonna nunca ha estado de moda, ya que siempre las ha creado. El contenido de 'Madame X' revela que tampoco sabe seguirlas.
Nada que decir
¿Dónde aparece la seguridad de que estamos ante un álbum rematadamente malo? En el segundo minuto de “Dark Ballet”, cuando el muermo de melodía se transforma en algo peor, una especie de parodia electrónica de la música clásica que parece una alianza de The Buggles y Jean Michelle Jarre para hacer una broma a un amigo. “Más que un disco, da la imprsión de que aquí hay tres distintos intentando pelear por su espacio. Madonna dice estar luchando contra el edadismo, pero pelea en demasiados frentes al mismo tiempo”, reprocha Neil McCormick en The Telegraph. En realidad, el enemigo de Madonna es la certeza de que está fuera de onda. Tratar de parecer joven es la peor estrategia, pero por algún motivo decide entregarse a ella.
La diva italomericana nunca fue una artista interesada en la política, pero ofrecía posicionamientos desafiantes. Por ejemplo, “Papa, Don’t Preach” (1986), un himno de responsabilidad adolescente donde la protagonista discutía con su padre para defender su derecho a tener un hijo siendo joven. Eso también es empoderamiento. El vídeo de “Express Yourself” (1989) defendía que una mujer podría disfrutar el sadomasoquismo incluso en posiciones de sumisión, algo aceptado a finales de los ochenta, pero que hoy suena tremendamente polémico. Madonna también argumentó con firmeza que el pop podía ser un modo de expresión tan sofisticado como el rock, incluso más si se hacía con inteligencia.
Ejercicio cruel
Hoy su carrera avanza huérfana de esos logros. Es penoso el almíbar político de “Killers who are partying”, balada lacrimógena sobre la maldad del mundo. Intenta ser “Imagine” de John Lennon, pero se queda en autorretrato autoindulgente donde se autoproclama campeona de los desposeídos. También naufragan canciones inofensivas y macachonas como “Crazy” y baladas tan sosas como “Extreme Occident”, que suenan como piezas que sus imitadoras usarían como relleno. Tampoco hay amor en las letras: repetir el mantra “La vida es un círculo” con voz solemne no hace que deje de ser un tópico, más bien te hace sonar como una vidente televisiva de madrugada despachando una llamada. Demasiados tópicos y ningún hallazgo. Desastre absoluto.
Volvemos entonces a la pregunta del inicio. El ejercicio más cruel que puede hacerse con ‘Madame X’ es compararlo con sus primeros éxitos. Desde su debut Madonna destacó por sus canciones vivas, elegantes y contagiosas. Reescuchen “Holiday”, “Lucky Star” y “Borderline”. Con mínimos elementos, unidos a una voz sensual, contagiaba ganas de bailar…y de vivir. Ahora sus composiciones saben a plato precongelado que necesita otros dos minutos de microondas. La pieza más salvable es “Future”, un 'dancehall' musculoso con la colaboración de Quavo, donde el elemento más prescindible es la voz de Madonna. La versión extendida del disco cuenta con quince cortes, cuando todo el mundo (incluida ella) sabe que es imposible que una estrella pop en 2019 junte quince buenas canciones en el mismo trabajo. Se trata de comparar muchos billetes de lotería a ver si sale algún premio en la radiofórmula. Por desgracia, no es el caso. ¿El peor disco de Madonna? No me cabe ninguna duda.