Tres días de celebraciones. Es lo que tiene previsto el Nobel Mario Vargas Llosa para los fastos de su 80 cumpleaños. En la noche del lunes, juntó a seis expresidentes españoles y americanos (entre otros, Felipe González y José María Aznar, que este martes hablarán además en su honor en Casa América), políticos (Esperanza Aguirre, Albert Rivera), nobles, empresarios y gentes de la cultura, del espectáculo o de ambos (Boris Izaguirre) en una cena para 400 invitados en el hotel Villamagna de Madrid.
Además de los citados, allí estuvieron José Manuel Soria, Antonio Garrigues, Cayetana Álvarez de Toledo, el también Nobel Orhan Pamuk, Pablo Casado, el embajador estadounidense James Costos... A la entrada les esperaban el propio Llosa e Isabel Preysler, su pareja. Para ella fue el brindis: "Por fin he sabido que la palabra felicidad tiene nombre y apellido: Isabel Preysler", dijo el Nobel, según informa ABC.
El Nobel no es ya el Varguitas de Julia Urquidi. Pero podría. A diferencia de otros días, Pedro Mario Vargas Llosa, no tiene esta semana los años que celebró este lunes. No es el hombre de esos 80 años. Tiene en verdad dieciséis, veintiún, treinta años. Tiene las edades de sus recuerdos. Es difícil reconocer en el hombre de cabello platinado al jovencito de bigotes que en el bar El Jute, en la esquina de Menéndez Pelayo con Doctor Castello, se sentaba a escribir las páginas de La ciudad y los perros, su primera novela. Ha dicho en alguna ocasión que un camarero bizco lo ponía muy nervioso, "porque siempre estaba leyendo por encima de mi hombro lo que yo escribía”.
La infancia de Don Mario transcurrió en Cochabamba, arropado primero en la "bíblica" familia materna. En 1945 su familia vuelve al Perú y se instala en la ciudad de Piura, donde cursa el quinto grado en el Colegio Salesiano de esa ciudad. Culmina su educación primaria en Lima e inicia la secundaria en el Colegio La Salle. Fueron los años junto a su padre, a quien pensaba muerto y cuya aparición llegó justamente para aguarle su fiesta de niño lector con pintas de serio y letrado señorito. “Para mí conocer a mi padre fue un cambio total en mi vida. Con él conocí la soledad. Pasé de vivir con una familia casi bíblica, la familia de mi madre, a vivir casi solo en Lima con una figura autoritaria, distante, intransigente. Con mi padre descubrí el miedo”, dijo hace unos años.
“Para mí conocer a mi padre fue un cambio total en mi vida. Con él conocí la soledad y el miedo"
Y a su padre debe el escritor buena aparte de su vocación literaria. “Si a la familia de mi madre le gustaba que yo escribiera versos, a mi padre eso no le hacía ninguna gracia. La literatura le parecía de bohemios, de gente que no servía para nada, incuso le parecía poco viril. Y de manera muy cobarde, porque yo le tenía mucho miedo, leyendo y escribiendo le llevé la contraria. Cuanto más le disgustaba a él la literatura más yo me interesaba en ella. Me mandó a una Academia Militar, el Leoncio Prado, con la intención de que dejara la literatura y en lugar de disuadirme, al contrario, me dio tema para mi primera novela”.
En sus años del Leoncio Prado leyó uno de los libros que más le marcó y que todavía hoy le emociona, Los Miserables, de Víctor Hugo, así como Los tres mosqueteros de Alejandro Dumas. Fue justamente en la Academia Militar donde comenzó a escribir, a los 13 años. “Escribía novelitas pornográficas por encargo y también cartas de amor, no para mí, sino para mis compañeros, que me pagaban por escribir sus respuestas. Me pagaban con cigarrillos (…) Tenía un compañero que dice que yo no sabía venderme y que era él quien negociaba el valor de mis cartas. Así que puedo decir que mi primer agente literario fue un cadete del Leoncio Prado”.
Para un autor como Mario Vargas Llosa, quien lleva en su pluma el listón de liberal, existen, sin embargo, frases que -dichas por él- suenan casi estrambóticas. Al hablar no ya del autor consagrado del boom, tampoco del novelista maduro que se separará muy prontamente de la Revolución cubana y de Casa de América por el Caso Padilla, sino del jovencito que estudiaba en la Universidad de San Marcos, Vargas Llosa fue alguna vez marxista. Años después aseguró : “Creo que nunca fui totalmente marxista gracias a mis lecturas de Sartre, que siempre influyó en mí. Recuerdo que en la Universidad de San Marcos, en una discusión con uno de mis compañeros de tertulias, me dijo: Mario… tú eres un sub-hombre”.
“Escribía novelitas pornográficas por encargo y también cartas de amor, no para mí, sino para mis compañeros"
Lector de Homero y Faulkner, también devorador de Flaubert con el paso de los años. Tuvo una breve pasantía como reportero de sucesos en Perú, con apenas 16 años. Dos años trabajó como bibliotecario en un acomodado club social de Lima, donde descubrió una colección de literatura erótica celosamente custodiada en un cuarto de lecturas que él no dudó en consultar. "Toda mi cultura erótica se la debo a la oligarquía peruana", dice, con estudiada picardía, el señorito limeño que nació en Arequipa. Era un delgaducho edactor de France-Press en el París donde escribió La Casa Verde mientras su casa se veía abajo, literalmente: su esposa Julia sufría ataques nerviosos y todo parecía hacer aguas. Urquidi –a quien llamaba la Negrita–, era su tía y diez años mayor que él. Tras dejarla por su sobrina Patricia -de momento, su esposa actual- inspiró la muy autobiográfica novela La tía Julia y el escribidor (1977).
Mario Vargas Llosa dice que Barcelona lo hizo escritor. Y no es de extrañar, no sólo rpoque vivió allí desde el verano de 1970 hasta mediados de 1974, sino porque allí encontró el apoyo de su editor Carlos Barral y a una joven Carmen Balcells, quien se presentó en su casa londinense unos años antes y le dijo:"Renuncia a tus clases en la Universidad de inmediato. Tienes que dedicarte solo a escribir". Y así fue. Qué años aquellos: de discutir por el Caso Padilla y propinar puñetazos al Gabo al salir de los cines en Ciudad de México. hasta los tuétanos del Boom. Los ochenta fueron sus años más productivos.
Publicó La guerra del fin del mundo (1981), una vuelta al estilo de composición épica de su primera etapa y una rara incursión en el mundo sociopolítico del Brasil de fines del siglo XIX. En estos años surgen novelas de tono mucho más político como Historia de Mayta (1984), Lituma en los Andes (1993), con las más ligeras de corte detectivesco ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986) o erótico Elogio de la madrastra (1988). Los noventa fue una década dura. Vargas Llosa, lanzó su candidatura por su partido Movimiento Libertad. llegó a una segunda vuelta contra el entonces desconocido Alberto Fujimori. Sus memorias tituladas El pez en el agua (1993) ofrecen un apasionante y minucioso recuento de aquellos años.
Al final de década de los noventa publicó Los cuadernos de don Rigoberto (1997) y los ensayos literarios Cartas a un joven novelista (1997); la aclamada novela La fiesta del Chivo (2000); El paraíso en la otra esquina (2003), Travesuras de La niña mala, (2006) y El sueño del celta (2010) El Nobel llegó después de sus 70, justo el año 2010, convirtiéndose en el primer autor en español que recibió el premio después de que Octavio Paz lo ganara en 1990 sucediendo a Camilo José Cela.
Los otros Vargas Llosa
Que al Nobel le gusta el cine y el teatro es de sobre conocido. Incluso él mismo ha dicho que le hubiese gustado escribir teatro. Una de las menos conocidas fue Kathie y el hipopótamo, que se estrenó en 1983 en Caracas, durante el Festival Internacional de Teatro de Venezuela, con dirección de Emilio Alfaro y con la actriz argentina Norma Aleandro al frente del reparto. El argumento es fácil de reconocer. Forma parte de un episodio de la juventud de Vargas Llosa que su primera esposa, Julia Urquidi, cuenta en el libro Lo que Varguitas no dijo.
Conocemos no sólo al Vargas Llosa dramaturgo, también al intérpete
La acción se desarrolla en el desván de una casa situada en Lima (Perú), donde una mujer de clase social alta desea plasmar en un libro el viaje que ha realizado por diferentes lugares de Asia y África. Para ello contrata a un profesor universitario que se llama Santiago Zavala, el cual debe escribir el libro basándose en la información que ella ha grabado previamente en una cinta magnetofónica. El hecho original no ocurrió en Lima, sino en Madrid, cuando un joven Vargas Llosa hizo algo parecido para sacarse algún dinero mientras escribía las páginas de La ciudad y los perros .
Pero conocemos no sólo al Vargas Llosa dramaturgo, también al intérpete. En ocasión de la adaptación del Decamerón de Boccaccio y que él tituló Los cuentos de la peste, Mario Vargas Llosa se subió al escenario del Español. No era la primera vez que lo hacía. Lo hizo tres veces antes, perocasi siempre como un narrador o un Virgilio. A sus 78 años, se dejó de remilgos y se subió a las tablas –acompañado por Aitana Sánchez- para interpretar al Duque de Ugolino. Eso fue exactamente hace dos años, en la que fue la cuarta producción que hizo el Teatro Español de la dramaturgia de Vargas Llosa: primero fue La Chunga, protagonizada por Aitana Sánchez Gijón; luego Kathie y el hipopótamo, protagonizada por Ana Belén y El loco de los balcones, interpretada por José Sacristán.