Cultura

MÚSICA

Miguel Ángel Gómez Martínez, la elegancia y la eterna sonrisa del director de orquesta

El director y compositor estuvo al frente de una decena de filarmónicas internacionales

Miguel Ángel Gómez Martínez
Imagen de archivo del director de orquesta Miguel Ángel Gómez Martínez.

El mes de agosto ha comenzado con dos tristes noticias para el mundo de la música. Si el pasado sábado conocíamos el fallecimiento del gran violonchelista brasileño Antônio Meneses a los 66 años, hace unas horas nos llegaba el golpe de la muerte inesperada de nuestro gran director de orquesta Miguel Ángel Gómez Martínez. El músico granadino, que ha fallecido de forma repentina en Málaga, contaba con 74 años y seguía compaginando los podios con su faceta de compositor. 

El nombre de Gómez Martínez fue conocido muy pronto porque en su ciudad natal se le consideró como un “niño prodigio” desde su más tierna infancia. Pero el buen sentido de sus padres -músicos ambos- y la voluntad inquebrantable de su madre, obviaron los cantos de sirena que pretendían encumbrarlo precozmente para empujarlo a formarse debidamente antes de dar el salto a la vida profesional. Tras titularse en los Conservatorios de Granada y Madrid en Piano, Dirección y Composición, se trasladó a Viena para estudiar con el mítico director Hans Swarowsky, que estudió con Schoenberg y Webern y fue maestro de maestros: Claudio Abbado, Giuseppe Sinopoli, Ivan y Adam Fischer, Mariss Jansons se cuentan entre sus alumnos, así como los españoles Luis Antonio García Navarro y Jesús López Cobos.

En 1973 dirigió Fidelio de Beethoven en Lucerna y Berlín, actuación que lo situó en el primer plano internacional y además lo ligó para siempre con la dirección de ópera, género  en el que destacó y cultivó toda su vida y que consideraba fundamental para ser un director de orquesta completo y verdaderamente conocedor del oficio. Entre los teatros de los que fue titular podemos citar la Ópera de Viena, la de Helsinki o la de Berna, además de haber actuado en todos los grandes coliseos operísticos del mundo y ser director titular o artístico de numerosas orquestas sinfónicas.

En España debutó en el Festival de su ciudad, Granada, en 1975. A partir de ahí, nunca se desligó de su país, para suerte de todos los que hemos tenido la oportunidad de verle dirigir. Persona comprometida con la música y con el despegar de la actividad orquestal en la España de los 80, asumió la titularidad de la Orquesta de RTVE (1984-87) cuyo contrato decidió no renovar por no cumplirse las mejoras que él consideraba necesarias para los músicos; del Teatro de la Zarzuela (1995-91), institución a la que ha permanecido ligado hasta día de hoy, puesto que dirigió Juan José de Sorozábal el pasado mes de abril; la Orquesta Sinfónica de Euskadi (1989-1993), que le debe una evidente mejora técnica y comenzar una etapa de expansión; o la Orquesta de Valencia (1997-2004).

Su actividad compositiva es menos conocida pero nunca la abandonó y de hecho le ocupaba buena parte de su tiempo en la actualidad. Entre sus obras destacan la Sinfonía del Descubrimiento (1992), la ópera Atallah, el Concierto para piano y orquesta y el Concierto para violín y orquesta, múltiples obras para piano, etc.

Sus méritos han sido reconocidos nacional e internacionalmente con distinciones múltiples como la Medalla de Oro de la Ciudad de Granada y de Madrid y reconocimientos de ciudades como Hamburgo, Munich, Berna, Bonn, Mannhein o Houston entre otras.

Famosa era su memoria, que le permitía aprender las partituras en tiempo récord y dirigir como si las tuviera delante, y les garantizo que no es una leyenda porque muchos músicos me lo han corroborado. Corría también el rumor de que, durante los ensayos, si algún detalle nimio se le escapaba, su madre -siempre presente hasta que su salud lo permitió- se lo “chivaba” y tras el descanso o en la siguiente sesión, lo hacía notar a la orquesta: de casta le venía al galgo y esa admirable señora, que tanto se sacrificó durante el periodo de estudios de su hijo en Viena, tenía sin duda unas cualidades musicales extraordinarias.

Y si me permiten, voy a añadir mi recuerdo personal a esta semblanza. Tuve la fortuna de ver dirigir a Gómez Martínez en muchas ocasiones en San Sebastián, mi ciudad natal, porque en aquellos años de su titularidad de la OSE yo era una jovencísima estudiante de piano y abonada a la temporada de conciertos de la orquesta. A él le debo por tanto buena parte de mi formación musical, porque de sus manos descubrí no poco repertorio sinfónico. Siempre me sorprendió su sonrisa perenne que no le rebajaba un ápice de autoridad frente a la orquesta; su elegancia innata en la gestualidad y también en su forma de dirigirse al público; su eficacia y su precisión; su perfeccionismo y su amor evidente por el trabajo bien hecho y pulido y por el cuidado del detalle; su claridad de ideas y su capacidad para transmitirlas; y sus firmes convicciones que nunca le hicieron claudicar de lo que consideraba justo y razonable, como por ejemplo, su lucha contra la tiranía de las puestas en escena que obvian el texto musical. 

Siguió unido a la orquesta y a su Quincena Donostiarra y a él debo también el abrirme los ojos a lo que sería una definición de mi vocación dentro del universo musical, cuando dirigió en el marco de este festival el Don Carlo de Verdi en versión concierto en 1998. Recordaré siempre mi entusiasmo ante la obra y su interpretación con un estupendo elenco (la también tristemente desaparecida Ana M.ª Sánchez, Carlos Álvarez, Manuel Lanza y Miguel Ángel Zapater) en aquellas memorables dos representaciones, que constituyeron la piedra de toque para que me acercara definitivamente a ese género. La última vez que le vi dirigir fue en el pasado abril, en la mencionada ópera Juan José, en el Teatro de la Zarzuela, siempre con ese brío y esa entrega, con esa exactitud y buen hacer. Imposible presagiar un final tan cercano.

Y si debo agradecimiento individual a Miguel Ángel Gómez Martínez, creo también que hay toda una generación de músicos españoles que nacimos en los años finales del franquismo y la Transición que debemos mucho a nuestros “padres” musicales, que son la generación de este gran director. Ellos fueron los pioneros, los que nos precedieron con muchísimo esfuerzo. Sólo los más talentosos pudieron acceder a una experiencia en el extranjero y muchos fueron los que, por unas razones y por otras, no pudieron vivir y aprender lo que nuestra generación ha podido hacer ya de forma masiva, gracias a una mejor situación económica tanto privada como pública. Gómez Martínez formaba parte de esa élite y tuvimos la suerte y el honor de que  tanto él como otros nos enseñaran, nos hicieran partícipes de su conocimiento, fueran el acicate y el espejo en que mirarnos y no se olvidaran de su país. Por todo ello y de todo corazón, gracias, Maestro. 

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  • O
    Ojeador

    ¿Y no es ni siquiera primo segundo de Pedro Navaja?. Mal empezamos ........