Un 4 de enero de 1920 fallecía en su casa de la calle Hilarión Eslava, don Benito Pérez Galdós. Treinta mil personas acompañaron su féretro hasta el cementerio. De aquella madrugada se cumplen hoy cien años. Un siglo entero tras la desaparición de uno de los grandes escritores del XIX español, un autor que ejerció un fuerte influjo entre sus contemporáneos y las generaciones que siguieron, pero que también recibió palabras acres.
Justo ese año, 1920, Ramón del Valle-Inclán comenzó a publicar Luces de bohemia y colocó en boca de su personaje Dorio de Gádex aquello de “don Benito el garbancero”, una expresión desdeñosa hacia el canario, por considerar que su obra era vulgar. La antipatía que introdujo la vanguardia hacia Galdós hizo las veces de gotera en el edificio de su obra, que comenzó a ser vista como demasiado popular. Ese es uno de los temas de los que habla con Vozpópuli la escritora Marta Sanz, comisaria, junto con Germán Gullón Palacio, de la muestra Benito Pérez Galdós. La verdad humana, organizada por la Biblioteca Nacional.
La exposición, que puede verse hasta febrero, reúne más de doscientas obras entre manuscritos, libros impresos, esculturas, grabados y lienzos de las colecciones de la BNE y de otras entidades españolas. El objetivo de la exhibición fue dar cuenta del mundo en transformación que fue forjando la polifacética personalidad del escritor canario y cómo sus obras y aportaciones públicas inciden, a su vez, en una nueva manera de entender la realidad moderna. Ese espíritu adquiere reflejo en la obra de Galdós, de la que Marta Sanz es un heredera directa.
Ningún libro de Marta Sanz es inofensivo. En todos y cada uno de ellos interpela a la realidad. Todo cuanto escribe es político. La enfermedad, la precariedad, el asesinato, la violencia, el miedo, el dolor. La obra de Marta Sanz es amplia y abarca desde la novela negra, aquella serie que incluía Black, black, black o Un buen detective no se casa jamás, pasando por el ensayo con No tan incendiario (Periférica) y Monstruas y centauras (Anagrama) y también la poesía. Sus novelas, de una potencia arrolladora, retratan una sociedad irónica y cruenta en la que la escritora desarrolla una galería, a su manera galdosiana, de la sociedad de la que ella forma parte.
Se cumplen cien años de la muerte de Galdós. ¿Cómo y de qué forma es percibida su figura en siglo XXI? ¿Cuál es el punto de vista más propicio para comprenderlo?
No me atrevo a señalarte un único punto de vista para comprenderlo. Precisamente lo que hemos intentando hacer Germán Gullón y yo, en la exposición sobre el escritor canario que comisariamos en la BNE, es presentar la figura de Galdós en una complejidad que conjuga sus ángulos más conocidos con sus perspectivas más desconocidas: el Galdós novelista, el dramaturgo, el pintor y el amante de la música, el político, el periodista, el que nació en Canarias, vivió en Madrid y disfrutó de Santander... Tratamos de presentar un Galdós que resultaría incomprensible si no se iluminase a través de todas esas facetas, porque todas esas facetas influyen de un modo u otro en su excelente literatura. También en el discurso expositivo se puede adivinar la intención de desdecir ciertos tópicos que achataron interesadamente durante una época la humanidad y la escritura de Galdós.
Galdós fue durante décadas objeto de censura estética. Más allá del desdén de Valle-Inclán, ¿qué produjo ese efecto y por qué fue justamente el exilio el que recuperó su obra?
Me parece que los malentendidos y la estrechez de miras han opacado la verdadera dimensión ética y estética de la obra galdosiana. Cuando hablo de estrechez de miras me refiero a relacionar el realismo con algo obsoleto y simplista. Las metáforas sobre comida -garbancero, libros que huelen a caldo de gallina...- se han usado para desmerecer el realismo desde posicionamientos normalmente muy elitistas y a menudo abstrusos. Se han usado para achicar la grandeza de Galdós, comparable a la de Cervantes, pero también para criticar novelas de Rafael Chirbes que fue un galdosiano sobresaliente. El realismo es un movimiento que aspira a representar y a construir la realidad: en esa aspiración está la conciencia de que la palabra literaria 'interviene' en lo real, es decir, la conciencia de que la palabra literaria tienen inevitablemente un alcance ideológico que puede ser, además, político; y en esa aspiración también reconocemos el riesgo estilístico, estético, de buscar fórmulas nuevas para hablar de sociedades en transformación.
"Galdós, con su atención a las clases medias, consiguió que estas sintieran que la cultura era verdaderamente importante"
Ese doble impulso ético y estético, como antes te comentaba, está en un Galdós que nunca es igual a sí mismo, un Galdós que va evolucionando y es capaz de crear formatos transitables en el siglo XXI, como señala Almudena Grandes, y escribir novelas que experimentan con las voces interiores, los puntos de vista de diferentes clases sociales e incluso incluyen elementos espirituales y surreales que, equivocadamente, no suelen vincularse con las prácticas de un realismo que se entiende de un modo plano. Galdós, con su atención a las clases medias y su admiración por la laboriosidad, consiguió que las clases medias sintieran que la cultura era verdaderamente importante, que las ficciones son verdad porque construyen realidad y vida, y que no solo las élites privilegiadas pueden acceder a ella desde un sacerdocio cuestionable. Galdós está en la base de nuestros principios democráticos y encarna una idea de España que nada tenía que ver con la represión franquista ni los poemas a la rosa ni la literatura como algo exclusivamente "bello", ornamental y sistémicamente inofensivo... De modo que no es extraño que el exilio recuperase a Galdós...
La exposición de la BNE muestra a Galdós como un hombre polifacético ¿Esa vocación de ir al encuentro del mundo cómo se refleja técnicamente en su estilo?
Sin duda, la prosa galdosiana tiene cualidades musicales y pictóricas que la hacen "visible". Está impregnada de las polifonías de un mundo en transformación: cesantes, mujeres que necesitan sobrevivir, pobras, inversores, aristócratas de medio pelo, funcionarios, escribientes, huerfanitas, personajes anónimos y personajes de la historia escrita con letras mayúsculas que hacen buena la idea de que los anónimos personajes de las novelas -Fortunata, Isidora Rufete, Gabriel Araceli, el doctor Centeno, Marianela...- con sus pequeñas historias están entrelazados con los grandes personajes y los grandes acontecimientos de nuestra convulsa historia decimonónica. Galdós es un escritor, curioso y expresivamente dotado de un modo interdisciplinar, al que le interesaba la verdad que se logra a través de la experiencia estética: vivía en las ideas para idear las vidas, y posiblemente ideaba las vidas porque confiaba en las ideas. Creo que era un hombre compasivo, capaz de meterse en los zapatos de muchas personas y de mirar desde muchos ángulos. Pero esa habilidad no lo convierte en un relativista y hace su obra extremadamente pertinente en la época de los bulos, la posverdad y el desprestigio de la cultura.
Además de su teatro, Galdós reinterpreta el folletín. Tiene una vocación decimonónica y realista que ha marcado a muchos autores. ¿Podríamos pensar que su obra podría ser un antecedente de la novela negra?
Yo creo que eso es mucho decir. No me atrevo a decirte que sí de una manera taxativa. A Galdós le interesó la crónica negra de su tiempo, efectivamente, porque la crónica negra con sus violencias íntimas pone de manifiesto una violencia pública y generalizada. Pero me temo que los antecedentes de nuestra novela negra no hay que buscarlos en Galdós, probablemente ni siquiera hay que buscarlos en nuestra tradición, sino en la veta francesa y anglosajona. Aunque yo siempre he tenido la idea de que Zola y el naturalismo sí son antecedentes de los maestros del género negro estadounidense del periodo de entreguerras.
Entró a Galdós con Miau, incluso tituló una novela suya, Animales domésticos, bebiendo de ese espíritu. Sin embargo, ¿cuál cree que es el título de Galdós que mejor describe su tiempo?
Fortunata y Jacinta, posiblemente. Y el monumental proyecto de los Episodios Nacionales.
Existe una generación de herederos de la voz galdosiana. Además de Rafael Chirbes, Almudena Grandes y usted misma, ¿quiénes más recuperan la herencia del canario?
Luis Mateo Díez, Merino, Longares, Muñoz Molina, Trapiello, Pérez Reverte, Rafael Reig, Óscar Esquivias, Elvira Lindo, Care Santos... Creo que más que de voz galdosiana tendríamos que hablar de voces galdosianas, porque también me parecen herederos de Galdós los escritores y escritoras, que a través de la impronta de Max Aub, el realismo social y Chirbes o a través de otros referentes, con intrepidez estilística y un impulso que combina la observación de lo real, la idea de que la cultura construye realidad y la vocación crítica, forman parte de los nuevos realismos: de Belén Gopegui a Cristina Morales pasando por Isaac Rosa y Mercedes Cebrián, que practica un tipo de madrileñismo y le concede una importancia a los alimentos en sus escritos muy modernos y, en el fondo, muy galdosianos. Es decir, Cebrián y Lindo pierden el miedo de hablar literariamente de lo local. Porque lo universal en literatura no tiene por qué residir exclusivamente en Brooklyn, ¿verdad?