Este año la rentrée literaria de otoño se reserva un espacio destacado para la prosa literaria. Entre la memoria y el dietario se despliegan los apuntes y abocetamientos del que viaja con sus recuerdos a cuestas, desde iconos como Andrés Trapiello, que publica Madrid (Destino), un relato de vida del escritor entrelazado con la historia de la ciudad, hasta autores más jóvenes como Ignacio Peyró, que publica Ya sentarás Cabeza. Cuando fuimos periodistas (Libros del Asteroide), un volumen que narra cinco años de su vida como reportero en un Madrid que se despliega los pasillos que comunican el periodismo, la política y la literatura.
Dentro de este conjunto resalta un tipo de memoir canónica como la que ahora publica Lumen. Se trata de El consentimiento, de la francesa Vanessa Springora, y en el que narra su relación con Gabriel Matzneff, un escritor treinta y seis años mayor que ella. Él es una figura de poder: tiene prestigio, es seductor y apreciado en un medio literario que se hace la vista gorda ante la pedofilia descrita por él mismo en sus libros, hasta el punto de convertir a sus víctimas en personajes de su obra vampirizándolas por partida doble. Ella, Spríngora, es quien recuerda y reprocha, el eslabón más débil de la cadena.
Hija de un matrimonio roto y marcada por la incomparecencia de un padre maniático, a sus 14 años Vanessa Srpingora se embarca en una relación con Matnzneff que terminará minándola. Más de treinta años después de los hechos, Springora narra una historia de enamoramiento, manipulación y perversión. Como parte de la oleada desatada por el Mee Too, Springora procura su propio alegato (consiguió que la obra de Matzneff fuese moralmente censurada y apartada cuando antes había sido encumbrada). Sin embargo, lo que hace interesante este libro es la paradoja y la ambigüedad de qué significa el consentimiento en relaciones como ésta. ¿Quién ejerce el poder y de qué forma? ¿Quién consiente y quién es sometido?
También en el registro de personaje, y por ser el centenario de su nacimiento, Destino publica El libro de Miguel Delibes , que se emplaza en el discurso de la gran exposición en la Biblioteca Nacional de España comisariada por Jesús Marchamalo sobre el autor. Para este volumen Marchamalo aporta coordenadas para describir la trayectoria vital del castellano, así como las claves de su universo narrativo: su familia, sus aficiones, sus amigos, sus hábitos creativos, su manera minuciosa, ordenada, de trabajar y de entender la escritura… Todo ello acompañado de fotografías de su archivo personal, dibujos y documentos y de una cuidada antología de textos seleccionados por la profesora Amparo Medina-Bocos, gran conocedora de su obra.
Capítulo Trapiello
Dos años después de publicar El Rastro. Historia, teoría y práctica (Destino), una crónica personal y erudita de uno de los lugares fundamentales de la capital de España, el escritor Andrés Trapiello vuelve con Madrid (Destino), el relato de su vida y el de la ciudad a la que llegó con apenas 17 años. Tocado por el espíritu de su serie de más veintiún volúmenes de diarios El salón de los pasos perdidos así como el espíritu cartógrafo y que empleó para hablar del Rastro, Madrid se convierte en un personaje, emulsiona en el relato de su propia vida, contada a través de la delicada prosa de Trapiello.
Madrid y la historia. Madrid y el cine. Madrid y la chulería. Madrid y la Literatura. Madrid y la gastronomía. Así se mueve este libro del que su propio autor escribe: "He escogido unos cuantos epígrafes, así los he llamado, resúmenes muy personales de aquello que puede ser común a muchos lectores: la historia de la ciudad, su gastronomía, uno de sus tópicos más arraigados (la chulería), el cine y un breve glosario de palabras relacionadas con la ciudad. Pueden dar el tono no solo del libro, sino de Madrid y, sí, también de quien lo ha escrito poniendo en él lo mejor de sí mismo".
En estas páginas, como explican sus editores, se mezclan “los barrios bajos y los nobles, con reyes, repúblicas y dictaduras, el esplendor y las miserias, la paz y las guerras, la Movida. Y es sobre todo la proclamación de una gran virtud reiterada en este libro magistral y único: la hospitalidad de quienes viven en Madrid”. Además de libro, Madrid se comporta como un objeto bello. Está compuesto con el amor de los impresores: una tipografía, un tipo de papel, una impresión cuidada y elegante, como ya lo hizo en su libro dedicado al Rastro, que confeccionó con la ayuda de Alfonso Menéndez, un tipógrafo con el que trabaja desde hace 25 años.
Lo vanidoso sería no escribir
Este libro comienza a orillas del Támesis. Acaso porque Ignacio Peyró ha sido siempre un anglófilo (conviene recordar su ciclópeo volumen Pompa y circunstancia publicado por Fórcola en el año 2015), el río londinense permite al periodista navegar en la corriente de su propia memoria, un caudal del que da cuenta en este libro, desde sus recuerdos infantiles en Portugal o Extremadura, una desembocadura que Peyró se propone recorrer no sin antes encomendarse a Los cuatro cuartetos de T.S Eliot. Ya no es joven, y no lo dice con melancolía: el río de sus años de juventud, como quería el poeta, sigue estando dentro de sí mismo.
Si en aquel Comimos y bebimos publicado por Libros del Asteroide en 2018, Peyró traza bitácora del gusto y la memoria, en Ya sentarás cabeza compone una escala más ambiciosa del relato. El resultado es un libro producto del mestizaje entre géneros: crónica, dietario y ensayo breve que se enmarca en la tradición de Pla, al mismo tiempo que inaugura una memoria sensual de una generación: ese Madrid en el que comienzan a desaparecer los Vips donde venden prensa, libros y revistas y en el que algunos hábitats como los salones de Embassy van desapareciendo, trozos de un mundo extinto. Tiene algo de celebración y memoria.
A lo largo de más de 500 páginas, el libro recoge anotaciones que van desde el año 2006 hasta comienzos de 2012. Se trata de un viaje a lo largo de ese capítulo que separa la juventud de la primera adultez y que permite a Peyró narrar sus días –y sus noches, cenas, comidas, copas o lecturas– como corresponsal parlamentario para El Confidencial Digital y año y medio más tarde como redactor jefe de cultura y pluma para todo en La Gaceta. Pero ésas son sólo orillas provisionales, excusas que contienen lo importante: una prosa que él explota como aventajado plumilla que conoce al dedillo la tradición de la que forma parte.
“Tengo la fortuna de haber podido leer —de Valentí Puig a José Carlos Llop, de Trapiello a García Martín y de Vidal-Folch a Sánchez-Ostiz— a maestros del género sin ningún esfuerzo: estaban en nuestra lengua y en nuestras librerías a la hora en que mi generación se acercó a ellas”, escribe Peyró. La memoria, la tradición, la literatura, la infancia siempre lejana, la celebración de la lentitud, la exhaustividad del que descubre y la de quien recuerda. Lo vanidoso no es contarlo, lo vanidoso habría sido no escribirlo.